Vigía en un mar blanco

ALMUDENA SANZ
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Atalaya casi inaccesible, con origen en el siglo IX, su actual perfil data del XIV. Escenario de curiosos episodios históricos, se erigió en la mejor ubicación para el control de las salinas que la rodeaban

Vigía en un mar blanco - Foto: Luis López Araico

El mar de nubes que se extiende más allá del caserío de Poza de la Sal una mañana de otoño facilita a la imaginación viajar en el tiempo y vislumbrar el manto blanco que rodeaba a su castillo cuando sus salinas aún eran una de las principales abastecedoras del omnipresente condimento y esta atalaya el perfecto lugar para su control. Pero ya hace mucho que estas se redujeron a su mínima expresión -cuatro eras quedan de las 2.000 que hubo- y la fortaleza ya solo se contonea como uno más de los atractivos turísticos de la cuna de Rodríguez de la Fuente. 

Una vez superada la carretera que serpentea desde el pueblo hasta la explanada de entrada, la barbacana se impone como un gigante surgido de la roca. El visitante se siente pequeño, más aún cuando conoce la intensa historia de esta construcción que mandó levantar Diego Porcelos en el siglo IX para frenar el avance musulmán, aunque su perfil actual data del siglo XIV, cuando la villa se convierte en señorío de la familia Rodríguez de Rojas. Las tropas francesas lo restaurarían a su gusto en 1808 y en 2007 volvería a entrar en quirófano para una última rehabilitación. 

A la vez que suben los escalones tallados en la misma roca hacia la puerta, siempre abierta, los pasos se adentran en el túnel de tiempo. Y se empiezan a escuchar lamentos de prisioneros, jaleo de mesnadas, el ruido lejano de los trabajadores de las salinas. Varios capítulos de la historia de la comarca se escriben en este escenario. 

Sus piedras fueron prisión para los embajadores de la Liga Clementina (Francia, Milán, Florencia, Inglaterra y Venecia) por orden de Carlos I, entre enero y mayo de 1528, una experiencia narrada por el veneciano, Andrea Navaggero, en su obra Viaje por España. 

Su papel defensivo queda patente durante la Guerra de la Independencia. La llamada Acción de Poza enzarzó al ejército del general francés Palombini, guarnecidas en el castillo, y a la guerrilla de Francisco Longa y Juan de Mendizábal. Cuentan las crónicas que al galo, sorprendido en plena noche, lo dejaron en calzones. 

Pero el personaje principal que interpreta la fortaleza, resalta Sergio Bravo, técnico de Turismo de Poza, es el de perfecto vigía para controlar a los trabajadores de las salinas -se dice que hasta 2.000 llegaron a estar empleados en el momento de mayor auge, cuando dependieron de la Corona, entre 1564 y 1868-. Desde la azotea, se tiene una vista integral de las eras, almacenes y caminos, por un lado, y del caserío de la villa y toda la Bureba hasta la Sierra de la Demanda, por el otro. 

Tras volver sobre los pasos al siglo XXI, una última parada en el cercano mirador del Picón de Santa Engracia, donde un monolito agradece a Carlos III el esplendor que dio a las salinas, brinda un espectacular colofón a la aventura.