"Todavía sueño que meto goles"

R.P.B.
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Rufino Requejo es uno de esos hombres y esta es (parte de) su historia

Requejo se siente como en casa en El Plantío, donde firmó partidos inolvidables. - Foto: Valdivielso

* Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el pasado 22 de febrero.

Salta al verde pasto con la naturalidad de quien se siente en un territorio que no encierra secretos para él, acaso porque allí hizo realidad sus sueños. Y los de miles de personas. Se adentra en el campo trotando con la elegancia que le caracterizó siempre, inmune al tiempo y a la nostalgia, y es posible que en su interior, mientras se desliza por el área como hiciera tantas veces, resuene como un eco del pasado el grito de guerra de la hinchada: ¡Requejo! ¡Requejo! ¡Requejo! El beatífico sol de febrero proyecta una luz que impregna de melancolía el césped de El Plantío. Hoy no tiene a su lado ni a Mendiolea, ni a Olalde, ni a Ederra, ni a Aguirre. Pero no duda en señalar el lugar exacto en el que cayó el balón despejado por el guardameta García Remón aquel domingo de septiembre de hace medio siglo, en el partido que supuso el debut del Burgos CF en Primera División; frente al Real Madrid, nada menos.

"Fue aquí", dice con seguridad. Sí: fue ahí, cerquita del punto de penalti, donde aquel chaval de Herrera de Pisuerga empalmó el balón de fuerte zurdazo para desesperación del portentoso defensa madridista Benito -don Gregorio para los delanteros que aspiraban a terminar indemnes los partidos-, que trató en vano de impedir el gol. Fue el primer tanto del Burgos en la división de honor del fútbol español. En la ansiada élite. Lo recuerda con cariño este burgalés de adopción que es Rufino Requejo, que mantiene una figura envidiable a sus 71 años y conserva el toque de balón -puro talento, pura clase- que le permitió alcanzar el Olimpo del balompié patrio y mantenerse en él durante mucho tiempo. "Aquel gol... Fue increíble. Recuerdo que me sentí impactado, como si no me lo creyera. Creo que reaccioné más ya en casa, o al día siguiente. En ese momento no fui muy consciente. Meter un gol es... Hay que vivirlo... Si encima es un gol trascendente, no te digo nada. Siempre quise ser un goleador. Y lo fui".

Las infancia son inolvidables, señala evocando la suya, que podría resumirse en una sola palabra: fútbol. Se recuerda jugando siempre a la pelota, en todos los lugares, a todas horas. Con una ventaja: él tenía balón propio y eso le permitía capitanear los partidos en las eras de Herrera, que fueron su escuela. El primer equipo en el que militó fue en el de los Salesianos de su pueblo. Y ya entonces (aún era una criatura) llamaba la atención. Era muy bueno. Un zurdo fino, habilidoso, con indiscutible talento. No tardó en disputar campeonatos por todo el norte de la provincia de Palencia, de Guardo a Velilla, con chavales mayores que él. Aquello fue toda una mili para aquel muchacho que empezaba a soñar con ser futbolista. "Me sirvió de mucho. Aprendí a recibir golpes. Mi padre siempre me decía que no hiciera caso de quienes me comentaban que era muy bueno, que era el mejor. Él siempre era crítico conmigo, me decía que jugaba mal. Hasta cuando jugaba en el Burgos y hacía goles. Siempre insistía en que podía mejorar". Las severas observaciones paternas sólo tenían un objetivo: que Rufino no se creyera una estrella, que aprendiera a ser humilde y a superarse, a trabajar y a esforzarse. "Y eso me ayudó mucho, la verdad. Aprendí que ser humilde te hace ser persona".

Hasta Madrid llegó el rumor de que había un talento en potencia en la olvidada paramera castellana. Y hasta Herrera se fueron los ojeadores del Real Madrid, que no dudaron en llevarse a Rufino a la capital. Un año estuvo en los juveniles del club de Chamartín. Allí coincidió con Macanás, por ejemplo, quien llegaría a vestir la zamarra blanca durante varias temporadas. Disfrutó mucho la experiencia, con los entrenamientos en el campo del Rayo Vallecano y viendo jugar los domingos en el Bernabéu a los Velázquez, Gento, Amancio o Zoco sin imaginar siquiera que algún día se enfrentaría a ellos. "Pero yo también quería estudiar, y entonces el Madrid me mandó a Burgos, que estaba cerca de mi pueblo, y estudié Tecnología Industrial en el Padre Aramburu mientras jugaba en los juveniles del Burgos y el CD San Juan. Y enseguida debuté con el primer equipo con Víctor Pestaña en el banquillo. Jugué unos pocos partidos en Segunda".

