"La transición no fue un camino de rosas como creen algunos"

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Corona Ortiz es una de esas mujeres y esta es (parte de) su historia

Corona Ortiz sostiene una foto de Pablo Iglesias junto al Teatro Principal en 1916 que está en las oficinas de la sede del PSOE, donde ella trabajó 25 años. - Foto: Luis López Araico

*Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el pasado lunes 29 de marzo.

Para Corona Ortiz (Burgos, 1941) entrar en la sede del PSOE -en la calle Vitoria y ahora invisibilizada por un incomodo andamiaje que sustenta las obras que se están realizando en la fachada del edificio- es prácticamente como hacerlo en su casa, no en vano es una de las afiliadas más antiguas y fue trabajadora del partido durante 25 años. Nada menos que de 1977 data su adscripción a esas siglas y avisa, para que no quede ninguna duda: "Seguiré siendo socialista hasta que me muera". Con esa misma contundencia pero una sonrisa muy dulce posa para la fotografía que aparece sobre estas líneas con la mítica imagen de Pablo Iglesias en el Teatro Principal en 1916, que ha descolgado previamente de la oficina. "Esta imagen la encontró mi marido en el Archivo buscando documentación para un trabajo y le pedimos a Milagros Moratinos, que entonces era la responsable, que nos dejara hacer una copia y aquí está". El mismo despacho alberga también la copia de una carta del fundador del partido dirigida a dos niños de La Arboleda (Vizcaya). Es de 1921 y se hizo con ella gracias a Esther Barrios, una vieja militante que fue encarcelada, se alistó en las milicias, perdió una pierna por un obús que cayó en el frente de Ochandiano y años después se instaló en Burgos donde los socialistas la homenajearon en el año 2009. Corona Ortiz es, pues, historia viva del PSOE local.

No nació en una familia especialmente politizada, cuenta. Su padre, Teófilo Ortiz, oriundo de Covarrubias, fue militar durante la Guerra Civil y en ese contexto conoció a la madre de Corona, que fue su madrina de guerra: "Todos fueron buenos, cada uno donde le tocó, a mi padre, aquí en Burgos, y tenía un hermano en Cataluña, que era republicano y muy bueno". Después dejó el Ejército y se convirtió en el primer profesor de autoescuela que hubo en esta ciudad. Así que Corona, que nació en la calle Rey Don Pedro, vivió parte de su infancia en la Barriada Militar, donde recuerda sus primeros juegos: "Por allí no pasaban coches así que estábamos muy a gusto, todos los niños en la calle, tengo muy buenos recuerdos de mi infancia". Uno de ellos es el de ir hasta el Cauce Molinar donde vivía Antonio Moliner -"patriarca de la familia Moliner", apunta ella- que tenía por buena costumbre dar una perra o 25 céntimos a todos los niños que se acercaban a él: "Así que nosotros íbamos y le decíamos, ‘buenas tardes, don Antonio’ y él nos daba esa propina".

Su educación fue, curiosamente en plenos años 50, laica. Corona acudía a una academia de nombre ‘Akademus’ de la que hay constancia en los archivos de este periódico desde 1947: "Una cosa es tener un padre de derechas y una madre de derechas y muy religiosa y otra es la educación que nos dieron". Era aquel sitio un chalet con un gran jardín en la calle Vitoria y nuestra protagonista está convencida de que los docentes eran maestros represaliados de la Guerra. Julia Castrillo fue de ellas. Más tarde, este singular espacio educativo pasó a un edificio modernista, donde hoy está el BBVA "frente al Hotel Condestable" y allí siguió estudiando la joven Corona, a la que bien pronto le gustó leer, especialmente poesía. "Los que nos daban clase eran profesores muy conocidos en Burgos como don Francisco González y otros. Luego, con 14 años, pasé al Instituto Cardenal López de Mendoza, que era como una pequeña universidad, a la que yo iba, con todos los chavales de la zona, en un coche de caballos de los militares. Nos dejaban en la Plaza de Prim, en las traseras de la Diputación e íbamos a clase andando desde allí".

