¿Paraíso tropical o república bananera?

Sara Borondo
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El 'simulador de presidentes' llega con más opciones

La estrategia y gestión de países o ciudades tiene una gran tradición en videojuegos, con títulos tan conocidos como Populous, Civilization, Caesar, SimCity, Black & White o Faraón. La serie Tropico lo lleva al extremo al poner al jugador en el papel de un dictador y darle libertad para ser un gestor que piensa en el bienestar de su pueblo y que gobierna una república próspera o convertirse en un tirano que se enriquece robando a su país y que acaba por la vía rápida con las voces disidentes, todo con gran ironía. 

Tropico tiene una historia de 20 años en los que ha ido profundizando en esta propuesta, pero nunca ha crecido tanto como ahora, cuando se ha hecho cargo del juego Limbic Entertainment tomando el relevo de Haemimont Games (creadores de Tzar e Imperium). Esta firma ha mantenido buena parte de la jugabilidad, pero ha realizado algunos cambios que consiguen que el juego sea más grande en todos los aspectos.

Para empezar, ahora Tropico puede abarcar varias islas, lo que convierte la gestión en algo más complicado porque requiere una red de transporte propia pero, al mismo tiempo, es más fácil organizarse ya que cada isla tiene sus propios recursos. También hay varios modos de juego: uno en el que el país avanza por distintas eras que parten de la época colonial cumpliendo en cada una diversos objetivos o jugar misiones sueltas que constituyen desafíos diferentes con sus propias normas, además del multijugador.

El tono de broma planea por todo el juego, desde el tono servil del subalterno Penúltimo, que lleva a cabo las órdenes e informa de lo que sucede en el país, a la creación de una cala de piratas para robar recursos a otros Estados, o el inversor que presenta propuestas como desviar fondos a una cuenta personal en Suiza. Pero, en realidad, todo esto refleja que, en algunos casos, es muy posible que estas situaciones hayan sido una realidad. Es un humor con cierto tono negro que lleva a reflexionar sobre la facilidad con la que las corruptelas pueden prosperar en un país cuyos ciudadanos podrían vivir mucho mejor con otros gobernantes. Dicho esto, hay que aclarar que no es un juego que intente concienciar, y el objetivo principal es que el jugador se pueda convertir en un tipo de gobernante diferente en cada partida.

La gestión es profunda y múltiple, pero fácil de entender. Hay que empezar asegurando la comida de los primeros habitantes de Tropico construyendo barrios residenciales y plantaciones en las mejores ubicaciones para cada uso, establecer relaciones con las distintas facciones de los ciudadanos, teniendo en cuenta que los descontentos se pueden rebelar con otros países. Hay que dictar las normas que regirán la vida de la nación, establecer las importaciones y exportaciones para que no se resienta la economía, prepararse para las elecciones (o aplastar a cualquier oposición) o investigar nuevas tecnologías. Todo pensando a gran escala, pero también se puede intervenir en detalles tan pequeños y divertidos como el aspecto del presidente -al que se ve en los rimbombantes discursos que da- o del palacio presidencial, de forma que parezca sacado de un cuento oriental o sea un casoplón americano. 

El juego tiene algunos puntos mejorables, como la machacona música o las rebeliones civiles (la inteligencia artificial, en general) o un doblaje que suena artificial, pero se agradece que alguien mantenga esta jugabilidad tradicional pero puesta al día y, además, le dé ese aspecto humorístico. Acaba de salir a la venta la versión de PC de Tropico 6, y las de consola estarán disponibles en junio.