La eterna maldición de Laura

R. PÉREZ BARREDO
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Se cumplen 30 años de la desaparición y muerte de la niña Laura Domingo, hecho que conmocionó a la sociedad. El caso estuvo lleno de errores; la instrucción y la investigación fueron un despropósito. Nadie ha pagado por ello

Vecinos y amigos colocaron una cruz a la memoria de la niña. - Foto: Jesús J. Matías

«Fue todo un despropósito, desde el principio, y cuando la investigación tomó otro rumbo ya era demasiado tarde, habían transcurrido demasiados años como para conocer la verdad de lo que sucedió». Esta frase, pronunciada por uno de los abogados que más de cerca lo vivió, puede servir de perfecto resumen del caso del secuestro y la muerte de la niña Laura Domingo, suceso del que se cumplen ahora treinta años sin que nadie haya pagado por ello. De aquella criatura de rostro angelical queda un recuerdo difuminado por el tiempo: el de la conmoción de la sociedad burgalesa, que se echó a la calle en masa cuando la cría desapareció y que volvió a hacerlo con fuerza exigiendo justicia cuando su cadáver fue hallado; queda, también, la destartalada, macilenta y hoy mutilada cruz que los vecinos de Capiscol colocaron en el paraje de San Medel en el que fue encontrado el cuerpo sin vida de la pequeña y en el que durante años nunca faltaron flores; y queda su nombre, eternizado en el callejero de esta pequeña localidad como un homenaje postrero a su memoria.    

El caso de Laura es, junto con el del triple crimen de la calle Jesús María Ordoño, uno de los más dolorosos y rocambolescos de cuantos se han registrado en Burgos en las últimas décadas. Aunque judicialmente seguirá abierto hasta el año 2029 (este tipo de hechos prescriben a los 20 años, pero como el último archivo de la causa se dio en 2009, se toma como referencia esta fecha para cerrarlo definitivamente), ya no se están llevando a cabo pesquisas policiales: la última vía de investigación, que se centró en un familiar -tío materno de la niña con problemas de adicciones y episodios depresivos que realizó nuevas declaraciones cuando se reabrió el caso en 2006-, se quebró abruptamente después de la repentina muerte de éste, acaecida a finales del año 2015. Treinta años después no se conoce la verdad de lo sucedido. Ni se ha podido hacer justicia. Un caso maldito.

Era la víspera de su sexto cumpleaños. Lunes, 8 de abril de 1991. La cría jugaba en una calle de su barrio de Capiscol con otros niños cuando, según el relato de varios testigos, se marchó de la mano de un adulto. Nunca más regresó. La desaparición se hizo pública al día siguiente, provocando una reacción social sin parangón: la sociedad burgalesa, espantada como conmocionada, tomó la calle. Así, se sucedieron manifestaciones y concentraciones exigiendo celeridad en la investigación. La angustia dominó aquellos días. Más aún cuando estos fueron transcurriendo sin pista alguna sobre el paradero de la niña. Cundió el pesimismo y la tristeza. Habían pasado veinte días cuando los peores presagios se cumplieron: una pareja que paseaba por la ribera del Arlanzón a su paso por San Medel, en el paraje conocido como La Majada, encontró el cuerpo sin vida de la pequeña.

En ese mismo punto, que a veces lame el agua del río, permanecen las cruces que fueron colocadas a la memoria de Laura: una grande de madera, hoy rota, en la que sigue pegada una descolorida imagen de la cría, y otra de hierro ya oxidada. A su alrededor, maleza. Y olvido. El modo en que se encontró el cuerpo -por su colocación (no fue arrojado, sino depositado), por el estado de la ropa (como recién lavada y planchada) y por el aspecto que presentaba (sin huella alguna de sufrimiento, sin marcas, como si la niña hubiese sido perfectamente alimentada hasta el final- chocó a los investigadores. Y cuando el análisis forense reveló que la cría había muerto por asfixia pero que no había sido objeto de violencia alguna, los desorientó por completo.Dado que nadie había solicitado dinero a cambio de la vida de la niña, el caso era absolutamente insólito: no había móvil. Y en el decálogo de un crimen siempre hay un motivo. 

Sin pistas, sin móvil, se pensó en un perturbado, un enajenado. Pero los destrozados padres de Laura insistían una y otra vez en que la niña jamás se hubiese ido dócilmente con un desconocido. «La investigación debió centrarse desde un principio en el entorno próximo de la familia, por más violento que resultase.Pero no fue así, algo que entonces ya pareció incomprensible», explican fuentes cercanas al caso. En este sentido llegó a pronunciarse públicamente el fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia, José Luis García Ancos.Pero la realidad es que ninguna persona del entorno familiar fue investigada. Muchos años después se admitió que fue un error.

No fue, por desgracia, el único. La instrucción fue un desastre; y la custodia de las pruebas, calamitosa. Uno de los letrados implicados en la causa evoca que se perdieron algunas de estas en el traslado de un juzgado a otro, y que desaparecieron varios elementos esenciales por la propia acción de las pruebas de ADN, cuya aplicación no era entonces tan eficaz como hoy y si se analizaba un resto éste quedaba anulado o destruido para futuras indagaciones. «Fue todo una verdadera chapuza», apostilla el abogado.

