«Aquello fue una temeridad y una inconsciencia»

R.P.B. / Burgos
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Javier Zuloaga, director de La Voz de Castilla y autor intelectual del titular de 'La cochambre', recuerda la anécdota en un encuentro con los compañeros del periódico

No se esconde el autor intelectual de la cita. Ni mucho menos. «Lo de la ‘cochambre’ fue cosa mía», dice con franca mirada. Es un hombre afable y encantador Javier Zuloaga López, al que saludan sus viejos compañeros de La Voz de Castilla con cariño, entre abrazos fraternos y recuerdos de aquellos años hermosos, cuando todos eran más jóvenes y se aprestaban a ser los fedatarios de los cambios sociales y políticos de habrían de registrarse a mediados de los años 70. Ha querido el destino juntar a aquella nómina de periodistas justo 40 años después de uno de los bombazos informativos de aquel papel conservador, órgano del Movimiento. Zuloaga había llegado a la dirección del rotativo burgalés con 23 años. Admite que aceptó el cargo con cierto temor, pero la audacia y la inconsciencia de la juventud le empujaron. «Era un diario pequeño, con escasos recursos. Pero había allí magníficos profesionales: Fuyma, Álex Grijelmo, Vicente Ruiz de Mencía...».

Asegura que nada tenía en contra de aquellos jóvenes que vinieron al concierto, «pero la verdad es que se me calentó la cabeza o la imaginación o la ambición -no sabría decir qué fue primero- cuando recibí una llamada de un canónigo de la Catedral que me alertó de que el pasaje de la calle de La Paloma había sido tomado por esta gente y lo estaban llenando de inmundicia. Envié al fotógrafo Eliseo Villafranca y me trajo un gran material. Y me convencí de que la portada podía ser deslumbrante, vender todos los ejemplares y agotar la edición, cosa que sucedió, pero creo que fue porque ellos compraron todos los periódicos para quemarlos junto a la plaza de toros», señala con humor.

Con la perspectiva que otorga el tiempo, Javier Zuloaga admite que no obró bien, y que incluso su decisión desasosegó y preocupó a los integrantes de la redacción. «Aquello fue una temeridad y una inconsciencia. Por fortuna, hay que decirlo, no hubo ninguna reacción violenta. Pero realmente fue algo insultante para la gente a la que gustaba la música», subraya. Pero a renglón seguido, cuando evoca los años que pasó después dirigiendo otro periódico en San Sebastián, en los años de plomo -cuando ETA mataba a diario- apostilla: «Lo de Burgos fue una gilipollez. Creo que ya antes de irme fui consciente de que había sido una decisión francamente infeliz», reconoce abiertamente, con tanta naturalidad como humildad.

Sorprendido por la teoría de que aquel titular elevó a la categoría de legendario el concierto de marras, exige «derechos de autor» entre risas. «Me siento orgulloso de haber dirigido a aquel equipo de gente tan maja, de profesionales que han sido grandes periodistas. Fue una hermosa escuela».