¿Un sueño imposible?

Agencias-SPC
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Biden pretende recuperar un dudoso y prácticamente obsoleto modelo liberal global en el que la Casa Blanca vuelva a ponerse al frente del orden mundial

¿Un sueño imposible? - Foto: TOM BRENNER

Una de las promesas de Joe Biden durante la campaña electoral y en su discurso de investidura fue que intentará rescatar el orden liberal global, que durante más de siete décadas garantizó la supremacía de Estados Unidos y que su antecesor, Donald Trump, intentó desbaratar en sus cuatro años de mandato. Es uno de los grandes retos del nuevo inquilino de la Casa Blanca, que busca recuperar una situación que podría ser un mero espejismo del pasado. 

«Repararemos nuestras alianzas y nos implicaremos en el mundo de nuevo, no para responder a los desafíos de ayer, sino a los de hoy y de mañana», insistió el demócrata, quien, en su plan por revertir el legado de Trump, sostiene que EEUU volverá a su política exterior tradicional, es decir, a la colaboración con sus aliados de siempre, y a los organismos y tratados internacionales de los que el republicano sacó al país durante su legislatura.

Apenas lleva unas semanas en el poder -tomó posesión de su cargo el pasado 20 de enero- y el presidente norteamericano se ha topado con una incómoda pregunta: ¿Es posible volver atrás o el orden liberal global es ya solo un sueño?

Para el analista James Traub, el concepto de orden liberal se ha quedado «obsoleto», porque Occidente ya no dicta las normas y durante las últimas décadas China ha demostrado que tiene poder para moldearlas a su antojo, aunque de vez en cuando le convenga seguirlas.

«Puede que se haya quedado obsoleto todo ese sueño de un sistema internacional liberal y global, un sistema en el que todo el mundo más o menos sigue las ideas de libre comercio, libre movimiento de capitales, libre movimiento de la población y, hasta cierto punto, liberalismo político», argumenta Traub.

La idea ganó fuerza cuando en 1989 el politólogo estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama publicó un artículo titulado El Fin de la historia, en el que proclamaba que el modelo del liberalismo capitalista de Washington había triunfado y dominaría el mundo ante la ausencia de un rival, encarnado en el comunismo y la Unión Soviética.

«Todos estábamos equivocados», admite ahora Traub.

 

Reminiscencias del pasado

Como el resto de su generación, Joe Biden es producto de su época: nació en 1942 en un país que se veía como el héroe de la Segunda Guerra Mundial y creció en la década de los 50, cuando Washington se adjudicó el papel de benevolente guía de Occidente ante la malvada Unión Soviética.

Ahora, ya pasado más más de medio siglo y hasta cierto punto, el mandatario reconoce que el mundo es «multipolar»; pero sigue creyendo que debe «poner Estados Unidos a presidir la mesa» de las naciones, una idea que desarrolló en un artículo publicado hace un año en la revista Foreing Policy y que llevaba el significativo título de Por qué EEUU debe liderar de nuevo.

Su empeño por guiar al mundo se plasma en las figuras que ha elegido como secretario de Estado, Antony Blinken,  y asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, ambos defensores del «excepcionalismo estadounidense», es decir, la idea de que el liderazgo de la potencia norteamericana es indispensable para que el mundo sea libre.

Además, el mandatario demócrata quiere convocar una «cumbre por la democracia» en la que dirigentes mundiales busquen formas de fortalecer ese sistema de gobierno frente a amenazas como la corrupción, la desinformación y el autoritarismo.

La reunión busca marcar un contraste con Trump, alejado de la comunidad internacional y que confraternizó con líderes populistas en Europa y dictadores, como el norcoreano Kim Jong-un; pero Biden aún no ha definido cuál será su objetivo ni si se invitará a países donde la democracia se ha debilitado en los últimos años, como Turquía o Polonia.

 

Supremacía militar

Esas ideas sobre democracia y liderazgo estadounidense han despertado preocupación entre algunos pensadores, que temen que Biden aliente el movimiento neocón que jaleó las intervenciones en Irak y Afganistán de George W. Bush (2001-2009) y perpetúe el modelo de dominio militar que Washington ha promovido desde el fin de la Guerra Fría.

«Durante los últimos 30 años, la base de la política exterior de EEUU ha sido el convencimiento en Washington de que solo existe un superpoder. Y que, en particular, Estados Unidos es ese superpoder por su enorme poder militar», afirma el coronel Andrew J. Bacevich, historiador y experto en relaciones internacionales.

A su juicio, esa concepción del mundo ha tenido consecuencias «catastróficas» para la potencia norteamericana y fue responsable, en parte, de la elección en 2016 de Trump, quien supo ver hasta qué punto parte de la población se había hartado de las intervenciones en el extranjero.

Romper el círculo

Ahora, Biden tiene la oportunidad de poner fin a la idea de que EEUU es un superpoder por su supremacía militar, y a cambio resolver problemas dentro del país, como las tensiones raciales; pero ni Bacevich ni el historiador Stephen Wertheim están seguros de que vaya a hacerlo.

«Creo que sus asesores no tienen intención de romper ese círculo de dominio militar», opina Wertheim, quien, sin embargo, cree que la visión del demócrata sobre el mundo ha cambiado en los últimos 15 años y, cada vez, alberga más dudas sobre el uso de la fuerza.

Por ejemplo, como su predecesor, el ahora mandatario prometió durante la campaña electoral que acabaría con las «guerras eternas» de EEUU y, cuando ejercía como vicepresidente de Barack Obama (2009-2017), se opuso al incremento de tropas en Afganistán y la intervención en Libia.

Aunque habla de restaurar el liderazgo global de EEUU, el veterano político parece decidido a priorizar la cooperación para resolver la pandemia y la crisis climática y, por ello, lo primero que hizo fue evitar la salida de su país de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y devolverlo al Acuerdo de París.

El gobernante sabe que no puede resolver esas crisis sin China y ha dejado claro que está dispuesto a cooperar con el gigante asiático en algunos asuntos, mientras compite en otros.

Pese a las buenas intenciones, conviene no olvidar que más allá de las ideas, los inquilinos de la Casa Blanca muchas veces no eligen sus cartas, ni los conflictos con los que tienen que lidiar y la suerte -o el destino- deciden cuál será su política exterior. Ahora Biden tiene cuatro años por delante.