Carrusel de sensaciones

ALMUDENA SANZ
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Ana García, Ana Roncero, Fernando Ballesteros y Rubén de Miguel muestran emociones encontradas al observar la realidad escénica desde la atalaya de la pandemia. Alegría, incertidumbre, miedo, fortuna o indignación surgen en el análisis del sector

Ana García, Rubén de Miguel y Fernando Ballesteros rodean a Ana Roncero, sentada, en el jardín de La Parrala. - Foto: Luis López Araico

La primavera florece en el jardín de La Parrala y la tarde acompaña la celebración del teatro. Lo hacen los intérpretes Ana García, Ana Roncero y Fernando Ballesteros y el técnico de producción Rubén de Miguel. Los cuatro se sientan para hablar de su realidad ante el Día del Teatro, por el que todo el mundo brindó el sábado. Los minutos vuelan subidos a un carrusel de sensaciones. Del pánico a pensar que jamás volverían a saltar a un escenario a la emoción hasta la lágrima durante el reencuentro; desde el agradecimiento al apoyo de algunas, no todas, administraciones a la incertidumbre del qué pasará mañana; del temor al miedo del público a volver al patio de butacas al subidón por ver las rabiosas ganas de cultura... 

¡Que empiece el baile! ¿Con qué traje asiste el teatro a su fiesta?

«Oscuro», suelta Ana García, fundadora de Ronco Teatro, veterana de las artes escénicas burgalesas. Fernando Ballesteros, creador de Atópico Teatro y La Roulotte y actor en un porrón de compañías locales más, le pone un EPI, por la seguridad con la que danza. «Las medidas están siendo buenas, efectivas y útiles. Nos estamos adaptando a la protección que nos exige la pandemia», expone y es Ana Roncero, actriz con su propio grupo homónimo y ocasional en otras producciones, la que coge el testigo: «El sector está combativo. En Mercartes (foro de para los agentes de artes escénicas celebrado recientemente) se han pedido medidas que lo amparen y mantengan porque es muy importante, ha servido de mucho y debe seguir sirviendo. Estamos luchando». 

Cambia de tercio Rubén de Miguel, trabajador de Producciones Salas, empresa que da asistencia técnica en teatros, festivales y otros eventos. Saca a la pista al teatro con dos atuendos, «uno de artista circense, porque está haciendo equilibrios y malabares de todo tipo para seguir subiéndose al escenario y sentirse vivo, y otro de superviviente, de Rambo, porque está invirtiendo hasta su último esfuerzo, y con resultados, porque el mensaje de que la cultura es segura ha calado en el público e incluso en las instituciones». 

Llama la atención sobre la fortuna de Burgos al contar con los escenarios abiertos, algo que no pueden decir otras ciudades de España e incluso del resto de países de Europa, sin olvidar que, quizás, la clave esté en que un porcentaje muy alto son públicos (que implica otras lecturas). «Esta ciudad sí está apostando por mantener vivo el teatro, los teatros están funcionando», remacha y coge el hilo Roncero: «Sin ninguna duda, y es de agradecer hasta decir basta». 

El malo del espectáculo. Esa afirmación conlleva un reconocimiento al apoyo de las administraciones, a las que, al contrario de lo que se pudiera esperar, ninguno da el papel de mala de la película. Se lo otorga Ballesteros al miedo. «La acción de las instituciones es cuestionable, pero a mí me preocupa el miedo que ha calado en la población y puede afectar al futuro. Temo la desconfianza a teatros llenos, festivales masivos...», aventura. 

Roncero cree en la capacidad de adaptación del ser humano y apuesta a que también lo hará a esta nueva realidad. A la actriz zamorana afincada desde hace años en Burgos le asusta el mañana. «Ahora mismo las instituciones nos están amparando, abren teatros y ofrecen programaciones para que haya trabajo. ¿Pero qué pasará cuando esto se estabilice? ¿Cuál será la factura que tendrá que pagar el sector?», se cuestiona y se cuela De Miguel para sugerir que, entonces, quizás la mala sea la incertidumbre. 