Inesperada detención. Tras años de averiguaciones estériles y palos de ciego, uno de los principales investigadores dio un giro radical al caso. Ya que el procedimiento deductivo no había llegado a puerto alguno, propuso el inductivo. Dado que no había móvil, la idea de un maníaco cobró fuerza. Y a manos de los investigadores llegó una lista de personas con problemas mentales. De entre estas, una encajaba: un tipo de carácter introvertido y comportamientos extraños cuya familia poseía un chalet en San Medel. Y todo se precipitó. En 1999, esta persona, un varón de 30 años, fue detenido. Se pretendió, a partir de ahí, encontrar las pruebas que lo incriminaran. Fue algo más que un paso en falso: una monumental cagada. No se encontró prueba alguna en la casa relacionada con la niña. Y el detenido tenía una coartada imbatible: cuando la niña desapareció, él se hallaba fuera de Burgos, en un establecimiento hotelero de Levante.

Así que el detenido tuvo que ser puesto en libertad sin cargos, siendo exculpado por la Audiencia Nacional veinte meses después de su inopinada detención. A una familia destrozada, la de la niña, se sumó otra, la de este hombre, a quien se condenó socialmente. Un daño terrible, irreparable. «Aquella detención fue un sinsentido. Desde el principio lo tuve claro. No había razón alguna para aquella acusación. Pedí el sobreseimiento desde el primer momento», recuerda uno de los abogados del caso. Tras aquel tremendo desatino policial regresó el silencio. Pero no el olvido: se reabrió en 2006. Y con otro giro en la investigación. Entonces, quince años después, ésta se centró en el entorno familiar y cercano. Hubo interrogatorios a personas por las que nunca se habían interesado los investigadores.

Y ahí se toparon con una sorpresa. Citado a declarar, un tío materno de la niña realizó una exposición en algunos puntos delirante pero, de alguna manera, dotada de cierto sentido. Al menos así lo sintieron quienes tuvieron acceso al testimonio, caso de uno de los abogados personados en la causa. Para él, aunque el relato sonara inverosímil, encajaba. El acta de la declaración recoge la tesis deslizada por el interrogado: elucubró que quien se llevó a la niña pudo ser la que entonces era su pareja sentimental, una tal Charo, quien según él se llevaba muy bien con Laura «para comprar un regalo a la niña para su cumpleaños»; y que tal vez el fallecimiento de la cría se debió a un hecho accidental porque no le encajaba que la mujer pudiera causarle deliberadamente daño alguno. En su alucinado relato, el hombre llegó a especular con un truculento detalle que dejó estupefactos a los investigadores: contó que tal vez su excompañera sentimental y una pareja amiga de ésta, ante la fatalidad de la muerte accidental de la niña y para ganar tiempo, habrían podido ocultar el cadáver en un congelador. 

Declaró más cosas, como que la víspera de la aparición del cuerpo sin vida de Laura, la tal Charo y la pareja de marras le pidieron prestado el coche con la excusa de viajar a Quintanar, desplazamiento que según él jamás llegaron a realizar, lo que no significaba que no lo hubiesen utilizado para llegarse hasta San Medel con un objetivo: implicarle a él, algo que también atribuyó al hecho (súbitamente recordado ante los policías) de que Charo le había cortado un mechón de pelo por aquellos días. Durante la declaración, los investigadores le mostraron fotografías del día en que apareció el cadáver, y hete aquí que identificó como suyas unas bolsas con publicidad de cintas de vídeo y una toalla aparecidas en el paraje de San Medel. Interrogado acerca del motivo de aquellas nuevas revelaciones, el declarante se limitó a decir que no había reparado en estos extremos hasta fechas recientes. Aunque había hilo de sobra del que tirar, fue en vano: Charo ya había fallecido, y aunque se amplió el informe forense, se realizó una evaluación psiquiátrica del hombre y se llevó a cabo un careo entre éste y dos de las personas a las que citó en aquella extraña declaración, no se hallaron pruebas para incriminar a nadie.

Mirar hacia adelante. Después de tanto dolor, de tantas vueltas y sobresaltos, de tantas sospechas y angustias, y especialmente después de tanto tiempo, los padres de Laura Domingo decidieron dejar de luchar por que se hiciera justicia como la única manera de poder afrontar sus vidas, de seguir mirando hacia adelante. Esta es la opinión de personas cercanas a la pareja. «Fue como un pacto de olvido para que su matrimonio no se hundiera. Creo que pensaron que después de tanto tiempo era inútil ahondar en teorías y menos aún si una de estas implicaba a un familiar. No tengo claro que llegaran a tomar en serio aquella posibilidad, pero en cualquier caso, antes de hacerse más daño, decidieron dejar de insistir. Otra cosa diferente hubiera sido si esa sospecha se hubiese tenido al principio», apostillan.

En San Medel, a orillas del Arlanzón, se percibe con rotundidad la primavera, que avanza inexorable hacia la exuberancia con los árboles en flor y la orquesta de los pájaros. Cerca de la cercenada cruz que recuerda a Laura Domingo hay una pista deportiva en la que juegan hoy los chavales. Sus risas alegres contrastan con el marchitado recuerdo de la niña que no pudo llegar a la primavera de su vida. Y con la terrible certeza de que nadie pagará nunca por ello.