Inés Praga

Esta boca es mía

Inés Praga


Los mediocres

03/12/2021

Son un colectivo tan citado que bien merecen una columna, aunque operan más bien en la sombra y solo se les invoca cuando las cosas no funcionan: es que hay mucho mediocre, se suele decir sin precisar más. Pero no es difícil detectarles porque son legión en la política, su feudo natural, y también prosperan en la universidad, en los medios de comunicación y en la mayoría de las instituciones y gremios.
No me refiero al mediocre como sinónimo de limitado o poco valioso porque todos los somos en alguna medida y en ello no hay delito alguno. El término se convierte en peyorativo cuando hay un notable desajuste entre las capacidades de una persona y su ambición de éxito y/o poder. Ser mediocre no es por tanto una cuestión de valía personal sino de la actitud moral con que medimos la nuestra y la de los demás.

El mediocre desprecia la meta del trabajo bien hecho y del deber cumplido, simplemente porque le parecen inútiles. Envidia otros mundos, en apariencia más brillantes, y sueña con subir peldaños como sea, siempre atento a la rivalidad de otros y sobre todo a su enemigo natural, que es la excelencia ajena. Una excelencia que es fruto no solo del talento, sino de la formación y el esfuerzo, tres valores de los que el mediocre carece. De ahí su enorme habilidad para el atropello, las artimañas y sobre todo las alianzas, porque pocas cosas hay tan peligrosas y tan inmediatas como la unión de los mediocres entre sí. En nuestro país no se prima la excelencia porque no la vemos como un beneficio colectivo o un bien social sino como un obstáculo para los intereses de algunos, que la arrinconan con denuedo. Y esta conducta ha creado una tradición tan arraigada como preocupante ¿Soluciones? Quizá los clásicos ya adivinaron el problema con su famoso lema Conócete a ti mismo, que debiera ser la base de la educación en la familia y en la escuela. 

Que nadie vea en estas humildes líneas un intento de arreglar el mundo o de revelar algo que no se supiera. Solo nos mueve el  (legítimo) afán de dar un poco de caña, simplemente por si alguien se da por aludido.