Como trogloditas al estilo ribereño

I.M.L.
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En Torregalindo conservan una docena de casas cueva, todas ellas ubicadas en la falda del cerro que corona el castillo y orientadas al sur. El único vecino que reside en una de estas construcciones, Indalencio Martín, nos enseña su vivienda

Esta cueva tiene un pasillo de distribución y habitaciones a los lados. - Foto: I.M.L.

Las soluciones habitacionales más originales y apropiadas son aquellas que saben aprovechar las condiciones del entorno y adaptarse a él. Eso lo sabían los antiguos vecinos de Torregalindo, que antes de empezar a construir chozas o cabañas aprovecharon la vertiente sur del cerro que sustenta el castillo, ahora en ruinas, crearon sus hogares en el interior de la tierra, en cuevas. A lo largo de toda una calle se pueden contabilizar hasta una docena de entradas es estas casas cueva, en mejor o peor estado de conservación. Unas viviendas que por nombre recuerdan a otras residencias similares en zonas más al sur de la península pero que en plena comarca ribereña tienen su propia personalidad.

A falta de documentos escritos o históricos que permitan datar estas casas cueva, las encargadas del programa Ribera Voluntariis han indagado y se aproximan a la aparición de estas viviendas. "Puede ser que estuviesen asociadas al castillo, creemos que es lo primero que hubo en este pueblo, porque se ha hecho de arriba a abajo, como poco serían del siglo VIII", estima Mari Fe del Val, que se aventura a ir más allá. "Para nosotros son troglodíticas, han existido toda la vida y hay alguna incluso que sería natural y se fueron adaptando porque la gente veía que les venía bien para vivir, ni frío ni calor, orientadas al sur y las fueron ampliando y adaptando a sus necesidades", conjetura Mari Fe desde la puerta de una de esas cuevas que ahora ha recuperado un grupo de voluntarios y que forma parte de la visita al municipio.

Estas particulares viviendas estuvieron habitadas hasta la década de los años 60 del siglo pasado, al menos dos de ellas, aunque la gran mayoría ya se usaban como cuadra para el ganado o como almacén, una utilidad que se mantiene hoy en día. "La gente que tenemos casas por esta calle la tenemos dentro de casa como bodeguilla o almacén", reconoce Mari Fe del Val, como una de esas vecinas.

ÚNICO HABITANTE. A día de hoy solo hay una casa cueva habitada y su inquilino es Indalencio Martín que, sin pudor, explica cómo se decidió a adecentar, ampliar y habitar lo que era la casa cueva de la herencia familiar. "Un día estaba cenando con mi novia aquí y nos dieron las seis de la mañana hablando, me dijo que si hubiese una cama ahí se quedaría a dormir de lo a gusto que estaba. Se lo pregunté hasta tres veces si viviría en una cueva, me dijo que sí, y hasta ahora", relata Indalencio en lo que es la habitación principal de su casa cueva. "Aquí estoy todo el año con el edredón puesto, si tengo calor saco un poco el pie y cuando se enfría lo vuelvo a meter", cuenta para ejemplificar la constante temperatura que se registra en su cueva.

Desde que hace algo más de cinco años decidiese empezar a trabajar en esta curiosa residencia, Indalencio emprendió este proyecto con la retirada de tierra para ganar altura a las naves para poder estar dentro sin tener que agacharse. Ahora su casa cueva tiene tres habitaciones, una grande con tres camas, un espacio que hace las veces de armario, una sala con arcones y otra estancia que hace las veces de taller, bodega y asador. La entrada a esta casa cueva es la única estancia que no está bajo tierra y hace las veces de merendero, con cocina, fregadero y aseo con ducha.

Este camionero jubilado que llevaba fuera de su pueblo natal desde que a los 13 años se fue a Madrid, se muestra feliz por vivir en esta particular residencia. Tanto es así que ha adquirido el lagareto colindante para ampliar su casa y no descarta seguir sumando metros cuadrados subterráneos a su propiedad con el lagar cueva que tiene a continuación de su propiedad.

Porque además de las casas excavadas en la roca del cerro hay al menos dos lagares que se estuvieron utilizando para tratar la uva tras la vendimia y extraer el mosto. "Eran lagares comunitarios y los vecinos venían aquí a hacer su vino", especifica Mari Fe del Val, que está convencida de que las bodegas de la localidad no son otra cosa que casas cueva habilitadas para la crianza del vino. De hecho, las bodegas creadas específicamente para eso en otros puntos de la comarca ribereña tienen claras diferencias con estas cuevas. "Las bodegas tienen un túnel y bocinos a los lados pero estas casas cueva están distribuidas como una casa", pone Mari Fe como ejemplo, sumando también que "tienen todas el techo de lo que era la cocina negro" y "están encaladas las paredes".

En las primeras investigaciones que han realizado, han localizado viviendas similares en el municipio vallisoletano de Trigueros del Valle o en el Valle del Cerrato palentino pero ninguna en la comarca ribereña. A la espera de que se pueda hacer alguna prospección arqueológica para estudiarlas mejor, ante la falta de documentos sobre ellas en el archivo municipal, los vecinos de Torregalindo empiezan a valorar esta parte de su particular patrimonio. "No les hemos dado ninguna importancia hasta ahora, eran el pajar o el almacén, no les hemos dado el valor que tienen al estar excavadas en piedra, mientras que las de Granada son todo tierra arcillosa", recalca Mari Fe para insistir en este original vestigio etnográfico.

EL TÍO LUIS OKUPÓ LA ÚLTIMA CASA CUEVA. El último habitante de estas curiosas viviendas fue el que todos en Torregalindo conocían como tío Luis, que llegó a ser un vecino más pero que no tenía ninguna relación de parentesco con esta municipio ribereño ni con la zona. "Podía provenir de Andalucía pero él decía que venía de Madrid", relata Leonor de Diego, presidenta a la ADC Conde Galindo, recordando lo que siempre han contado los mayores de la localidad sobre la procedencia de Luis, del que se desconocen los apellidos.

"Era un represaliado de la Guerra Civil que vino aquí huyendo y se quedó, pensando que la dictadura iba a durar poco y se quedó", continúa la historia de este hombre que acabó sus días en Torregalindo. Por lo que cuentan los mayores del lugar, el tío Luis debía ser una persona ilustrada porque "ayudaba a los vecinos a hacer los escritos para el Ayuntamiento" pero a lo que se dedicaba es a ser componedor, arreglando calderos, sartenes, cazuelas y otros utensilios del hogar. "No cobraba dinero sino trueque, lo que necesitaba para vivir", remata Leonor.

En la casa cueva que ocupó, que este verano se han limpiado de suciedad y maleza, hay tres habitáculos diferenciados y uno de ellos lo utilizaba como cocina, diferenciándose del resto por el rastro negro que el humo ha dejado en la piedra del techo.Como trogloditas al estilo ribereño

El tío Luis okupó la última casa cueva