"Es lamentable el cierre de trenes sin reacción ciudadana"

H.J.
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Antonio Melón Valcárcel es uno de ellos y esta es (parte) de su historia

Antonio Melón Valcárcel. - Foto: Daniel Canas

*Este artículo se publicó en la edición impresa de Diario de Burgos el 27 de julio de 2020.

La imagen es típica y tópica, pero él la describe tal cual: "Cuando tenía 8, 9 o 10 años ya me quedaba embobado viendo pasar a los trenes desde la ventana. Unos familiares tenían un apartamento en la playa, en el litoral, por allí pasaba una línea y me tiraba horas contemplando las locomotoras y la composición de los vagones".

Así rememora Antonio Melón Valcárcel, ‘Tono’ para los amigos, los inicios de una afición ferroviaria que ha mantenido hasta el día de hoy, cuando ya está prejubilado, y que le convierte en uno de los mayores expertos locales en el mundo de los trenes. Cuando se pone a hablar de modelos y de líneas la base de datos de su cerebro resulta abrumadora, tanto como la pasión que le pone a todo este mundillo.

Nació en Barcelona hace 65 años, hijo de padres gallegos emigrados tras la Guerra Civil que regentaban una tienda de artículos de regalo. De ellos heredó la multiculturalidad porque en casa hablaban el idioma de Rosalía de Castro y en el patio del colegio los niños se comunicaban en catalán. Cursó el bachillerato, hizo estudios de ingeniería industrial y pronto entró a trabajar en el extinto Banco Hispano Americano, donde se especializó en la parte de empresas.

Vendía leasing, renting o factoring, "todas esas cosas que acaban en ing", explica, productos financieros especializados que le abrieron la oportunidad de venir a Burgos en 1983 para poner en marcha una oficina.

Ya sabía de la capital del Arlanzón como una ciudad de parada y fonda durante sus viajes familiares entre Galicia y Cataluña, pero no se imaginaba que aquí iba a conocer a la que todavía es su esposa e iba a formar una familia. De nuevo aparece el tópico en la vida de Melón: llegó para instalarse en Burgos un 14 de febrero y, sorpresa, nevaba: "Me acuerdo que yo venía con un traje pero sin mucho más, no me esperaba aquel frío y me fui a Galerías Preciados, lo que hoy es el Corte Inglés de la calle Moneda, para comprarme ropa de abrigo".

Se asentó, tuvo a su primera hija (la segunda nacería en La Coruña, donde lo destinaron durante unos años) y rápidamente entró en contacto con el entramado empresarial local. "Me recorría los polígonos, acostumbrado a Barcelona aquí me parecía que no había distancias y en 10 minutos podías desplazarte de una cita con un cliente a otra, y así me hacía 6 o 7 en una mañana", relata.

quedar en los bares. Le sorprendió para bien el fuerte tejido empresarial de la ciudad para su relativamente pequeño tamaño, el interés de los emprendedores burgaleses por modernizarse para ser competitivos y la costumbre de cerrar tratos ante una caña o un café junto a la barra de cualquier establecimiento. "A mí me chocaba eso de quedar con un cliente en un bar, me resultaba muy raro al principio, y también la frialdad inicial de los castellanos aunque después he hecho grandes amigos aquí".

La vida de calle y sus contactos profesionales pronto le llevaron a tener un montón de conocidos y a integrarse en una ciudad donde vendió muchos productos de financiación para maquinaria industrial y bienes productivos. Le tocó en muchas ocasiones instruir a los empresarios en cuestiones financieras, asegura que él trataba siempre de ser transparente desde el primer minuto en cuanto a comisiones, gastos extra y demás sorpresas habitualmente vinculadas a estas operaciones, y al mismo tiempo conocía el trabajo de un montón de pequeñas o medianas sociedades "que te permiten aprender y tener una riqueza personal".

Tras su experiencia gallega, en el año 95 volvió a Burgos y de aquí no se ha vuelto a mover, trabajando como agente autónomo para Bankinter hasta hace 5 o 6 años que se prejubiló. Su afición ‘trenera’, la que nunca ha abandonado, le permite seguir manteniéndose activo y muy atento a todas las novedades, tanto las positivas como las negativas.

Aquel niño que en Barcelona empezó a comprarse los horarios de Renfe y trenes en miniatura, o que discutía con sus amigos sobre las composiciones de los convoyes que pasaban por Mataró o por Sant Boi, creció y amplió su formación mediante libros y lecturas ferroviarias. "Otros saben mucho de fútbol, de golf o de catedrales. Yo sé bastante de trenes", reconoce divertido.

Con una base más que consolidada, encima tuvo la suerte de llegar a una provincia donde por aquel entonces todavía pasaban cuatro líneas: la Imperial (Madrid-Irún), el Santander-Mediterráneo, el Directo por Aranda y el Valladolid-Ariza que atravesaba la ribera del Duero. Ahora solo queda la primera de ellas.

"Es lamentable la pérdida de peso ferroviario que ha vivido Burgos. El castellano normalmente presenta escasa oposición a las decisiones que vienen de fuera y se han ido cerrando líneas sin una reacción ciudadana en defensa de los trenes. Es una pena", se lamenta.

La extinta abuaf. Antonio ha vivido ese declive en primera persona. Fue uno de los promotores de la Asociación Burgalesa de Amigos del Ferrocarril (ABUAF) y posteriormente de la Asociación para la Recuperación del Patrimonio Ferroviario (ARPAFER). La segunda sigue luchando por sacar adelante proyectos como el ferrocarril histórico en el tramo del Santander-Mediterráneo que sobrevive entre Salas de los Infantes y Castrillo de la Reina, pero la primera desapareció.

