Buscando al padre desesperadamente

Charo Barrios
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El escritor argentino Santiago La Rosa se embarca con 'La otra hija', de la editorial Sigilo, en una indagación sobre el ejercicio de la paternidad en un estilo muy cercano al 'thriller'

El autor de 'La otra hija', Santiago La Rosa.

El de la paternidad es uno de esos asuntos sobre los que la literatura ha vuelto una y otra vez, un género con identidad propia dentro del cual la muerte del padre es un subgénero que también presume de fuerte personalidad. 

En ocasiones, el interés del escritor no tiene nada de autobiográfico, simplemente, considera que ese es un buen asunto. Otras veces sí, un hombre, el autor, pierde a su padre y eso desencadena una reacción: el duelo, las verdades tanto tiempo ocultas, etcétera.  

«Desde muy chico leí esos libros con fascinación», dice Santiago La Rosa (Buenos Aires, 1987), que cita de corrido a los autores responsables de ese increíble hechizo: Paul Auster, Philip Roth, Aram Saroyan, Karl Ove Knausgard, Pascal Bruckner, John Burside, Mauro Libertella... firmantes, todos ellos, de libros de hijos con padres más o menos célebres, en definitiva, más o menos fallidos.

En su caso, el desencadenante fue el nacimiento de su propia hija, un acontecimiento feliz que le llenó de aprensiones. Alguien dijo que, cuando traes un hijo al mundo, pones en marcha una fábrica del terror; quizá la afirmación resulta increíble por hiperbólica, pero lo cierto es que los padres primerizos han de plantearse cuestiones y empiezan a alimentar preocupaciones antes inexistentes, no dejan de pensar en el cuidado del recién nacido y en lo que se habrá de transmitirle.

 

Línea a línea

«Por eso me interesaba escribir una novela que fuera una búsqueda sobre el modo de ser padre», asegura con toda sinceridad La Rosa, que en la obra es, a la vez, padre e hijo. Su papel primero, el de progenitor, lo va aprendiendo conforme avanza en la escritura. En cuanto al segundo, el de vástago, se va redefiniendo línea a línea porque su padre resulta no ser quien decía ser y, en paralelo, el hijo que él mismo fue va dejando poco a poco de existir.

Y así, La otra hija repite un movimiento millones de veces registrado en la vida, y no tantas, pero sí muchas, reflejado en la literatura: atravesamos la fachada de los padres para salir del lugar del hijo y valoramos lo que tenemos que dejar fuera para sostenernos como padres. 

La otra hija es, por todo ello, una novela realista e incluso costumbrista y, también, una suerte de ficción policiaca, negra. Realista y costumbrista por razones obvias: las relaciones que se describen son las que tantos lectores identificarán, y las cosas de las que allí se habla (ir al cole, cambiar pañales, alimentar al bebé) son acciones cotidianas. 

Sin embargo, La Rosa asegura que la búsqueda del protagonista, el redescubrimiento del padre, «se articuló casi como un thriller donde lo que se encuentra tiene algo ominoso, que le resulta imposible de soportar, una verdad o una historia que amenaza con romper todas las estructuras que sostenían al narrador». 

En la trama tiene un papel pasivo pero relevante George Ohsawa, creador de la macrobiótica, quien decía que toda cara tiene su cruz, y que cuanto mayor es el frente, más grande es su lado oscuro. 

Y eso aplicado al caso que nos ocupa, la cara es la familia feliz o (quizá sería más correcto decir) razonablemente feliz, al menos, de cara a la galería, con un pater familias de personalidad abrumadora, garante de estabilidad, proveedor de seguridad… hasta que un día deja de serlo.

La cruz, el lado oscuro, es lo que no se sabe, o se sabe y no se explicita, una amenaza presentida, lo enterrado que perturba e inquieta porque detrás del cotidiano de los asuntos familiares está latente la posibilidad de su destrucción.

Ni qué decir tiene que la búsqueda obsesiva del padre, al que se quiere localizar física y geográficamente, pero, sobre todo, se quiere conocer y entender, afecta a la relación que el narrador establece con su hija pequeña y con su pareja. 

Buscando a un padre que se revela como un perfecto extraño, el protagonista de esta entrañable historia redefine la relación con su hija; la figura ausente condiciona la paternidad presente. 

Mandatos y amenazas

«Al final nos relacionamos con palabras, recuerdos que son frases, mandatos, amenazas y restos. Y eso puede estar presente para siempre, podemos escaparnos de una persona, de una agresión, de una situación traumática, pero a veces nos da la sensación de que no hay escape posible», recalca el novelista bonaerense, que también ha hecho las labores de editor a lo largo de su carrera, lo que da idea de su carácter luchador. Y es que si nadie creía en él, para eso estaba La Rosa.

En la novela, el narrador-que-es-hijo no acaba de calibrar cabalmente la verdadera trascendencia de lo que pasó, pero esa tragedia altera al narrador-que-es-padre. «De algún modo, lo que mueve el libro es la intención del narrador de hacer algo distinto como padre de lo que hicieron con él como hijo», sostiene el escritor, que ha contado con el apoyo de Sigilo. 

Se podría decir que el mensaje de La otra hija es más que claro: Hacer las paces con quien ya no está para nunca declarar la guerra a quien acaba de llegar. Parece tarea sencilla, pero en absoluto lo es. Seguro que el lector disfrutará con un libro realmente sorprendente que engancha desde la primera hasta la última pagina.