Batalla contra viento y Noruega

Andrés Seoane / Burgos
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El burgalés Victoriano Martínez estuvo siete años enrolado en barcos de este país, que se niega a pagarle su pensión de jubilación alegando que no se empadronó en tierra

Es imposible plantarle cara a un gigante sin respaldo. Y muy duro tener que llevar a buen puerto esta ardua empresa cuando las manos peinan ya muchos callos de las épocas en que el salitre era el único aroma de los días, y la cubierta de la nave el terreno más firme en demasiadas millas a la redonda. Pero los hombres de mar saben de la crudeza, y la soledad, tanto como para no contar la palabra rendición como uno de sus tesoros. No obstante, hay luchas que desgastan y erosionan más que el incesante romper de las olas contra la roca.

Victoriano Martínez es uno de los cerca de 12.000 marineros españoles que engrosaron la tripulación de los barcos noruegos entre 1948 y 1994, y a los que ahora el Gobierno nórdico se niega a retribuir la pensión de jubilación. Este burgalés de 68 años explica en las páginas de DB que ellos abonaron religiosamente sus impuestos a la máxima administración estatal, y a la hora de pagarles «se hacen los longuis» escudándose en que no estaban «empadronados en tierra». «¿Pero cómo lo íbamos a estar, si estábamos navegando? ¿No teníamos su bandera allí en el barco? A mí me contrató el Gobierno noruego, y ahora, ¿qué pasa?», se pregunta con rabia.

En un periodo de 12 años, entre 1970 y 1982, Victoriano trabajó siete con contratos en naves nórdicas porque «estaba ocho o nueve meses en el mar y luego había tres o cuatro de vacaciones», que siempre aprovechaba para volver a Burgos. «En aquellos tiempos se ganaba un buen dinero, podías hacerlo», recuerda. En este tiempo, nunca faltó a su cita con el skatt (impuesto), que suponía «entre el 50% y el 55%» de su sueldo porque en Noruega «lo tienes todo por el morro, el transporte, la escuela...». Pero él, como el resto de marineros, no disfrutaba de los servicios prestados por el estado nórdico, precisamente, porque no pisaba su suelo. Y al cambio, el dinero que aportaron al erario público de aquel país no es nada desdeñable. «La moneda de entonces, la corona, equivalía a 16 pesetas. Grosso modo, allí una caña salía a 200 pesetas de los años 70, y aquí costaba 40 o 50», relata.

Victoriano denuncia que desde España no se ha defendido a los marineros afectados con la contundencia que requiere un caso de estas características, y critica muy duramente su modo de actuar. «El Gobierno de España me ha defraudado, no ha hecho nada», sentencia. Y va un paso más allá. «La administración que tenemos quiere a España, la adora, porque chupa. Pero a los españoles no nos pueden ver. A España la quieren porque tiene de todo, es riquísima. Cuanto más cogen, más hay. España es un filón. Ahora, a los españoles, no. ¿Qué han hecho? Que los españoles vayan sacando el bruto de la mina, y ya se encargarán ellos de...», esgrime contrayendo los dedos hacia la palma de su mano con sonrisa de picaresca.

Con un gesto que denota una lucha interna entre la convincente razón y la indomable fe, el marinero admite que no le queda esperanza de que le paguen su pensión y, tras una breve pausa, concede que «igual hay suerte...», para terminar con un tajante: «Pero no creo».

Considera como casi única posibilidad acudir al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), pero en su opinión es una contienda en desigualdad de condiciones. «Si vas a Estrasburgo, encima de que cuesta mucho dinero, te metes con una nación. Bruselas ha dicho que llevamos la razón, pero lo que interesa es una sentencia que diga que tenemos derecho a esa pensión», argumenta.

El caso de Victoriano no es de los más extremos, al haber dividido su carrera profesional en varias etapas y no ser la que pasó en Noruega la más larga. De hecho, antes de navegar los mares en sus barcos -«de pesca, transporte, petroleros... De todo»-, pasó cuatro años, de los 16 a los 20, como cabo especialista mecánico profesional en la Armada española, «en los tiempos de Paco», apunta.

Regresó a Burgos, viajó a Barcelona, se enroló en una nave con dirección a Canarias y allí desembarcó. «En aquellos tiempos, con 20 años y poco dinero, ya sabes... Un aventurero», se ríe. Un día, mientras caminaba por el puerto, acudió a un petrolero en el que buscaban un engrasador, y con sus conocimientos de mecánica subió a bordo para comenzar su experiencia en los barcos noruegos, de los que ya había oído hablar y que después le darían tantos quebraderos de cabeza. «Yo no sabía inglés, ni noruego, ni nada. Pero el capitán me preparó los papeles, y después ya al barco», cuenta. En su vuelta definitiva a Burgos, Victoriano se dedicó a la hostelería por la que hoy tiene una pensión que le permite seguir a flote.