Vuelve García a esa adaptación del ser humano a las circunstancias. Cree que es así y no le gusta. Al contrario. «Nos acostumbramos a llevar mascarilla, a no ir al teatro... Si hay propuestas te animas, la inercia te lleva, se crea un gusanillo, pero si no las hay, buscas alternativas, ahora todo el mundo se ha lanzado al senderismo. A mí me da miedo que nos acostumbremos a no volver», reflexiona y admite que ella ha sentido esa pereza: «Y si a mí que me gusta el teatro me supone un esfuerzo. ¿Al público?». 

Pero la agenda sí se mueve. Ha habido donde elegir y para distintos públicos. Ahí sitúa De Miguel una oportunidad. «Estamos en un momento en el que de las pocas opciones que tiene el público de ocio, aprendizaje o acto social que se ha demostrado que es seguro es acudir a un teatro. Quiero pensar que hay personas que se han animado a ir más que antes y que las instituciones, que sí han programado, podían haber aprovechado este momento para potenciar su visibilización», se explaya y lamenta que, por falta de esa promoción, haya quien aún hoy piense erróneamente que los teatros están cerrados. 

«Es un buen momento para vender mejor qué hacemos», apostilla y conviene con él Roncero, a quien, por otra parte, no extraña que no se haya hecho: «Para esto hay que ser más ágil y las administraciones no son nada ágiles, no responden inmediatamente a una necesidad, llevan su proceso y tiempos». 

¿Un rayo de luz? Entre tantas sombras también afloran luces. Ballesteros enciende una en la puesta en valor de su trabajo. «El público valora mucho más lo que hacemos y se enfrenta al espectáculo con más respeto que antes. La gente se ha dado cuenta del valor de la cultura y la importancia de lo que genera: comunicación, emoción...». 

Puestos a iluminar, De Miguel advierte la visibilización de la precariedad del sector, el de encima y el de detrás de las tablas. Otra cosa es que se le ponga remedio. «Esto ha sido positivo porque la gente se ha dado cuenta de esta realidad, que es muy particular. Como es de supervivientes hay mucho autónomo, micropyme y cooperativas. Hay tantas realidades diferentes que es difícil armonizar medidas que vengan bien a todos», traza y le da la razón Ballesteros. 

Roncero mira a Francia y su legislación, que sí contempla la intermitencia en el trabajo de la mayoría de estos profesionales. «Cuando la maquinaria rueda, técnicos, figurinistas, escenógrafos, iluminadores van muy bien, pero cuando se para, los primeros que se caen son ellos. Las ayudas vienen a las empresas, incluidos los autónomos, pero no a los profesionales que están intermitentes», anota. «Las compañías no tienen suficientes recursos para dar estabilidad a sus trabajadores, a actrices y técnicos que contratan puntualmente para una función, y es angustioso», completa García. 

¿Servirá esta visibilización para solucionar este sistema laboral? Tienen sus dudas. Algún optimista, léase Ballesteros, cree que sí. 

Y ahí sonríe De Miguel: «Es paradójico porque, precisamente, esta situación ha influido para que el sector haya seguido funcionando en España» . 

Bromean con esa precariedad que ha tocado el corazón de las instituciones y las ha hecho reaccionar para no dejarlos caer. «Es muy de agradecer la programación que hizo este verano el Instituto Municipal de Cultura, vale mucho esa sensación de apoyo, de pensar que alguien está pensando que nos vamos a morir de hambre si no trabajamos», expone Roncero y Ballesteros mete en esta ronda de aplausos a la Fundación Caja de Burgos. 

