Una pianista y un destino en Holanda

A.S.R
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Celia García García se fue a completar sus estudios al país europeo tras pasar por el Conservatorio de Burgos y Musikene y allí lleva 16 años viviendo de la música clásica.

Celia ha ofrecido dos conciertos esta semana en la iglesia de San Esteban. - Foto: Alberto Rodrigo

Las notas de Claro de luna, de Debussy, se cuelan entre retablos, esculturas y pinturas. Celia García García (piano) y Guiomar Espiñeira (flauta) ensayan por la mañana el concierto vespertino que brindarán en la iglesia de San Esteban. Hoy repiten (entradas agotadas). Es un concierto íntimo, para apenas 40 personas, pero lo importante es tocar, volver a acariciar el trabajo arrebatado por la pandemia. La pianista burgalesa afincada desde 2004 en Holanda vuelve a casa por verano. Este año, con todo el calendario suspendido, exprime los días con la familia. Es la cara positiva de unos tiempos malos para la lírica. Esa y disponer de más tiempo para grabar un disco con la saxofonista holandesa Femke IJlstra, con la que tocó en Castilfalé hace un par de estíos. 

La crisis no solo hiere a España, en el país de los tulipanes la cultura también hace equilibrios en la cuerda floja. 

García García aprendió a tocar el piano en el Conservatorio Municipal Antonio de Cabezón. Completó sus estudios en Musikene (San Sebastián) y Holanda, donde terminó el grado superior e hizo un máster de especialización en interpretación orquestal. Su caso no es excepcional. Muchos músicos españoles viajan a la vieja Europa. Su idea no era quedarse tanto tiempo, pero fueron pasando los años, y pasando, y pasando... Y ya van 16. «Tenía muchos conciertos de cámara, con orquestas... y ya he construido allí mi carrera. Tengo todos mis contactos». 

Sí, allí hay más oportunidades para vivir de la música. Porque forma parte del día a día. «La clásica en Holanda está ligada a la cultura popular. Hay mucha gente que toca un instrumento a nivel aficionado y conoce el repertorio, está familiarizada con los compositores...». Pero también por algo tan prosaico como que es un país pequeño y muy bien comunicado, que facilita la profesión. «Hay mucha oferta en una superficie pequeña y ayuda al freelance (como es su caso). Yo vivo en Rotterdam, pero varias veces a la semana tengo ensayos en Ámsterdam, La Haya... Me muevo por todo el país». 

Se movía. El coronavirus ha paralizado todo. Quizás en el día a día de una manera más liviana. «Ha sido menos agobiante, sin prohibición de salir a la calle, con sensación de alarma pero menos miedo». Pero ha caído como una bofetada en la actividad cultural. «Ha sido un año desastroso. Medio año de trabajo suspendido. Me cancelaron de la noche a la mañana todo desde marzo a septiembre, aunque luego han salido cositas, nuevas iniciativas adaptadas a las medidas de seguridad, pero ni comparación a todo lo que tenía en verano». Incluye ahí su labor como programadora artística del Día de la Música Romántica (tres en realidad), el festival de clásica gratuito más antiguo y grande de Holanda, que se celebra el penúltimo fin de semana de agosto. 

Habla de citas simbólicas y con el futuro no es optimista. «Será muy difícil remontar a los niveles de antes». Ni siquiera en un lugar con esa tradición musical. También a la cultura le han quitado para poner en otro sitio. «Hay muchas pequeñas series de conciertos en iglesias organizadas por la propia comunidad de fieles y parece que muchas desaparecerán por falta de ayudas, que se han dado a instituciones culturales más grandes». 

Le gustaría trazar un camino en España, pero reconoce que se ha centrado en la búsqueda de mejores oportunidades en el país al que la llevó el destino.