Tenía ídolos Requejo, futbolistas a los que deseaba parecerse. Señala tres sin dudar: Marcial, del Barca; Velázquez, del Real Madrid; y Uriarte, del Athletic de Bilbao, equipo por el que siente una especial simpatía como aficionado. La temporada 69/70 fue la de su confirmación, asentándose y siendo titular indiscutible: jugó 36 partidos y metió once goles. La siguiente fue la del ascenso. Cómo olvidar aquella temporada histórica... "Teníamos un equipazo", subraya Requejo. Así era: Bilbao, Astorga, Raúl, Aramburuzabala, Nebot, Nájera, Mendiolea, Alcorta, Arraiz, Olalde, Angelín, él... Un escándalo. Recuerda con nitidez la llegada a Burgos tras el ascenso, la fiesta en las calles, la imposibilidad de alcanzar el Ayuntamiento, donde se les tributó un recibimiento oficial, porque la masa de hinchas enfervorecidos y eufóricos se lo impedía, tal era la alegría. "No podíamos avanzar para subir el Ayuntamiento. Fue la leche. Todavía hay quienes se me acercan y me dicen: ‘Rufijo, yo era el que llevaba aquella pancarta’... Siempre he sentido el cariño de los burgaleses. Y aún lo siento. El de aquel ascenso es uno de los recuerdos más bonitos que tengo".

Hizo grandes amigos en aquellos años. Y destaca el papel paternal de José Luis Preciado, el presidente que obró el milagro que cambió los designios futbolísticos del club blanquinegro. "Conmigo se portó como un padre, como un maestro, como un amigo... Fue una persona muy importante, me ayudó mucho. Siempre creyó en mí. Nos teníamos cariño mutuo", afirma con emoción. Aquella temporada 70/71 está colmada de recuerdos maravillosos. Como el citado ascenso, o ese primer gol en Primera al Madrid ‘yeyé’. "Me acuerdo muy bien de ese día. De cómo el entrenador, Mariano Moreno, nos dijo: ‘Señores, aquí no hay nadie más que nadie. Jugamos contra el Real Madrid. ¿Quién es el Real Madrid? Once jugadores. Los mismos que somos nosotros...’. Nos mirábamos entre nosotros pensando en los Velázquez, Zoco, Benito, Amancio, Anzarda, Santillana... Yo sí que pensaba: si hemos llegado hasta aquí nada tenemos que perder. Y jugamos muy bien, aunque al final perdimos 1-2 [marcó Santillana el gol de la victoria blanca en la segunda parte en el que fue, también, el primer gol del delantero cántabro en Primera División]". Las crónicas de aquella jornada histórica hablan de más de 20.000 espectadores en El Plantío; e incluso de aficionados que se subieron al tejado del edificio de la Cruz Roja para no perdérselo. Rufino tenía gol. Tanto gol que por las noches empuja balones a la red. "Todavía sueño que meto goles. Creo que además ahora recuerdo más y mejor cosas de entonces que de ahora".

La internacionalidad. Se ganó el respeto y la admiración de compañeros y rivales. "Recuerdo que, jugando en El Molinón, se me acercó Quini y me dijo: ‘A ver si no nos la lías como en El Plantío, cacho cabrón’. Y una vez marqué dos al Sporting". Quini y él se hicieron amigos porque aquella temporada del debut del Burgos en Primera Rufino Requejo subió un escalón más en su trayectoria al ser convocado por Kubala para jugar con la selección nacional sub-23. "Kubala era muy buena persona, amable, simpático, prudente. Y sabía mucho de fútbol. Yo le había admirado como a un ídolo cuando era jugador". El húngaro confió siempre en Requejo. No en vano, ya convertido en míster de la absoluta, volvió a llamarle cuando militaba en el Málaga, pero éste no pudo acudir a la convocatoria por culpa de una lesión producida en un partido contra el Español, donde le rompieron el maxilar".

