Personas con daño cerebral por la covid-19 llegan a Adacebur

GADEA G. UBIERNA
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A las complicaciones neurológicas durante la infección por coronavirus se añade el mayor riesgo de sufrir ictus, que sigue siendo la principal causa de adhesión a este colectivo

La educadora social y la neuropsicóloga de Adacebur, Mónica Alba e Inmaculada García (centro), junto al usuario Francisco Javier Tamayo. - Foto: Luis López Araico

La Asociación de Daño Cerebral de Burgos (Adacebur) ya ha hecho valoraciones iniciales a personas a las que la covid-19, la enfermedad que provoca la infección por coronavirus, les ha causado una lesión en este órgano vital. Por el momento son casos puntuales, pero el colectivo intuye que la pandemia va a conllevar mayor actividad en sus instalaciones porque el SARS-CoV-2 también está relacionándose con un mayor riesgo de sufrir ictus, que sigue siendo la principal causa de contacto y adhesión a la entidad. «Los ictus aumentan y cada vez en personas más jóvenes; ahora hay gente en tratamiento que ronda los 40 años», señalan.

Son muchos los estudios y artículos que refieren manifestaciones neurológicas durante el proceso infeccioso por el virus; desde dolores de cabeza, pérdida de olfato y/o gusto, mareos o desorientación hasta alteraciones del movimiento o accidentes cerebrovasculares vinculados a la inflamación de los órganos. Pero también se cree que hay secuelas una vez superada la infección y su enfermedad; entre ellas, el mayor riesgo de ictus. Y, de darse, se produce un daño cerebral de mayor o menor magnitud que, una vez que el paciente sale del hospital, en Adacebur se trata de la misma manera: valoración personalizada y terapias variadas para que el afectado sea autónomo. 

«Sea por coronavirus o por otra razón, el daño cerebral es el que es y sobre lo que nosotros trabajamos, no sobre la causa», explica la neuropsicóloga de Adacebur, Inmaculada García, en compañía de la educadora social, Mónica Alba. Las dos profesionales explican que sus usuarios suelen acudir como consecuencia de un traumatismo (accidente de tráfico, caídas u otros) o, las más de las veces, por un ictus. «Antes daban a partir de los 60 o 65 años, pero la bajada de edad es importante. Hay gente con hábitos de vida saludables, pero con mucho estrés. Y es cierto que tú puedes tener cierta predisposición al ictus, pero si no hay factor predisponente, no se da. Así que, si consigo llevar una vida sin estrés continuado en el tiempo, mejor», sentencia García, matizando que es cierto que «la gente joven recupera con más facilidad, pero también lo es que depende del grado de afección, de si el daño es muy difuso, de si el cerebro puede compensar esa zona... Influyen muchos factores».

Una lesión en el cerebro, con independencia de la causa, afecta a una persona y repercute en todo su entorno. De ahí que esta entidad organice las terapias de forma combinada: con atención psicológica para los familiares y neuropsicológica para la persona lesionada. Esto es, con una combinación de estimulación de capacidades cognitivas como memoria, atención o razonamiento -«la parte de enfrentarnos a la vida cotidiana con nuestro intelecto»- y de trabajo de la ansiedad, síntomas depresivos, habilidades sociales... Y para lo cotidiano, casi siempre hace falta terapia ocupacional. «Intentamos que la persona sea lo menos dependiente posible, porque es un choque brutal para toda la familia».

Ahora que la pandemia introduce otro factor de riesgo para este tipo de lesiones, desde Adacebur destacan que la recuperación de capacidades y habilidades es una carrera de fondo. «Siempre se dice que el primer año es fundamental y es verdad, pero hay gente que varios años después sigue recuperando. Anivel cognitivo se ve menos, pero se avanza en muchas áreas», afirman las dos caras visibles de esta entidad con 14 años de experiencia en la materia
El otoño comienza con un centenar de socios y mucha rotación, dado que la imposibilidad de hacer terapia durante los meses de confinamiento provocó retrocesos irreversibles en personas que se dieron de baja, pero ahora motivará el ingreso de otras. «Sí, creemos que vamos a tener movimiento», dicen.

Francisco Javier Tamayo (42 años, recibe terapia por un derrame): «Es como estar en párvulos y empezar de nuevo, el daño te ‘resetea’ la cabeza». 

Una tarde de junio de 2018, Francisco Javier Tamayo Bermejo tomaba algo con sus amigos en la orilla del río, en Pampliega, cuando se produjo el punto y aparte de su vida. «Solo recuerdo haberles dicho algo como que me encontraba mal, que me dolía mucho la cabeza», dice, en alusión al momento exacto en el que, con 40 años, le dio un ictus por un derrame cerebral. «Me dijeron que fue por una malformación genética, que una vena reventó», añade, algo más de dos años después, en representación del centenar de usuarios de Adacebur, cada vez más jóvenes.

Él, que era cocinero, se despertó en el HUBU, con la parte derecha del cuerpo paralizada «casi por completo» y con poca visión, sobre todo en el ojo del lado afectado. «Mi vida ha cambiado mucho. Trabajaba en Oña y estaba a punto de abrir un restaurante en Pampliega. Ahora estoy en un proceso de reconocimiento de incapacidad, porque, de momento, no puedo trabajar».

Tras un año de rehabilitación física en San Juan de Dios y en el HUBU, «donde todavía no hay neuropsicólogo para daño cerebral adquirido», su madre dio con la asociación Adacebur y empezó la terapia de forma intensiva. «Tras el derrame había tantas cosas que no me preocupé de si sabía sumar o restar. No sabía cuánta afección cognitiva tenía, luego sí fui siendo consciente y mejorando... Es como estar en párvulos y empezar de nuevo con todo, como que te han ‘reseteado’ la cabeza», dice este burgalés, que es «de los que se pegan paliza» en la rehabilitación. «Físicamente he avanzado mucho; tengo falta de movilidad en la pierna derecha, pero el brazo lo he recuperado bastante bien. Y en lo cognitivo noto que tengo menos pérdida de memoria instantánea; antes no podía retener lo que me decían, tenía que anotarlo todo. Ahora sigo trabajando con agenda, pero he mejorado», dice.

Sus terapias están adaptadas a sus habilidades, sobre todo en la cocina, donde entró en cuanto salió del hospital. «La funcionalidad de mi cuerpo no es la misma, ahora necesito más tiempo. Pero el corte con el cuchillo, e incluso el sabor, ahora es hasta mejor», asegura, matizando que las recetas las consulta. «Pero antes tampoco me las sabía». Ahora sigue trabajando en su recuperación para retomar su proyecto en Pampliega. «Igual puedo delegar o que alguien trabaje para mí. Veremos», concluye.