"La humanidad ha elegido el desastre en lugar del amor"

R.P.B.
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Manuel Arandilla es uno de ellos y esta es (parte) de su historia

Manuel Arandilla. A su espalda, la fachada de la iglesia de Santa María de Aranda de Duero. - Foto: Christian Castrillo

*Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el 3 de agosto de 2020. 

Posee esa elegancia aristocrática que se detecta en todo: en su ademán cortés, en su verbo rico y preciso, en la profundidad de su mensaje. Como el río que ha bañado su biografía, es manso y caudaloso. Y sabio. Y antiguo. Manuel Arandilla Navajo es un ser de lejanías. Y una rareza: se ha construido a sí mismo con inquebrantable decencia, desoyendo voces que le hablaban de parnasos, de éxitos que habrían de procurarle dicha y fama. Él apostó por sí mismo, por la poesía y la música, por construir de la nada una biblioteca como si fuese un personaje de Borges. Manuel Arandilla es un verso místico y un bolero teñido de nostalgia. Y casi dos metros de humanidad sensible, culta e inteligente, dulce, acogedora y grande. Nacido en enero de 1950 en la plaza del Trigo de Aranda de Duero, fue bautizado doce días después: en modo alguno fue una premonición. Siempre llegó antes que nadie a todos los sitios. "Mi infancia fue profundamente feliz, maravillosa. Hasta que murió mi padre cuando yo tenía seis años. Aquello marcó mi vida".

Evoca con precisión aquella pequeña ciudad o pueblo grande del que apenas queda el recuerdo. Los juegos en el ferial de ganados, en los columpios. Una infancia casi rural que describió así en uno de sus poemas: Era un niño que olía a columpio, desván y vaca. "De aquella Aranda bellísima ya no queda casi nada. Fue destruido todo. Su problema fue el de una industrialización muy forzada y repentina, que no supo transitar de un mundo rural, agrícola, a uno industrial. Se destruyó todo teniendo, como tenía, el plano más antiguo de España y de Europa, de 1503, que es de una belleza increíble. Disfruté aquella Aranda de palacios, de calles entrañables en la que las puertas de las casas estaban abiertas, de amistades íntimas...".

Cuando el padre enfermó, le enviaron a Madrid con una tía. La calle de San Bernardo fue durante meses su escenario cotidiano. Allí aprendió a patinar. Aquel Madrid era sus bulevares, sus cines de barrio y un olor a calamares por todas las esquinas. Un buen día su tío Emérito le paseó de negro sin que él supiera a qué venía tanta oscuridad. Cuando regresó a Aranda se enteró de que su padre ya había partido. "Su muerte condicionó mi personalidad, y mi mundo poético. He vivido toda la vida con una imagen del padre absolutamente quebrada. Ahí está el origen de mi búsqueda poética y religiosa también, aunque esta la apartara durante un tiempo. Yo busqué en la poesía un modo de conocimiento, intentar comprenderme a mí mismo y a mi entorno".

Su hermano Florencio era un gran lector. Por imitación, Manuel empezó a devorar libros. Se bebió toda la poesía popular. Además, su madre le recitaba poemas de José Rodao y le cantaba tangos y boleros, a los que se aficionó también. Recuerda con cariño su época escolar, y especialmente a su maestra, Conchita Romero. Aquella monotonía de calle y escuela se quebró en 1963, cuando Juan Antonio Bardem desembarcó en Aranda para rodar Nunca pasa nada. "La presencia de la divina Corinne Marchand y Jean-Pierre Cassel nos desestabilizó un poco, porque parte de la película se rodó en nuestro instituto".

