El escritor y cómico que aprendió a hacer cine

Ignacio Moreno
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La plataforma Filmin ofrece casi 40 películas de Woody Allen, que acaba de publicar su autobiografía en 'A propósito de nada', un libro delirante que engancha como sus películas

Si no hubiera sido por el cine, es posible que Woody Allen nunca hubiera salido de Nueva York. Resulta fácil imaginarlo subido al escenario de uno de esos bares de mesas redondas con tenues lamparitas, desgranando su humor sobre parejas de mediana edad y crisis existenciales en la madurez. O quizá escribiendo chistes para otros autores, actividad en la que comenzó como profesional con tan solo 15 años. Sin embargo, el celuloide se interpuso en su camino, y desde entonces su pequeña figura creció hasta convertirse en uno de los grandes iconos de la gran pantalla de todos los tiempos.

Su filmografía comienza a finales de los 60, y sus primeras películas (Coge el dinero y corre, Bananas, Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar) son una sucesión de parodias y sketches, lúcidos y absurdos, en los que el propio Allen juega con sus inseguridades y fantasías sobre el amor, el sexo y la muerte, temas que serán la tónica de su carrera.

Pero no fue hasta la mitad de los 70 cuando su trabajo fue tomado en serio. Con Annie Hall, Interiores y Manhattan, el público descubrió a un cineasta capaz de hacer no solo sátiras, sino de abordar una multiplicad de argumentos encuadrados en historias de parejas neoyorquinas de clase media, adoptando un amplio rango de estilos y registros, y encontrando nuevas formas de expresión, con largos diálogos, escenas frescas y aparentemente improvisadas y una enorme capacidad para la fotografía y la dirección de actores. Con Annie Hall, junto a su entonces inseparable (aunque ya expareja) Diane Keaton, ganó sus primeros Oscar, al mejor guión, director y película, además de conseguir para ella el de mejor actriz.

En la siguiente década aparece un Allen más oscuro, sombrío y reflexivo, con dramas personales y comedias tragicómicas. La influencia de directores europeos, especialmente de Fellini y Bergman, se deja ver en Memorias de un seductor, Hannah y sus hermanas, Días de radio o Septiembre. Por esta época comienza a trabajar con Mia Farrow, su nueva musa. Un romance de 12 años que acabó con acusaciones de abuso de menores, concretamente de Dylan, una de sus hijas adoptivas. En A propósito de nada (Alianza), sus recientemente publicadas memorias, Allen señala: «Hay gente que cree que yo podría abusar de un menor, pero también hay quien cree que Obama no es americano». En el libro, el neoyorquino asegura que aquello fue un montaje de su ex por haber empezado una relación con Soon-Yi Previn, otra hija adoptiva de Farrow. 

 

Más amable y divertido

Trabajador incansable (se dice que, aún hoy, es capaz de pasarse 15 horas al día escribiendo), a raíz de esta nueva relación, su cine volvió a ser más amable, abierto y divertido, con películas tan adictivas como Misterioso asesinato en Manhattan, Todos dicen I love you, Midnight in Paris o Match Point, producción que le sacó de Manhattan (se rodó en Inglaterra) y de la que asegura ser la preferida de toda su carrera. Sin olvidar Vicky, Cristina, Barcelona, una comedia ligera, con Javier Bardén y Penélope Cruz como protagonistas, y con la que la madrileña consiguió un merecido Oscar. 

En total, la producción de Woody Allen abarca alrededor de 50 películas (lo que supone una media de prácticamente una al año), a la que hay que sumar obras teatrales, algunos libros e incluso una ópera, sin olvidar su adorado clarinete, que toca habitualmente en clubes de jazz. A pesar de todo, muy poco se sabe de la persona que hay detrás de ese personaje neurótico, nervioso y frágil de sus películas: en su autobiografía asegura ser un tipo atlético «capaz de coger una pelota de fútbol americano y lanzarla a un kilómetro y medio».