N-623, una carretera para los sentidos

R. PÉREZ BARREDO
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La iniciativa que impulsan Burgos y Cantabria para convertir esta carretera nacional en una vía turística se sostiene sobre argumentos irrefutables: pocos trazados tienen paisajes tan hermosos y arrebatadores

Imponente paisaje en uno de los tramos de la vía. Abajo, en el valle, están los preciosos pueblos de Escalada y Orbaneja del Castillo. - Foto: Luis López Araico

La ruta da comienzo en tierras de Ubierna, y si el viajero es fabulador, podrá imaginar que el túnel de San Martín que salva el farallón rocoso es el punto de salida. Y que atraversarlo es como adentrarse en otra dimensión y, sobre todo, aventurarse a vivir una experiencia maravillosa. Habrá quienes no dejarán de optar por una mayor rapidez y cierta comodidad, pero se estarán perdiendo un sinfín regalos: la alternativa de viajar a Cantabria por la carretera de Aguilar, que se ha impuesto en los últimos lustros, puede ser comprensible. Pero la opción de hacerlo por la carretera de toda la vida, la N-623, que se ha visto condenada a cierto ostracismo y olvido, alimenta el alma, la vista, los sentidos.

Constituye un privilegio absoluto: paisajes bellísimos e incomparables, pueblos únicos, tesoros infinitos... Estos son los principales argumentos que esgrimen conjuntamente los colectivos e instituciones de Burgos y Cantabria que están trabajando por resucitar esta vía otrora transitada y hoy en franca decadencia y para la que se ha solicitado la declaración de carretera turística nacional, lo que podría suponer un impulso importante de revitalización del trazado.
No es para menos: es difícil encontrar una carretera de la red viaria principal que ofrezca tantos atractivos; que congregue, en un puñado de kilómetros, tantos y variados paisajes, tanto arte, tantos encantos, tanta belleza. No importa que una húmeda neblina matice los contornos: ya desde el desfiladero de Ubierna el viaje promete. La carretera serpea entre rocas, tierras de labor y encinares. Hay armonía en el paisaje, que se antoja eterno. Pero es un espejismo, ya que la carretera avanza hacia el páramo, tan radicalmente distinto a todo. Los pinares de repoblación no engañan: la paramera de Masa es la tundra castellana, puro telurismo, vasto horizonte magnético de tierra llana y dura y agreste. Tan hipnótico paisaje, dominado en lontananza por el perfil subyugante del geoparque de las Loras, concluye como en un suspiro: pronto la carretera empieza a descender, buscando ávida el Rudrón y el Ebro, esos dioses totémicos y caprichosos que esculpieron con su ímpeto de milenios obras maestras de la naturaleza.

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