«En la fotografía hacía tiempo que no nos daban las gracias»

PATRICIA CORRAL PÁRAMO
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Retratos del Burgos olvidado (XIV) | Funcionario excedente, fotógrafo, cantinero y quién sabe si vendedor de fulares en Ibiza. Un paso inquieto el de Víctor Ludeña al que Beatriz Ruiz se acopla con gusto en Quintanilla de las Viñas

Víctor Ludeña y Beatriz Ruiz, cantineros y fotógrafos. - Foto: Patricia

Solo con el corazón podemos ver bien, lo esencial es invisible a nuestros ojos.

Aperitivo. 
No hay nada más triste que un bar vacío, sentencia uno de los expertos consultados para la edición de las fotografías que acompañan a este texto. Pero en pueblos comoQuintanilla de las Viñas ese vacío se interpreta como algo consustancial a los meses de enero y febrero, por lo que en el interior de las cantinas, mesones, tascas y bodegas del mundo rural la vida nunca se para, con o sin  clientes. Por eso aquí no dicen complicado, dicen raro, cuando hablan del invierno de la covid. Y por eso todo está en su sitio dentro de La Cantinilla. Al día el calendario con la cita de El Principito que abre este texto, recto el diploma de la Diputación, planchados los manteles, frescas las flores secas...

A Víctor no le gusta salir riéndose en las fotos. Deformación profesional. La que arrastra de su segunda vida laboral. De la primera, como funcionario en excedencia, evita hablar. «No aguantaba lo de estar en la administración»,  porque «soy trabajador. Igual es un problema, o un vicio», piensa. La fotografía también ha sido siempre trabajo. «Si lo haces con ganas se convierte también en pasión, pero no deja de ser un trabajo. Igual que aquí», explica en una mesa de La Cantinilla.

Beatriz se contagió de esa ‘hiperactividad’ de Víctor en el camino vital que ambos enfilan con intensidad, ahora con menos ‘carga’ de responsabilidad, una vez que los hijos -él arquitecto, ella maestra- vuelan solos. «Y nosotros, activos, como siempre», afirma un Víctor con tendencia al laconismo.

Plato fuerte.
«Cantinero, tabernero, bodeguero o restaurador», adjetivo que ahora está tan de moda y del que osan abusar algunos, aunque sea un clavo ardiendo. «Trabajador», zanja Ludeña. «Nosotros hemos comido en tascas mucho peores que esta y hemos ido a estrellas Michelin» y por eso prefieren gustar a hacer caja. «Ganaríamos más dinero con un tinto peleón, un botellín y una bolsa de patatas fritas» pero ofrecen carta de vinos, vermús y cervezas. «Yo pongo en la mesa de comer lo que comería yo», apunta la cocinillas de Ruiz.

Apenas sabían de hostelería y ahora presumen de no haber leído más de 2 críticas malas sobre ellos al frente de La Cantinilla, pese a que el local tenga unos fluorescentes que sacarían de quicio a cualquier profesional de la fotografía. «Solamente se nos escaparon unos», se ríen mientras recuerdan la anécdota y arrugan la cara con mueca de repijo al que no le gusta lo que ve. Antes del coronavirus ya había mucho cliente sin olfato. Sin embargo, la gran mayoría valoran más la comida por el enclave.«Por aquí no se pasa, aquí tienes que venir», recalca Víctor, mientras reconoce que no sabe qué le dirá al influencer que se presente a pedir un plato de lentejas a cambio de una buena crítica. «Estoy esperando al primero que venga. Me parecen unos jetas», apostilla.

Hace 15 años no se hubieran planteado vivir en un pueblo. Pero, «ahora, ¿qué haríamos en Burgos? ¿Ir a caminar a Fuentes Blancas, como van todos? ¿pasearte por el Espolón y sentarse a tomarte un café? Nosotros aquí sacamos mucho más rendimiento a las caminatas por el campo. Aquí no necesitas de la ciudad, y además, la tienes a media hora», se explaya Beatriz.

«Pero a lo que vamos, reconduce Víctor, y a lo que está todo el mundo de la España vaciada y de llenar los pueblos, y de poner facilidades, que no las hay ni las pone nadie, para vivir en un pueblo... O eres niño y tus padres están ahí o eres mayor, como nosotros, y no tienes compromisos. Una pareja joven con niños no viene aquí. Eso es imposible», recalca para contar rápido los niños que hay en toda la comarca. Dos en Quintanalara.

«Esto de repoblar los pueblos tendría que ser con muchísima gente joven a la vez», aventura Beatriz. «¡Que no, que es imposible!», replica Víctor sin levantar la voz. «Esta es la España que todo el mundo ha vaciado. Las ciudades son las que están engullendo todo», apunta con desazón. En resumen, segúnBeatriz «se puede vivir bien en un pueblo siempre y cuando no estés obligada a estar de continuo».

Ni han buscado ni les han llegado facilidades, aunque no estarían enQuintanilla de las Viñas si tuvieran que pagar por ello. «¿En un pueblo como este?», se pregunta retóricamente sin carga despectiva, pues presumen de vecinos. «Si tú les haces un favor ellos te hacen cinco. ¡Qué no se enteren de que tienes dos troncos sin partir, porque te levantas por la mañana y te los encuentras partidos», confiesan. Desde su terraza con piedras de molino, no se divisa ninguna casa hundida. Todas perfectas, de bella piedra. «Lo que no hay es actividad, pero hay muchos vecinos que vienen a visitar su casa y siempre pasan por aquí. Mucho trasiego de gente que viene y va» y «todos son de lo mejor. Nosotros nunca habíamos tenido contacto con un pueblo y no hay ni una queja por nuestra parte de ninguno», apunta Víctor. «Es porque no somos de aquí ni conocemos la vida de nadie», replica ella. «Bueno, ahora sí», se sincera Víctor. Porque la barra la toma el pueblo, y las mesas las llena el turismo. De Bilbao, de Galicia, de Levante, Madrid y Castilla.

Postre.
Una pareja al uso estaría empezando a soñar con la jubilación a la edad a la que Víctor Ludeña y Beatriz Ruiz rellenaron, «medio en broma», el pliego para compaginar la fotografía por la gastronomía y al final parece que ganaron con el cambio del centro de Burgos por tierras de Lara. «Hacía mucho tiempo que no nos daban las gracias por nuestro trabajo. Últimamente eras un tendero más», concluye Víctor. Asume también que la fotografía es para gente más joven.

«Evidentemente, conectas más con una pareja si tienes 35 años que si tienes 60», reconocen así que los clientes se han tenido que reciclar y en vez de pedir reportajes piden el menú.

A su entender, «el corte del covid» ha sido fundamental para plantearse la retirada de la fotografía «quizás el año que viene» y centrarse en La Cantinilla. «O quién sabe, si sale un vendedor de fulares en Ibiza igual nos da. ¡Quién sabe! Si eres trabajador y tienes ganas, cualquier cosa».