Una travesía sin final

ALMUDENA SANZ
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Óscar de la Muñoza se sacude la vergüenza y autoedita su primer poemario, 'El desierto', en el que transita y ahonda en su propia vida emocional, profesional y de creación

Óscar de la Muñoza, con su obra, disponible en Amazon y en la librería-papelería Aura (Barrio Gimeno). - Foto: Luis López Araico

Se escribe en silencio / a oscuras. / Se escribe y se deja ahí / en silencio... Ahí, en silencio, a oscuras, dejó Óscar de la Muñoza (Burgos, 1989) sus poemas hasta que la pandemia alborotó los cajones. La vergüenza se hizo a un lado, el pudor se escondió y el fantasma del síndrome del impostor se esfumó. Empezó a escribir nuevos versos, a recopilar y corregir los ya creados y guardados, dar forma a algunos, revisar otros, volver a aquellos... «Y me decidí a sacar este libro por mí, sin ninguna pretensión», resume con ese poemario, El desierto, editado con Amazon, sobre la mesa. 

Estos versos abarcan un periodo amplio de tiempo, pero han sido revisados desde la mirada de la persona que es hoy. ¿Cómo es el Óscar de ahora? «Antes tenía más seguras las cosas, me creía mejor; ahora dudo de todo y me cuesta más escribir. No sé si este Óscar es más maduro, pero, desde luego, sí más inseguro». También más exigente y perfeccionista. Dos compañeras de viaje a las que ha dejado abandonadas en la carretera para sacar este poemario con el que transita por todos sus desiertos. 

Arrastra sus pasos por el desamor sufrido, que, observa, tampoco han sido grandes desengaños, pero «siempre es más fácil escribir desde la nostalgia y la pena que desde otros sentimientos»; transita por su vida laboral con la constante inquietud de si podrá llevar una vida tranquila, con el runrún de si podrá satisfacer esas prosaicas necesidades de bienestar; y avanza por el folio en blanco temeroso de llegar al abismo sin haber dejado huella en él. 

«Mis desiertos se reducen a esas tres vertientes, mi relación con las personas, con mi trabajo y conmigo mismo. Me gusta escribir desde mí mismo. Para que algo llegue debe salir de dentro y para que sea así tengo que hablar de mí, de lo que conozco o me han contado, pero siempre debe haber una parte de víscera», resalta De la Muñoza, jefe de proyectos en una empresa de formación online y comunicación, que con el confinamiento y las posibilidades del teletrabajo volvió a su ciudad natal tras residir trece años en Madrid. 

A la capital del reino, escenario principal de esta travesía sin final, dedica este libro englobando ahí a toda la gente que ha pasado por su vida.

Se confiesa un escritor muy observador, pero caótico, sin memoria para acordarse en qué momento alumbró uno u otro texto, y con la, no sabe si falsa o no, creencia de que escribiendo a mano le da más tiempo a pensar. Hubo un tiempo en el que se mantuvo muy activo en las redes, pero se quitó tras confirmar que sin polémica no se es nadie en ese territorio y ese hablar por hablar no iba con él. Tampoco se identifica con la nueva generación de poetas nacidos al albur de las tecnologías y que han dado un impulso a este género entre los jóvenes. Él no se presenta con esa carta, pero tampoco le importa qué etiqueta le ponga el lector. 

Curiosamente, anota que desde que resolvió publicar El desierto se propuso no leer a ningún autor. «No quería que me condicionara nada. Quería que saliera de dentro de mí y si después se parece mucho a la obra de alguien, que fuera casualidad, y si por no fijarme en nadie resulta una mierda, que sea mi mierda», ilustra sin dejar de nombrar a quienes sí le acompañaron, léase Lorca, Neruda, Pizarnik, Sylvia Plath, antes de prohibirse ese placer y de advertir la clara influencia del rap. «Son dos cosas muy diferentes, pero escuchar esta música sí me ayuda con el ritmo, que creo que sí hay en mis poemas, aunque no tengan rima», destaca este inquieto autor que, asegura, se escribe / en silencio / y se lee / a oscuras.