Cuenta que entonces las niñas y los niños eran muy inocentes: "No éramos como los de ahora, no nos importaba llevar siempre el mismo vestido ni pedíamos marcas porque no había y comíamos lo que nos ponían. Y afortunadamente nosotros teníamos para comer, porque otros no disponían de ello". En sexto de Bachiller, recuerda, eran once chicas y catorce chicos en la clase. Ellas ocupaban las dos primeras filas y ellos se sentaban detrás y los fines de semana seguían todos el mismo ritual: Espolón para arriba y Espolón para abajo: "Íbamos con las amigas mirando a ver qué chico era el más guapo aunque si eran de nuestra edad no les hacíamos caso porque nosotras éramos más maduras. En aquellos tiempos también estaban los de la MAU, que iban muy guapos con el traje, pero a mí me daban igual, eran muy mayores".

No fue Corona una chica de bailes. Sus aficiones eran el cine y los libros y con ellas sigue ahora ya que es una enorme cinéfila y pertenece a dos clubes de lectura de la Biblioteca Pública. Recuerda con nitidez las pantallas del Gran Teatro, el Avenida, el Pulguero, el Coliseum, el Rex y el Calatravas: "Los domingos se llenaban todos hasta arriba, casi no se podía ni encontrar entrada. Creo que la primera película que vi fue Pequeñeces, a la que me llevaron mis padres cuando tenía seis años. Mi madre me llevaba también a conciertos, veía muchas zarzuelas y siempre he sido una gran lectora, esos eran mis entretenimientos. Había en la calle Carnicerías una librería que se llamaba Cervantes que vendía libros más baratos y de encuadernación normalita y ahí compraba lo que podía -obras de Gustavo Adolfo Bécquer, de José Martí, enseguida me incliné mucho por la poesía- con lo que podía conseguir de lo que le sisaba a mi madre cuando iba a la compra", recuerda con una sonrisa que hasta debajo de la mascarilla se le adivina.

Tras terminar el Bachillerato se prepara para ser secretaria y enseguida se casó, con poco más de veinte años. Conoció a su novio a principios de los sesenta siendo reina del Centro Montañés (su madre era cántabra), una experiencia que recuerda con mucho cariño: "Vi torear a Luis Miguel Dominguín en la plaza de Vadillos, entonces a mí los toros no me disgustaban pero después me han dado mucha pena. Íbamos en calesa con mantilla y peineta todas las reinas y nos daban la vuelta al ruedo".

Antes de incorporarse al mundo laboral prefirió criar a sus dos hijos y cuando ya eran algo mayores se incorporó al trabajo realizando estudios de mercado puerta a puerta y siendo una de las encuestadoras del Estudio General de Medios. En eso estaba el 23 de febrero de 1981. Aquel día tenía que trabajar en Salamanca y había pasado también por Valladolid -Corona iba de una provincia a otra o bien en tren o en su Dyan 6- y cuando se enteró de que el ruido de sables se había hecho realidad en el Congreso de los Diputados, lo primero que hizo fue llamar a casa para que sus hijos estuvieran a buen recaudo con los abuelos. Luego, en cada uno de los lugares por los que iba pasando hasta su destino se acercaba a la sede del PSOE para ir viendo cómo se desarrollaban las cosas.

"Cuando vi al Rey en la televisión tiré para Tamames, que era donde tenía que hacer las encuestas del EGM y me encuentro todo cerrado a cal y canto menos un bar. Allí me tomo un café y llamo a la oficina para decir que nadie me quería abrir. -¡No fastidies que estás en Tamames!, me contestaron. -Pues claro, dije yo, hoy me tocaba aquí. Y me dijeron que me fuera a casa, que a quién se le ocurría hacer encuestas en un día como ese. Pero en vez de irme a casa cogí el coche y me subí a la Peña de Francia, que tenía nieve y estaba muy bonita. Llegué a un mirador, levanté el puño y empecé a cantar yo sola ‘No, no, no nos moverán’ a grito pelado". Pero más allá de esta anécdota, Corona cuenta que no todo fue tan fácil en aquel tiempo como ahora, más de 40 años después, se piensa mucha gente: "Había listas para cargarse a gente. Los que piensan que aquellos años fueron fáciles, no saben lo que dicen. La Transición no fue ningún camino de rosas como creen algunos".

