La memoria del tiempo

I.L.H.
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Carlos de la Sierra pasea entre la bruma que levanta el paso de los años para recordar cómo era la ciudad de su infancia y juventud. En 'Un callejón oscuro', su último libro, pone música a la libertad mientras repasa la vida durante la dictadura

El escritor burgalés publica 'Un callejón oscuro', libro que ha gestado en estos bancos, desde donde observaba pasear a la gente. - Foto: Jesús J. Matías

Sentado en ese banco de la plaza de España donde Jesús J. Matías le ha retratado para este reportaje, Carlos de la Sierra dibujó la estructura técnica y mental de un libro que va y viene, como la gente a la que observaba pasear desde ese rincón, como la memoria y los recuerdos. En Un callejón oscuro, el escritor burgalés deambula por la ciudad mientras la retrata en aquellos años que ocuparon su infancia y juventud, enlazando un tema con otro como haríamos en una conversación entre amigos. Como en los paseos en los que siempre se descubre algo nuevo, el autor reconoce haber ido y vuelto varias veces a las páginas del libro, tratando de elegir la mirada que mejor le fuera a sus páginas: «Es un libro muy elaborado y trabajado. Hay páginas que están escritas decenas de veces. Aproximadamente he escrito lo que serían diez libros para luego dejarlo en 200 páginas».

Lo ha conseguido adentrándose en la bruma que genera el paso del tiempo y esperando, sentado, a que la niebla levantara. Solo así puede contar su infancia en la plaza de Santa María, las dificultades de una viuda de la posguerra para sacar a sus seis hijos adelante, la mirada de un niño que no conoce otra cosa que la dictadura, las relaciones con las chicas en una ciudad en la que todo era pecado, el papel de la música y la cultura, la visión desde el exterior...

«Es una reflexión sobre lo terriblemente duras y tristes que son las dictaduras, sobre cómo creces en ese entorno sin saber lo que significa porque eres un crío y no tienes medios a tu alcance para conocer otras cosas, y el entorno es cerrado y opresivo. Es, en realidad, un canto a la libertad», subraya.

Carlos de la Sierra vivió 24 años de dictadura, desde que nació hasta que murió el dictador en 1975. De familia modesta en un barrio empobrecido, su personalidad se fue forjando mientras escuchaba la radio («una noche nos acostamos escuchando La campanera, de Joselito, y nos levantamos con los Beatles), hilaba ideas escuchando conversaciones de aquí y allá e iba madurando mientras conocía lo que era la muerte a su alrededor. 

El autor va contando, como en un largo paseo al que el lector puede sumarse en cualquier momento, episodios que resultarán increíbles a las nuevas generaciones: «Recuerdo nítidamente aquella mañana que vimos en la Catedral colgada una  ikurriña. Yo tenía 14 años y a la gente que hoy tiene esa edad le parecerá anecdótico si no se le explica el contexto. Por eso creo que lo que cuento tenía que quedar reflejado para que no se olvide».

Burgos era esos años una ciudad dividida por un tren que mató a decenas de personas («pasaban 90 a diario; lo sé porque los contaba desde Santa Dorotea donde viví una temporada»), de guateques y actividades clandestinas como las que De la Sierra compartió en el bar Resti, y donde las oportunidades estaban fuera del país: «Con 19 años me fui a Francia y después a Alemania. Yo oía decir a la gente que cuando salía de España, lloraba. Yo en cambio lloraba cuando volvía; se me caían auténticos lagrimones».

Con dibujos de Eloy Luna. «De niño fui muy feliz porque tenía mucha ensoñación y aprendí a leer antes de ir al colegio. Luego mis amigos y yo queríamos crecer rápidamente, pero seguíamos siendo unos críos que pensábamos que sabíamos algo y en realidad éramos unos ignorantes», repasa mientras piensa en voz alta en lo que le ha aportado ordenar los recuerdos en este libro: «He aprendido que como sociedad y generación hicimos muchas cosas, pero hay otras que se quedaron sin hacer o porque no pudimos o porque no supimos. La vida era muy difícil».

Rememorar el paseo por esos callejones oscuros le ha permitido saldar cuentas con la memoria del tiempo mientras le ha puesto música a la libertad. Ese camino que le permite «descansar, al fin, después de tantos años deseándolo» ha resultado más fácil en compañía de Eloy Luna, que firma las ilustraciones del libro. «Me conoce muy bien. Son muchos años y nadie como él para retratarme», concluye.