El broche de nácar y el rostro tiznado

A.S.R.
-

Los actores de Ronco Teatro se convierten en el General Centeno y esposa en un visto y no visto después de preparar el Castillo para una representación más de 'Hay un tesoro de cien millones'

Ole, ole y ole, el General Centeno y esposa los esperan.. - Foto: Jesús J. Matí­as

No se lo piensan ni un segundo. Fran de Benito y Ori Esteban interpretan a unos perfectos autómatas. A eso de las siete menos cuarto de la tarde atraviesan las puertas del Castillo. Se confunden con los turistas que a esa hora trepan por sus murallas, pero su destino es otro. Van directos a la caseta de madera, sacan cables, altavoces, focos y demás bártulos, los disponen en su sitio con la precisión que solo da la experiencia. Y ellos tienen mucha en la representación de Hay un tesoro de cien millones, el espectáculo que relata en clave de humor las aventuras y desventuras de este guardia civil convencido del botín que esconden los subterráneos de la fortaleza capitalina. Desde 2014 lleva el uno metido en las botas del militar y la otra con la cesta de la Maricarmen al brazo. Se alternan este año, con arreglo a las agendas, con Andrés García y Violeta Ollauri. Pocos secretos tiene el matrimonio andaluz para los cuatro. 

Sin el acento sevillano que clavan hasta el punto de confundirlos con oriundos del sur, ambos instalan el sonido, preparan el atrezo que después utilizarán en la función como un caballete con bocetos del subsuelo o el baúl con los tesoros menores que van aflorando.

Con todo dispuesto, el camerino es la siguiente parada en este viaje en el tiempo que enciende los focos sobre un pintoresco y desconocido personaje histórico recuperado por Ronco Teatro para animar la visita al pozo del Castillo. Aquellos primeros veranos apenas era eso, una animación, unas veces con Centeno y otras con su mujer. La pandemia obligó a reinventarse. Las estrecheces de las galerías prohibían el acceso al turismo. Y, por primera vez, la pareja se vio las caras. He ahí, apuntan, el gran éxito de la actual versión. ¡Ver juntos, por fin, a Leopoldo y Maricarmen! 

«Son personajes a los que tenemos mucho cariño porque los hemos hecho mucho, nos lo pasamos muy bien con ellos y nos han dado muy buenos sabores de boca, a nosotros y al público», resume la actriz y agrega su colega. «Por eso vivimos con especial tristeza la posibilidad de que se acabe», dice con la mirada puesta en la anunciada remodelación del recinto. Pase lo que pase, aún quedan cuatro funciones este año (hoy, domingo 29, lunes 30 y martes 31, 20.30 horas, 1 euro, localidades en Teleentradas). 

Aún hablan Fran y Ori, con sus ropajes del siglo XXI, mascarilla incluida, antes de abrir la caseta del guarda tornada en camerino. 

Un pantalón abajo, otro arriba; un torso desnudo, uno vestido con camisa y chaleco; un pintalabios rojo, un tiznón negro para guarrear un rostro demasiado imberbe; unos botines de principios de siglo, unas botas de zancada larga; un sombrerito con fina lazada, un sombrerazo de ala ancha... Si por la puerta entraron Fran de Benito y Ori Esteban, en menos de media hora salen el señor y la señora Centeno. 

El reloj marca las ocho; cada mochuelo a su olivo. De Benito aguarda a los espectadores escondido en el pozo. Esa media horita, confiesa el actor, es el momento más mágico. Él a solas con el personaje al que más cariño tiene de todos, y no son pocos, los que ha interpretado. 

Mientras él baja, la Maricarmen hace tiempo tras la garita antaño conocida como taquilla. Toca día frío. El termómetro marca la puntualidad. También la duración de la función. Y, si la luna, caprichosa, quiere, el saxofón pone el epílogo. Allá cada uno con sus sueños.