Rafael Monje

DE SIETE EN SIETE

Rafael Monje

Periodista


Tragedia, no vergüenza

28/11/2021

Todavía no es una mujer pero hace tiempo que dejó de ser una niña. Los 15 años siempre se consideran una edad preciosa, un momento idílico de la existencia en el que el futuro presenta su mejor cara, cuando ya se ha visto la vida en diagonal y empiezan a perfilarse los proyectos que llevan a alguna parte.
Todo el mundo le recuerda a esa niña, adolescente, la suerte que tiene por todo lo que la vida le ofrece: unos padres que la quieren, unos abuelos, amigas que la aprecian, el día a día del instituto, las clases extraescolares y todo por delante para alcanzar sus sueños.
Pero esa adolescente no identifica el universo paralelo que los demás describen. Algo se rompió en su interior y nadie se ha dado cuenta de cómo se derrumba sin remedio ante la incertidumbre de la finitud y la angustiosa búsqueda del sentido último de la vida. El intento de suicidio sacude todo su entorno a la redonda como una bomba de neutrones. Y es que, entre la pandemia que no cesa; la compra de papel higiénico, levadura y hornillos de gas y las intrigas políticas, no nos hemos dado cuenta de que casi 4.000 personas se suicidaron en España en 2020, un 7,4% más que en 2019, según el informe que elabora cada año el Observatorio del Suicidio en España. Cerca del 8% de las personas que se quitaron la vida eran jóvenes con edades comprendidas entre 14 y 29 años.
Los confinamientos nos quebraron un poco a todos y afectaron de forma especial a quienes contaban con menos recursos emocionales o, simplemente, a quienes la desgracia fue a pillarles a contrapié. Una vez pudimos recuperar parte de nuestra libertad, los problemas brotaron como una gaseosa agitada.
El fallecimiento de una persona cercana, las crecientes dudas sobre la propia identidad, la visión de un futuro oscurecido o la interpretación exagerada de cualquier revés condujeron al abismo a cuatro millares de compatriotas. Eran personas que merecían desarrollar un proyecto vital pleno, con amor, hijos, trabajo y diversión, en escenas sucesivas que enjugan las lágrimas que siempre van a acompañar al ser humano y que le definen como ser tragicómico y maravilloso.
El suicidio es la principal causa de muerte no natural en nuestro país: 2,7 más casos que los accidentes de tráfico y casi 14 veces más que los homicidios. Que el suicidio se haya convertido en la primera causa de muerte entre la juventud, solo por detrás del cáncer, es un signo inequívoco de que vamos mal como sociedad.
Hay que actuar ya. Lo primero, hablar de ello. Que los medios de comunicación abandonen esa falacia arcaica de que mencionar el suicidio provoca un efecto llamada, ese tabú absurdo, y lo aborden con seriedad y delicadeza. El silencio no lo frena, ahí están las estadísticas. Lo segundo, destinar la inversión precisa para tratar este problema, en lugar de estigmatizarlo, ya que está claro que la sanidad pública no es capaz de asimilar las tremendas necesidades de una parte de la población cuya salud mental requiere cuidados, especialmente en los tramos de la infancia y la adolescencia.
Hablemos del tema y busquemos soluciones ya. Porque el suicidio no es una vergüenza, sino una tragedia.

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