La de los 60 fue una década especial para Aranda. Fueron los años del Festival Hispano-Portugués de la Canción del Duero "gracias a la brillantez del alcalde Luis Mateos Martín, falangista pero profundamente liberal. Vertebró España y Portugal con aquel festival. Aquello fue fabuloso. Por Aranda pasaron los grandes cantantes de la época". Para entonces, Manuel, apenas un bachiller imberbe, no solo escribía poemas, también canciones, que interpretaba a la guitarra, su inseparable compañera. También musicaba, a la manera de su amigo Paco Ibáñez (con quien llegó a actuar en Bruselas), poemas de Antonio Machado, de Rafael Alberti, de León Felipe, de Ángel González, de Carlos Álvarez. Años más tarde tuvo una oferta para grabar un disco y proyectar su carrera como cantautor, pero no se dejó llevar por aquellos cantos de sirena.

Sucedió ya cuando estaba estudiando Sociología en la Universidad de Lovaina, en Bélgica. Una carrera a la que llegó casi por casualidad, ya que él había optado por la Física. De hecho, se matriculó para esta carrera en Valladolid, donde pasó un año. Allí conoció a José María Collantes, un sacerdote que trabajaba mucho el desarrollo comunitario (lo que hoy sería animación sociocultural). Con él recorrió toda la Tierra de Campos haciendo desarrollo comunitario. "Me gustaba la física, pero me entró el gusanillo de la sociología. Y Collantes me consiguió una beca para estudiar en Lovaina".

Una experiencia única. Llegó a Lovaina con 20 años. La primera persona a la que conoció allí se llamaba Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, futuro ‘padre’ de la Constitución. Porque Lovaina, en 1970, era un hervidero. El posmayo francés estaba allí. "Fueron años maravillosos y casi indescriptibles. La universidad era magnífica. Estudié en francés. Conocí a grandes profesores; asistí a conferencias de Jacques Lacan... Yo allí no paraba. Siempre he sido un hombre enciclopédico y renacentista, y tenía asignaturas de todas las materias más allá de la sociología: filosofía, semiología, lingüística... Todos los grandes pasaron por Lovaina".

No todo fue estudiar. Participó activamente del ambiente cultural de la ciudad. Actuaba con su guitarra en un pub de renombre (El ojo desnudo, se llamaba) y, entre otras cosas, aprendió a jugar al mus con la plana mayor de ETA, que andaba becada por los flamencos. "Me enteré del atentado a Carrero Blanco cuando bajé del avión en Barajas. Yo iba a pasar la Navidad en casa y recuerdo que la prensa lo llamó ‘El atentado de Lovaina’", evoca Arandilla. Con la guitarra recorrió toda Bélgica dando recitales. Llegó a grabar una maqueta con textos de León Felipe. Y a punto estuvo de dejar sus estudios de Sociología cuando le ofrecieron grabar un disco. "La bohemia es muy bonita pero decidí seguir con mis estudios". No ha dejado de tocar ni de cantar. Pueden dar fe sus amigos: es irresistible cuando se arranca con tangos o con boleros.

Licenciado en Sociología (entre medias hizo la Mili; de aquella experiencia recuerda que le tocó velar el cadáver de Franco vestido de sorchi) y de presentar su tesis, Movimientos sociales en la España del Frente Popular, que recibió un sobresaliente. Regresó a España con la idea de convalidar el título. Le surgió la posibilidad de dar clases de francés en el instituto de Aranda, donde coincidió con el gran Tino Barriuso, con quien tanto quería. Una tarde, el alcalde de Aranda, José Eugenio Romera Pascual, le contó en la calle Isilla que había comprado algo especial para la ciudad. "Me llevó al edificio de las Francesas. Allí me encontré con una magnífica biblioteca, que era la del Salón de Recreo de Burgos. Aquello me fascinó. Y empecé a compatibilizar las clases de Francés con la catalogación de la biblioteca". Convalidó su título en 1979 y también pasó temporadas en Madrid, donde trabajó como traductor. Pero siempre supo que Aranda era su lugar en el mundo. Más aún cuando tuvo la oportunidad de incorporarse a la Facultad de Sociología. "Pero ya entonces pedían el carné. En este caso, el carné del PSOE. Pero yo por ahí no pasaba. Ni pasé, ni paso, ni pasaré. Y me volví a mi pueblo. Y en el año 1985 entré en la biblioteca de Aranda para quedarme". Gracias a él, Quijote sin Sancho, años más tarde se construyó un nuevo edificio para albergar la biblioteca porque el primero se había quedado pequeño. Lo logró contra viento y marea. Contra expedientes que se abrían y cerraban. Fundó la revista ‘Biblioteca Estudio e Investigación’.