«En este sentido, quien no está tirando para adelante es la Diputación. Se ha cruzado de brazos», apunta García. Y todos asienten. «En 2020, no hizo absolutamente nada, ya no por mejorar la situación de las compañías, sino por la programación cultural de los pueblos», arremete Ballesteros.

Una inacción de la Diputación que se une el miedo que sigue habiendo en los pueblos a programar. Algo que, mucho se temen, tiene difícil solución. «Y son muchas las compañías que trabajan en verano en ese circuito».

De Miguel echa un cable a la institución provincial y aprecia la recuperación del Festival de Clunia. Roncero secunda, pero tiene claro que «la Diputación no puede pensar que su política cultural se reduce a esta cita, que sí es importante». 

En la bola de cristal. La impulsión creativa de los escritores, de los diseñadores, de los cantantes, de los actores, de los músicos y de los directores no será jamás estrangulada y en un futuro muy cercano se desarrollará otra vez con fuerza y con una nueva manera de ver el mundo, dice la actriz Helen Mirren en el mensaje del Día Internacional del Teatro este año. ¿Qué ven Ana García, Ana Roncero, Fernando Ballesteros y Rubén de Miguel cuando se asoman a su bola de cristal? 
La previsión arranca azul oscuro casi negro, pero, finalmente, se aclara y explota luminosa y emotiva, sin perder de vista la realidad. 

García y Roncero convienen en que depende del momento y de que es necesario ir partido a partido. «Somos compañías muy frágiles, que con un suspirito nos vamos a la porra, no sé siquiera si veo el futuro. Por bienestar personal, me dedico solo a lo que pasa hoy», pone palabras la segunda a su filosofía. 

A los próximos tres años fía su suerte Ballesteros. «En este tiempo, los grupos de teatro tenemos que hacer todo lo posible por recuperar ese público caído por la pandemia y para conseguirlo necesitamos que las instituciones nos den un empujón en las programaciones», entona al tiempo que ve una oportunidad en la apuesta por el aire libre. Levanta ahí la mano Ana García y le recuerda que vive en Burgos. El actor bromea con el cambio climático como aliado. 

Roncero deja a un lado la meteorología y reanuda el discurso de su colega para observar que estos años no serán un camino fácil de transitar. «Si esto me pilla con 30 años me pongo el mundo por montera, como he hecho muchas veces, ya he vivido muchas crisis, pero ya te cansas», confiesa. 

Para pecar de happy flower pide permiso De Miguel. «Cuando esto se solucione habrá mucha energía y fuerza para que surjan nuevos proyectos, iniciativas e ilusiones», lanza enérgico y alude a esos locos y felices años 20. 
La bola de cristal empieza a dejar el blanco y negro para coger color. 

Se saben en la cuerda floja y tienen a la incertidumbre como un pertinaz Pepito Grillo, pero también permanece latente el miedo a no subir a un escenario de los momentos más duros. Por eso gozar es una obligación. «Ahora cada vez que hacemos un bolo es una celebración. Antes lo daba todo, pero ahora multiplicado por tres», enfatiza García y Roncero vira la mirada al patio de butacas: «A mí me produce un grandísimo placer ver que la gente quiere ir al teatro y está ahí».

Es De Miguel, que ve las tablas entre cajas, quien los hace ver que «el escenario es uno de los pocos espacios de libertad». Se emociona el resto. «Es como antes, es como volver a la vida», irrumpe Ballesteros, que sí echa de menos las cañas de después. «¡Te lo quitas todo y te tocas!», se cuela la voz de Roncero. «Terminas de montar, te maquillas, te quitas la mascarilla y vuelas, te sientes libre. Es un subidón», ilustra la actriz de Ronco, que se sacude el pesimismo y prosigue: «Una cosa maravillosa ha sido el reencuentro con los actores, con el teatro, con las luces... ¡Un placer! Se caen las lágrimas de emocioncilla». El regocijo se extiende y todos salen a la pista de este Día del Teatro con una seguridad: «Estamos vivos».