El alma de Cáritas

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Voluntarios como Paula, Esperanza, Lola y Carlos dan sentido a la labor de la entidad con los más vulnerables. Ofrecen su tiempo y experiencia para cambiar el injusto rumbo vital de otros y al final son ellos los que cambian, su mirada y su corazón

Paula Fernández, Esperanza Calle, Lola Luera y Carlos López ejercen el voluntariado en Cáritas. - Foto: Valdivielso

Cuando el 14 de marzo de 2020 el mundo se paró, la actividad de Cáritas no solo se mantuvo sino que creció exponencialmente conforme los empleos se iban desplomando como naipes y se acumulaban la falta de material escolar e informático para los niños de familias empobrecidas, la necesidad de un lugar seguro para las personas que viven en la calle, las gestiones para conseguir ayudas o las preguntas sobre cómo pagar el agua, la luz o el alquiler sin los magros ingresos de un precario empleo por horas...

La maquinaria, bien engrasada desde hace más de 50 años, apretó el acelerador y llegó a todo: a gestionar los ingresos mínimos vitales, a adelantar dinero para hacer frente a las facturas, a fotocopiar los libros de texto y llevarlos a las casas de los menores sin ordenador o a consolar a las personas que pasaron el confinamiento en soledad.

Empujando se encontraban el aliento y las manos de un voluntariado que siempre ha sido la piedra angular sobre la que se ha sostenido el trabajo que hace esta entidad católica en favor de la parte de la sociedad más vulnerable y que ahora necesita reforzarse. Y es que, por primera vez en muchos años, según explica su portavoz, Diego Pereda, el número de voluntarios ha experimentado un descenso de un 25%, hecho que está directamente vinculado a la pandemia ya que buena parte de  los que antes echaban una mano ya no pueden hacerlo porque la edad les hace más sensibles a la enfermedad o por tener otro tipo de obligaciones.

Lola Luera, programa de acogida.Lola Luera, programa de acogida. - Foto: Valdivielso

La memoria de 2020 de la organización recoge que el total de personas voluntarias en el año de la covid fue de 650 (el 75%, mujeres) y que la mayor parte hicieron su labor en los servicios de acogida que Cáritas tiene en cada parroquia. El segundo programa con más voluntarios fue el de Empleo, seguido de los de Mujer, Infancia y Personas sin Hogar, que son precisamente las áreas en las que ahora se necesita más gente.

Para ello, la ONG (947 25 62 19) ha lanzado una campaña para animar a los burgaleses a dedicar un poco de su tiempo a apoyar a los demás. No son precisos muchos requisitos, únicamente, tener más de 16 años, contar con una disponibilidad de, al menos, dos horas semanales y mantener «una actitud de compromiso y aprendizaje». El voluntariado se plantea desde Cáritas como una forma de colaborar pero también, en palabras de su delegado diocesano, Mario Vivanco, «como una herramienta de transformación social porque darse a los demás nos cambia a nosotros, y también acaba por cambiar la sociedad».


Lola Luera (programa de acogida): 

Carlos López, programa de cooperación internacional. Carlos López, programa de cooperación internacional. - Foto: Valdivielso

«Siempre digo que estar en Cáritas me ha cambiado la mirada y el corazón» 

Hace ya diez años que Lola Luera colabora varias veces por semana en el programa de acogida del Arciprestazgo de Vega, en la parroquia de San Julián. También hace trabajo de mesa metiendo datos en el programa de Cáritas que a nivel nacional cuantifica toda la labor que se realiza. Esta segunda actividad no tiene más misterio que manejar el programa informático con soltura; donde se encuentra con el factor humano es en la primera: personas que llegan a la parroquia porque la vida se les ha puesto boca abajo: «Vienen, sobre todo, a que cubramos sus necesidades materiales y lo que hacemos es gestionar ayuda asistencial: alimentos, recibos, material escolar... La gente llega al despacho y se desnuda, te cuenta todas sus ‘miserias’ y nosotras les escuchamos, les miramos a los ojos y les reconocemos su dignidad inmediatamente. Para esto es necesario desarrollar la empatía, me pongo en su lugar y me pregunto qué haría yo si no pudiera dar de comer a mis hijos. Siempre digo que Cáritas y el programa de Acogida me han cambiado la mirada y el corazón, las personas que llegan aquí pasan de ser los pobres que ves por la calle a tener su nombre y su apellido».