De los rivales con los que se enfrentó Requejo jugando tanto en el Burgos como en el Málaga ninguno le deslumbró tanto como Cruyff. "Era elegante, tenía pegada, rapidez. Sabía lo que tenía que hacer antes de hacerlo". Otro partido que tiene Requejo grabado a fuego en su memoria es el del 5-1 al Athletic de Bilbao con esa leyenda llamada Iríbar en la portería. Nunca se descorcharon tantas botellas de cava y champán como aquel día. Fue el 31 de diciembre de 1972 en un Plantío embarrado por la nieve en la que fue su sexta y última temporada en el Burgos, que terminó descendiendo. Después, Requejo fichó por aquel Málaga de campanillas en el que jugaban Migueli, el burgalés Martínez y tres leyendas argentinas: Vilanova, Viberti y Guerini, entre otros talentosos jugadores. En el club de La Rosaleda jugó cinco temporadas (llegando a hacerlo en competición europea hasta la eliminación del equipo blanquiazul por el Estrella Roja), si bien su rendimiento goleador se redujo porque el entrenador, el francés Marcel Domingo -que también entrenaría al Burgos más tarde y que a punto estuvo de llevar a Requejo al Atlético de Madrid- retrasó su posición en el club de la Costa del Sol. "En cuanto te alejas del área es más difícil hacer goles".

Asegura Requejo que el fútbol de entonces no se parece en nada al de ahora, en el que también le hubiese gustado mucho jugar. "Ha cambiado todo. Muchísimo. Los viajes, por ejemplo. Menudas palizas en autocar... Si hasta una vez, en un viaje a Galicia con Soto y Alonso, tuvimos que bajarnos a empujarlo por la nieve. ¡Y jugábamos unas horas más tarde contra el Celta! También ha cambiado la alimentación, la preparación, las exigencias, los campos, el mismo balón, las botas... E incluso el juego. Por no hablar de las faltas. Ahora por nada se caen o se tiran al suelo. En mi época se hacían unas entradas terroríficas". No necesita hacer memoria para asegurar cuál era la defensa más dura de su tiempo: la del Granada. "Estaban Aguirre Suárez, Castellanos, Jaén, Montero... Daban miedo. Por allí era imposible pasar... Eran temibles. También el Sevilla tenía defensas muy duros. Ojo, que aquí en Burgos también teníamos jugadores que daban leña: Raúl, Ederra, Benegas, Jacquet...", evoca riendo.

Tuvo lesiones jodidas que lastraron su carrera. Si una le impidió ir convocado con la selección nacional, otras le cortaron de raíz un mayor progreso. "Tuve seis operaciones: maxilar, menisco, tendón de Aquiles, ligamentos... Me recuperé siempre aunque nunca vuelves a ser el mismo. Y he seguido haciendo deporte aún juego al futbito", apostilla. No hay más que verle: está en forma. Está fino Rufino, que siempre le ha dado mucha importancia a la salud y al equilibrio físico y mental. "Hay que intentar ser feliz, aunque no se tenga un duro". De hecho, lo que más valora de su larga trayectoria como futbolista (tras su periplo en Málaga fichó por el Alavés, con el que jugó dos temporadas en Segunda; antes de colgar las botas jugó otras dos con el Mirandés en Segunda B) es el cariño que siempre le ha mostrado la gente, especialmente en Burgos, donde ha hecho su vida. "Sé que la gente me quiere. Y eso para mí es lo más grande".

Sigue viendo fútbol. Y disfrutando. Y espera que el Burgos regresa a la élite que se merece por afición y pasión. Pero no todo es deporte en la vida de esta leyenda del balompié burgalés: Rufijo Requejo dibuja y pinta como los ángeles, toca la guitarra, canta en coros... Un hombre del Renacimiento este tipo afable, cercano y bienhumorado que se planteó ser entrenador cuando terminó su carrera pero que, ya se sabe, uno se casa, tiene hijos... Y el fútbol es vivir siempre de viaje. Así que echó raíces en Burgos; primero abrió una tienda deportiva y más tarde un centro de masajes. Jubilado, disfruta de una vida muy activa. Ninguno de sus hijos salió futbolista. Pero ojito, que la saga no ha terminado: tiene Rufino una nieta que apunta maneras. Y apellidándose Requejo eso son palabras mayores. Porque los genes son los genes. Y él es una leyenda del fútbol burgalés.

Honor a Requejo. Un grande.