El encuentro de encajeras toca techo e impulsa la hostelería

R.C.G.
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La cita congregó a casi mil personas de todos los rincones del país. Restaurantes y bares trabajaron a pleno rendimiento. El traslado del evento del Multifuncional al centro de la ciudad fue un éxito

El encuentro de encajeras toca techo e impulsa la hostelería

Muchos mirandeses descubrieron ayer por primera vez lo que es el encaje de bolillos. Otros rememoraron su infancia, cuando esta técnica utilizada para entretejer hilos enrollados en unas bobinas para  moverlos sin que se anuden entre ellos, estaba en auge. Y es que durante toda la mañana la calle La Estación se convirtió en un improvisado taller textil en el que se reunieron cerca de mil personas llegadas de todos los rincones del país, una cifra que supone un nuevo récord en un evento que ya está considerado como uno de los más numerosos de España. Al menos en la zona norte, no hay otro que le haga sombra.

En su decimoquinto aniversario  la cita abandonó el Multifuncional para instalarse en pleno casco urbano. El cambio fue un éxito. Primero porque permitió incrementar el número de participantes y sobre todo porque acercó a cientos de curiosos que llevaban días preguntándose para qué era esa gran carpa que se había instalado en la zona peatonal. «Estamos emocionadas por el apoyo que hemos recibido», confesaba Pilar Narro, presidenta de la asociación local. Por demanda, la concentración podría seguir creciendo pero las organizadoras consideran que ha llegado el momento de poner techo y no dejarse llevar por la euforia. «El año que viene tendremos que volver al pabellón porque sino se nos va a ir de las manos», confiesan.

Hasta la ciudad llegaron integrantes de más de medio centenar de asociaciones. Desde Cataluña a Galicia casi todas las comunidades  del norte estaban representadas. «El reto es atraer también del sur, pero sabemos que es difícil», explicaba Narro, quien destacaba que más allá de la recuperación de un oficio y del buen ambiente que imperaba entre las asistentes, este evento supone por su dimensión, un impulso económico para la ciudad. De hecho, reservar en un restaurante ayer era complicado porque las cerca de mil participantes se habían repartido por los diferentes establecimientos, lo que supone una inyección para la hostelería local.

«Es una concentración con un encanto especial», confesaban Asun e Inma, llegadas desde la localidad navarra de Alsasua. En su caso tienen la fecha mirandesa marcada en el calendario porque «está muy bien organizada y en estos encuentros siempre ves los trabajos de otras personas, intercambias ideas y aprendes mucho». Cuando se les pregunta por las cualidades que debe tener una buena encajera, ambas responden a la vez: «paciencia».

Bajo la carpa, en la que la única queja fue el frío que hacía a primera hora, se dieron cita mujeres de todas las edades. Las mayores superaban los 90 años mientras que las más jóvenes eran niñas que hacen sus primeros pinitos. «Yo aprendí en la escuela y lo he retomado ahora», afirmaba Consuelo, quien destacaba que además de  una forma de confeccionar elementos decorativos, el encaje de bolillos supone un buen ejercicio para «la memoria y las manos». En el debe, la casi nula participación masculina. «Tradicionalmente las cosas de aguja e hilo han sido siempre vistas como cosas de mujeres, pero no es así. En algunas asociaciones ya van entrando hombres, aunque son pocos», explicaban.

 

CINCO AÑOS Y DECENAS DE MANOS

La asociación de encajeras de Miranda cuenta con medio centenar de integrantes volcadas en que durante la concentración no falte un solo detalle. Su labor permite que muchas personas se acerquen a la ciudad y de hecho otros años se han realizado visitadas turísticas guiadas, algo que ayer no hizo falta ya que al ser el emplazamiento tan céntrico las que quisieron pudieron recorrer las calles mirandesas.

Pero además de esta actividad, que supone un gran esfuerzo organizativo, durante el año las encajeras locales están inmersas en sus propios trabajos de artesanía y un grupo se trae entre manos un ambicioso reto: dotar de un mantón a la Virgen de Altamira. Llevan ya tres años confeccionando el tejido, en turnos de cuatro horas diarias, y aún les quedan un par de años para acabar. «El resultado merecerá la pena», enfatizan.