El tierra sagrada donde yo nací, suelo bendito donde moriré acompañó la agonía de la colorista, carnavalera, reivindicativa y unamuniana sardina. Se resistió a abandonar su ser. La raspa y la cola tardaron en caer, a pesar de ser una quema más jaleada que nunca por un batallón de niños que tomaron posiciones en la vanguardia del vallado. El adelanto del horario, habitualmente fijado a medianoche, logró su objetivo. Esos locos bajitos, e incluso padres muy valientes (o muy temerarios) con carritos de bebé, convirtieron en muchedumbre el cortejo fúnebre. Ayudó el buen tiempo, aunque sea un decir, porque a las diez de la noche había cinco grados, y que hoy no es día de escuela.
A las 21.20 horas, los bomberos empezaron a prender fuego a una sardina que no tardó ni dos minutos en rendirse, sin petardazo, ni traca ni explosión. Se vengó de esas prisas con una humareda negra que no achantó a los pecadores que la rodeaban. Ni uno se movió hasta que quedó reducida a ascuas.
Como ceniza en la hoguera se fue el mensaje que paseó: Políticos, nos joderéis, pero no nos convenceréis.