ABUAF tenía un pequeño local como sede social en la antigua estación de trenes y llegó a organizar dos exitosas exposiciones, una sobre los 75 años del S-M y otra sobre los 150 años de la llegada del tren en Burgos, que contaron con 6.000 visitantes cada una. Puso en marcha también charlas y pequeñas muestras locales, pero con el cierre de la vieja terminal ADIF les mandó a una oficina en la estación de mercancías de Villafría cuyo alquiler ni siquiera eran capaces de costear con las cuotas de los socios. Se disolvió hace dos años.

Ahora desde ARPAFER siguen empeñados en dotar de algún uso turístico al viejo trazado del ferrocarril a su paso por la sierra de la Demanda, pero como sucede en tantas ocasiones se están topando con la burocracia que implica estar pendientes de permisos y ayudas del Gobierno (vía Renfe), las instituciones autonómicas y locales, aunque Melón destaca el papel de los ayuntamientos como "los que más nos apoyaron en su día" para intentar poner en marcha un objetivo con el que no se rinden.

Este apasionado de los raíles y las traviesas lamenta sobre todo el abandono al que en los últimos años se ha sometido a las líneas de ferrocarril convencional. "El desarrollo de la red de alta velocidad no ha beneficiado al conjunto de la red porque se ha dejado de invertir en el necesario mantenimiento de muchos kilómetros", explica. Por eso ahora hay tramos en los que los trenes ‘normales’ podrían circular a 140 o 160 kilómetros por hora, sin necesidad de ser AVE, y sin embargo tienen que pasar a 80, 60 o incluso 30 kilómetros por hora porque un bache concreto o una curva traicionera no se han reparado.

Sin embargo, Antonio no pierde la esperanza de que la llegada de la alta velocidad revitalice el uso ferroviario en la capital burgalesa. Él recuerda que fue uno de los defensores del desvío frente al soterramiento por los problemas técnicos y la incertidumbre económica que suponía mantener las vías a su paso por el centro de la ciudad, pero ahora mismo la Rosa de Lima Manzano se ha convertido en un gran edificio que está demasiado lejos de la ciudad: "Nosotros defendimos que se ubicara donde ahora está el nuevo hospital, porque entonces la idea seguía siendo la remodelación del viejo General Yagüe. Ahora tenemos una estación bien comunicada con el G-3 o con Gamonal, con un acceso cómodo, pero que para llegar hasta ella hay que pagar un taxi que cuesta casi tanto como un tren regional a Valladolid. Y la alternativa es un autobús que tarda 40 minutos desde la plaza de España, casi lo mismo que el posterior trayecto entre Burgos y Miranda de Ebro en el tren".

Todo esto, reconoce, ha provocado en la ciudad una "cierta desafección" a viajar en este modo de transporte. Su deseo es que con la llegada, por fin, de la alta velocidad vuelva a recuperar el pulso pensando sobre todo en la conexión con Madrid, con el País Vasco aunque no esté terminado el tramo a Vitoria y en los viajes hacia el levante y el sur de España, una vez que se complete el túnel Chamartín-Atocha y Madrid sea de nuevo una ciudad "pasante", como dicen los ferroviarios. "Ya era así hace unos años con ejemplos como el Bilbao-Málaga, el antiguo tren Picasso", apunta.

Mientras llega ese esperado momento en el que un burgalés pueda subirse a un tren de alta velocidad, insiste en la necesidad de un buen mantenimiento de las vías convencionales y en que, bien gestionado, el ferrocarril puede ser una forma de transporte muy competitivo. "Ni siquiera son necesarias grandes inversiones en material. Ahora mismo algunos trenes son desproporcionadamente de ‘lujo’ para la demanda que existe. Por eso nosotros en su día propusimos lo que llamamos "Tamagochis", vagones únicos con 70 plazas que bastaría para cubrir algunos servicios. Lo importante sería entender que hay soluciones intermedias, que se pueden hacer actuaciones de forma transitoria sin demasiados problemas y que, hasta que llegue por ejemplo el AVE a Vitoria, podamos ser capaces de circular a 140 o 160 kilómetros por hora, que no estaría mal". Desde luego que no. Eso ahora parece ciencia ficción a la vista del estado actual de las vías.

Afición coral. No solo de trenes vive el hombre, aunque aparentemente ‘Tono’ bien podría hacerlo, así que él cultiva en paralelo otra afición ‘cultureta’. Forma parte hace años de la Coral Canticorum del Jesús María, colectivo que le ha permitido desarrollar más contactos en la ciudad y con la que ha conocido y aprendido a querer piezas de la música clásica, contemporánea, burgalesa y castellana.

Se siente "muy burgalés", según confiesa, pero no ha olvidado sus orígenes catalanes. Desde la distancia ha seguido los avatares del ‘procés’ y de las tensiones políticas y sociales que ha conllevado, aunque él le resta gravedad quizás por haberlo vivido también desde el otro lado de la barrera. "Aquí se ven como extrañas o raras cosas que allí parecen menos, se habla habitualmente de esto desde hace muchos años y el problema catalán no está cerrado, pero si las personas tuvieran más conocimiento unas de otras verían los problemas de otra manera porque cada uno tiene sus argumentos".

Llegado el caso, sería partidario de llevar a cabo un referéndum "para que la gente se manifieste y diga lo que quiere para el futuro de la relación entre Cataluña y el Estado". Palabra de un catalán con mucho seny.