No se arrepiente de haber intentado quedarse en Madrid, por más que intuya que podía haber sido llamado a cotas más altas. "En la biblioteca, en Aranda, he sido feliz. Con mis investigaciones, mis poesías, mis canciones. Ni aunque hubiese podido llegar a ministro de Cultura. No me arrepiento de nada y me siento orgulloso de lo que he hecho". Los libros de poesía se fueron sucediendo: Al ritmo de tus pasos, Tiempo de vendimia, El abrazo, Capitel de la luna, Urdimbre de soledad, Hombre baldío... La soledad fue siempre su gran compañera, "sin ninguna carga negativa. La soledad es una maravilla. Soledad, silencio y oración". Y la filosofía fue cobrando importancia en su vida, especialmente la obra de Henry Michel y la fenomenología, que le acercó de nuevo al cristianismo y al misticismo. Filosofa en este punto Manuel Arandilla: "El mundo desprecia la vida. La historia del mundo es la historia de la dejación de la vida. La muerte la veo como liberación. Es el paso de la vida a la Vida. Esta sociedad desprecia todo tipo de valores. Ahí está la ideología de género o el transhumanismo. Es una ideología totalitaria. El teléfono móvil es un policía. Yo no soy partidario de las teorías conspiratorias, pero este virus puede que se escapara del instituto bacteriológico de Wuhan o por el hecho del destrozo de la naturaleza. Porque vivimos tres suicidios. Nunca la Humanidad había llegado a este precipicio: el suicidio nuclear y bacteriológico; el suicidio de la tierra destruida; y el suicidio de la natalidad. El gran pecado de Occidente ha sido enterrar la noción del pecado, que está llevando a la máxima degeneración de la humanidad. Cualquiera dirá que soy un reaccionario. Pero no: el hombre está inacabado y necesita una estructura moral sin la cual no se puede vivir. El pecado es fundamental para vivir".

Una época terrible. Siente Manuel Arandilla estar viviendo una época terrible. Él se refugia en sus lecturas, en sus poemas, en sus reflexiones. "Este es un mundo sin valores, es un destrozo del ser humano. Estamos al borde del precipicio. Solamente nos podemos salvar con un cambio de paradigma. Está agotado el ‘cogito ergo sum’ (‘pienso, luego existo’); Descartes está agotado. Yo propongo otro: ‘Amo, luego vivo’. Hay que abandonar la dictadura de la razón positivista. Hay que vencer con el amor. Como hizo Jesucristo y como hizo don Quijote. Hay que vencer al mundo para salvar la vida y defenderla. El mundo está ahogando la vida. Lo invisible precede a lo visible. Lo invisible es la vida. No se puede vivir de forma vulgar, solo por lo que se ve o lo que se toca. La biología no tiene ni idea de la vida. La vida no está en la materia. La vida es invisible y no tiene nada de material. De ahí nace la poesía. Estamos atados, vivimos en un sistema totalitario, en un teatro, una comedia. No podemos seguir así. Tengo esperanza en que el ser humano reaccione, porque la Humanidad está equivocada, ha escogido el camino del destierro y del desastre y no el del amor. Hay que volver al conocimiento sensible. Debe dominarnos la razón del corazón".

Manuel Arandilla habla con la cadencia del agua que discurre con calma de siglos, profunda y ancha. Sigue aferrándose a la belleza de un verso, de un atardecer junto al Duero, de una copa de vino, un amigo, un abrazo, una canción. "Pido a la vida que sea el modelo impreso del amor con todas las relaciones horizontales y verticales". Se queda Manuel tarareando un bolero con impecable fraseo; con una voz que nace de muy adentro, del dolor y del amor, de la luz y de la sombra. De lo innombrable. "Contigo aprendí...".