Botellón disperso y controlado

F.L.D.
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Pequeños grupos de jóvenes se juntan para beber y charlar en el primer viernes en fase 1 en zonas como Fuentes Blancas o el Castillo, pero no se producen grandes aglomeraciones. La Policía Local y la Nacional estuvieron muy atentas

Botellón disperso y controlado - Foto: Luis López Araico

Salvo por las mascarillas que cubrían los rostros, si uno compara una fotografía de ayer en La Flora con otra de hace un año le resultaría muy difícil distinguirla. El miedo al rebrote existe, pero el buen tiempo y la relajación de algunas restricciones han sabido juntarse para rascar en las calles desoladas y arrancarles algo de la alegría que tenía Burgos antes de que llegara la pandemia. Es inevitable no contagiarse del ambiente, pero eso también mantiene las alarmas encendidas. Faltaba ver si en el primer viernes de la fase 1 iba a ser también el día de la inauguración de la temporada del botellón. Lo fue, pero muy discreto. Apenas pequeños grupos de jóvenes se juntaron en zonas clásicas como la playa de Fuente Prior o las faldas del Castillo. La Policía Local y la Nacional mantuvieron controlados estos pequeños y dispersos focos y no se produjeron aglomeraciones.

Fuentes Blancas se había convertido desde hace un par de años en uno de los lugares favoritos para echar unos tragos al calimocho o a las litronas de cerveza, especialmente en junio. El final de los exámenes y de la selectividad servía de excusa para pasar el día entre bolsas de gusanitos, patatas fritas y botellas de alcohol. Pero la imagen de ayer era radicalmente opuesta. Apenas un grupo de chavales de unos 18 años se atrevieron a recordar viejos tiempos alrededor de una de las mesas de madera de la ladera que une la playa con el bar La Fragua. Dos únicas cosas eran reprochables: eran más de diez personas y habían dejado tirados y esparcidos por el suelo cartones de vino y bolsas de plástico. Una patrulla de la Policía Local solucionó ambas con su presencia. Nada más ver aparecer el coche, cuatro de ellos echaron a correr hacia la zona boscosa y el resto se dedicó a recoger los residuos al escuchar la seria advertencia. Al instante apareció una furgoneta de la Nacional y ambos cuerpos se pusieron al día. "Un poco de botellón, pero controlado", dijeron.

Los mayores focos, como siempre, se dieron cita en las faldas y alrededores del Castillo. En la subida desde las eras de San Francisco, tres grupos bebían sentados en el suelo, si bien entre ellos existía una gran distancia. Menos espacio corría entre una pareja de enamorados que se besaban apasionadamente entre botellas de vodka y de Sprite. El resto de los amigos también hacían botellón alrededor del campo de fútbol abandonado en esa pequeña colina. Los ojos rojos y la risa nerviosa de algunos de ellos ya dejaban entrever que el alcohol comenzaba a hacer mella. Entre los árboles y matorrales, se escuchaba música y gritos de más jóvenes que habían buscado un buen escondite para evitar que les descubriesen.

Botellón disperso y controladoBotellón disperso y controlado - Foto: Luis López Araico

"Con la Policía por aquí la gente no está haciendo mucho botellón. Se van más hacia las terrazas porque allí no les van a decir nada", comentan dos chicos de no más de 20 años que recorren de una punta a otra la ladera del Castillo. Lo cierto es que a medida que dejabas el monte y te acercabas a la ciudad, era más sencillo encontrar grupos bebiendo. En las mesas que hay próximas a la muralla, en la calle Las Corazas, emergía la única imagen que pudiera asemejarse a la de antes de que irrumpiera el coronavirus. Eso sí, ninguno superaba el máximo permitido de diez personas.

El entorno del arco de San Esteban y del colegio Saldaña, especialmente las escaleras en zig zag que lo unen con las calles del centro histórico alto, también era uno de los más transitados, pero existía mucha dispersión entre los corros de chavales. Al fin y al cabo, este siempre ha sido otro de los focos principales del botellón en la ciudad y probablemente el que más quejas vecinales ha acumulado. Pero el de ayer era muy distinto al de tiempos pasados. Atrás quedaron las botellas de whisky, ron o ginebra, los hielos y los vasos de cachi o de tubo. Ayer reinaban las latas de cerveza apoyadas en el suelo.

Lo mismo ocurría en la plaza de los Castaños, cuyas escaleras se convirtieron en una extensión de la terraza de uno de los bares de la calle Fernán González. Al igual que en la Flora, donde nada parecía haber cambiado con respecto a una tarde cualquiera del verano pasado. Eso sí, botellón, como tal, no existió en el entorno de Las Llanas.

Botellón disperso y controladoBotellón disperso y controlado - Foto: Luis López Araico

Algo más de movimiento, aunque anecdótico, había detrás del Teatro Clunia. Los vecinos de ese entorno también han sido muy reivindicativos, sobre todo por los gritos a horas intempestivas y por la suciedad que se acumulaba en el foso de la zona ajardinada. En esta ocasión, apenas había tres grupos repartidos por el muro. Acompañaban su estancia con la clásica mezcla de vino y Coca-Cola.

La tradicional ruta del botellón terminaba en el mirador del Castillo, aunque ayer, al igual que en el resto de lugares, también era muy minoritario. Se escuchaba música de altavoces portátiles y algún que otro cristal de botella, pero ninguna masificación. La dispersión de estas quedadas ya se atisbaba antes de que todo estallara. Ahora es un hecho. Falta saber si durará mucho tiempo.