Carlos López (programa de cooperación internacional):
«Es fundamental que el papeleo se haga bien para que las ayudas lleguen adonde deben»

Esperanza Calle, programa de personas sin hogar. Esperanza Calle, programa de personas sin hogar. - Foto: Valdivielso

Miembro desde hace muchos años del Instituto Español de Misiones Extranjeras, sociedad de vida apostólica de sacerdotes seculares, Carlos López se pasó más de veinte años trabajando con los colectivos más desfavorecidos en Perú. Por razones familiares, a finales de los años 90 tuvo que volver a Burgos y volcó todo su conocimiento en el programa de Cooperación Internacional de Cáritas donde ahora, ya jubilado, continúa. «Esto es algo que yo he vivido in situ, en barriadas marginales, en zonas rurales... y ahora continúo desde lo teórico, la documentación y el seguimiento de los proyectos. Y como he estado al otro lado de los papeles sé lo fundamental que resulta que todo se haga bien para que las ayudas lleguen a donde deben y puedan dar vida a la gente».

Forma parte de un equipo de ocho voluntarios que gestionan la línea propia de ayuda de Cáritas -entre el 0,7% y el 1% de su presupuesto- y elaboran proyectos que presenta a las distintas instituciones «manteniendo siempre una relación fraterna y de igualdad con las ONG de cualquier parte del mundo».

Esperanza Calle (programa personas sin hogar):
«Mi labor es ser amiga de ellos, escucharles y estar ahí cuando me necesitan»

Paula Fernández, programa de infancia. Paula Fernández, programa de infancia. - Foto: Valdivielso

«Mi labor es ser amiga de ellos, escucharles y estar ahí cuando me necesitan». Así habla Esperanza Calle, voluntaria de Cáritas desde el 2011, de su papel con los usuarios del programa de Personas sin Hogar que la entidad católica gestiona a través del albergue municipal y otros recursos. «A veces vamos a sus casas -muchos de ellos están el programa House in first por el que van directamente de la calle a una vivienda- y otras veces vienen a la nuestra y también organizamos excursiones y otro tipo de actividades. Con los que están en la calle, una vez a la semana vamos con ellos a comprar la comida, la preparamos y la compartimos en las instalaciones de Cáritas de la calle San José».

Este vínculo que ha conseguido se ha hecho a base de hablar mucho con estas personas, cuenta Esperanza -enfermera jubilada- que añade que para ellas resulta muy importante poder tomarse un café «con alguien normalizado». Sabe que detrás de cada uno (hay más hombres que mujeres) hay mucho fracaso personal: separaciones, adicciones, rupturas familiares... Pero ella nunca juzga, esta es la base de su actividad: «Yo solo acompaño e intento que se sientan queridos».

Paula Fernández (programa de infancia):
«Para mí esto es una prioridad, me he quitado de dar clases particulares para venir aquí»

Fue en el verano de 2020 cuando Paula Fernández se animó a echar una mano en Cáritas, concretamente en el programa de Infancia. Esta joven maestra de Primaria con especialidad en Educación Especial comenzó en el Centro de Atención al Menor durante un campamento y algo hubo allí que le enganchó. Tanto, que ahora para ella es indispensable seguir yendo algunas horas por semana: «Para mí esto es una prioridad, me he quitado de dar clases particulares a una niñas por venir aquí», explica esta joven que está opositando y, a la vez, trabaja en un comedor escolar.

Las niñas y los niños con los que colabora proceden de familias que viven en condiciones precarias, muchas procedentes de la inmigración. «Me apunté una semana por probar y me encantó y tuve claro que iba a seguir sí o sí. Cuando llegan hacemos la tarea y si no tienen, se la ponemos, vamos viendo la evolución de cada uno y apoyándoles en las áreas en las que puedan tener más dificultades académicas. Luego llega la hora de la merienda y del juego. Yo siempre me lo paso muy bien con ellos, venir aquí me hace tremendamente feliz».