Roberto Peral

Habas Contadas

Roberto Peral


Un toque cantábrico

26/07/2021

Un poco por honrar los orígenes de mi apellido, un mucho por hacer rabiar a esa facción de mi familia política que me acusa a toda hora y sin fundamento alguno de pegarme la vida padre, y otro tanto por huir de la canícula que envolvía la oficina de mis afanes en temperaturas ígneas, el caso es que uno decidió regresar este fin de semana al bendito litoral de Cantabria, que no todo van a ser padecimientos y rechinar de dientes en este valle de lágrimas por el que vamos transitando como buenamente podemos. Y no es por dar envidia, pero ha resultado una gloria pasearse por la playita a la hora de la bajamar, y merendar unas sardinas asadas mientras las olas acunaban los barcos pesqueros, y empujarse despreocupadamente un par de esos vinos blancos de solera que valen más que una misa cantada.

Por si todo eso no bastara, esta vez se me ha presentado la ocasión de añadir el comedimiento a la escueta relación de mis virtudes, pues en la vecina comunidad autónoma la noche, antaño oferente y pródiga, se clausura este verano a la una de la madrugada por orden gubernativa que uno, a la fuerza ahorcan, ha observado con disciplina franciscana y no poca pesadumbre. Así que, desvelado y sin nada mejor que hacer, di en alimentar pensamientos disolventes contra la administración española de justicia, que nos brinda últimamente un desconcertante espectáculo: al tiempo que los solemnes magistrados del Constitucional cargan contra el confinamiento domiciliario de la pasada primavera, dándoseles un ardite que la medida fuese aplicada en todo el planeta con el propósito de contener una pandemia asesina, algunos tribunales regionales bendicen ahora estrictos toques de queda en sus territorios, por juzgarlos asimismo necesarios para frenar la nueva ola del virus y sin necesidad de que se haya decretado el estado de alarma, ni el de excepción, ni el de ninguna otra maldita cosa. Quien lo entienda, que nos haga la merced de explicárnoslo.

Enredado en tales disquisiciones me sorprendió la amanecida, así que, por ver de mejorar mi humor, me acerqué a una taberna del puerto a desayunarme unos chipirones recién pescados. Y ocurrió que una cosa se fue por la otra, y volví a ver la vida de mejor color.