La conciencia social y política le había nacido enseguida porque lo que veía a su alrededor no le gustaba nada. "Antes de morir Franco, allá por los primeros años 70, no estaba conforme con todo lo que pasaba. Empecé a tener contacto con mujeres, a reunirme con ellas. Te voy a contar la historia de los socialistas, de la Transición: Éramos un grupo de gente que teníamos ideas progresistas, de izquierdas, y nos juntábamos a hablar y a comentar y entonces decidimos en esos años montar el Instituto Regional Castellano Leonés. Se legalizó como una asociación, una entidad cultural y dentro se hicieron grupos, de ecología y medio ambiente, de mujeres... nos reuníamos también en Salamanca, Valladolid, Aranda, fuimos los primeros en hablar de Castilla y León, que ahora la gente tiene una memoria muy frágil... Hasta compramos acciones en la Caja de Ahorro Municipal de Burgos y pusimos unos miles de pesetas, que no era una miseria para entonces, pero después nos diluimos y ahí se quedaron", comenta mientras se vuelve a reír.

Allí entraron -sigue relatando- gentes del MC, del PCE, del PSOE, del PTE y recuerda que eran miembros Juanjo Laborda (que sería presidente del Senado) y Federico Sanz, que fue diputado en varias legislaturas, Rosa Manzano, la malograda directora general de Tráfico, Pedro Torres... "Nos reuníamos donde podíamos pero nunca nos dimos a conocer, en aquella época no podíamos hacer proselitismo. Cogimos una sede en la calle Laín Calvo, que duró poco. Pero hacíamos charlas, conferencias, debates... Luego ocurrió que cuando se murió Franco y se legalizaron los partidos, cada mochuelo se fue a su olivo. Yo no estaba en ningún partido y me dediqué a escuchar a todos, a leer sus propuestas y al final me decidí por el PSOE. Lo que más me atrajo fue su historia y la historia de la Segunda República".

De aquellos primeros tiempos del partido recuerda a Octavio Granado, que era de las Juventudes -"le conozco desde que tenía 16 años"- y a su padre, Esteban, un gran referente para los socialistas burgaleses: "Era una maravilla de hombre, un pozo de sabiduría. Cuando pasaba por la oficina no me importaba que estuviera allí toda la mañana". Porque pronto el PSOE para Corona fue más que una militancia: se convirtió en su lugar de trabajo durante 25 años, hasta que se jubiló.

Allí vivió la épica victoria de Felipe González en octubre de 1982 -"estaba tan cansada de toda la campaña, que había sido durísima y había sido todo tan emocionante que me quedé sin fuerzas para ir con los compañeros a celebrarlo"-, también noches de derrotas -recuerda lo duro que puede resultar ser de un partido de izquierdas en Burgos- y el vuelco electoral que le puso a Ángel Olivares la alcaldía en bandeja: "Recuerdo aquella noche con mucha emoción, lloré lo que no está escrito".

Corona Ortiz tuvo algún cargo orgánico en el partido, como el de secretaria de Política Sectorial, y formó parte del grupo Mujer y Socialismo. También fue concejala entre 1985 y 1989, una experiencia muy positiva festoneada del recuerdo del trueno que aún era el entonces todopoderoso alcalde José María Peña, y en ese mismo periodo, concretamente en 1986, firma, junto con otras mujeres pioneras, el acta de fundación de la Asociación para la Defensa de la Mujer La Rueda, el colectivo feminista más importante de la ciudad.

De esa lucha está muy orgullosa: "Yo tenía mucha relación con las feministas de toda España. Nos reuníamos en muchas ciudades, en Alcobendas recuerdo que unos frailes nos dejaron sus instalaciones y se les veía pasear mientras nosotras hablábamos del aborto, el divorcio y de cómo queríamos que fueron estos derechos para nosotras. Trabajamos mucho para que salieran adelante las que se separaban, para que encontraran empleo y se asentaran. Todo nos costó mucho como bien saben las feministas, la carrera de las mujeres ha estado siempre llena de obstáculos".