¡Joooootaaaaa!

A.S.R
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Los grupos empiezan a ensayar en el patio del colegio Antonio Machado de cara a la muestra que protagonizarán en las fiestas de San Pedro entre la emoción por reencontrarse con el público tras 15 meses lejos y la necesidad de ponerse en forma

Los integrantes de Los Zagales exprimieron su primer día de entrenamiento en el patio del colegio Antonio Machado. Fueron los primeros en llegar y los últimos en irse. - Foto: Jesús J. Matías

Laura Santamaría confiesa que es de lágrima fácil, pero, aunque fuera de difícil, la ocasión lo merece. Acaba de reencontrarse con sus amigos de Danzas Castellanas Diego Porcelos después de 15 meses viéndose a través de la pantalla o juntándose de manera suelta con uno u otro, pero sin la piña habitual. Esa emoción aflora, de una u otra manera, en los integrantes de todos los grupos del Comité de Folclore. La reanudación de los ensayos en el patio del colegio Antonio Machado con la mirada puesta en la actuación que brindarán el 26 y 27 de junio en el programa especial de fiestas de San Pedro ha provocado un torbellino de sensaciones. Ilusión por volver a actuar frente al público, euforia por juntarse con los compañeros, nervios por subirse a un escenario después de tanto tiempo, incertidumbre por cómo responderán los cuerpos, esperanza en que este retomar no sea puntual, sino el cierre definitivo del oscuro paréntesis abierto por la pandemia... 

Mientras unos aprovechan los últimos rayos de sol de la tarde del viernes en las terrazas, las bailarinas de Los Zagales salen al terreno de juego en el campo de fútbol del Antonio Machado. Suenan panderetas, vuelan las faldas de colores, aunque no sean de ningún traje típico, y el director, Manuel Martínez, empieza a tentar el estado de forma y la memoria de sus discípulas. 

Llevan un buen rato tocando castañuelas cuando llegan Estampas Burgalesas y Diego Porcelos (los grupos del Comité se reparten los días para no coincidir todos a la vez). Cada uno escogerá una esquina del recinto. Será por metros... 

Mientras los de Estampas Burgalesas se quitan sudaderas y abrigos para quedarse con una camiseta morada corporativa, su director y subdirector, José Luis Santamaría e Iván del Hoyo, expresan su alegría con contención. Los cohetes, de momento, no se tiran. 

«Teníamos la necesidad de volver. Quisimos empezar con la escuela infantil, pero no podíamos arriesgarnos a que pasara algo», señala Santamaría y añade Del Hoyo: «Hay mucha ilusión porque es una vuelta muy esperada, de mucho tiempo sin poder hacer nada, y también respeto porque el virus sigue ahí». 

El bicho ha hecho que algunos de sus miembros hayan decidido esperar para bailar sus primeras jotas y que la mascarilla se una a los atavíos típicos. Sarna con gusto... 

Lo que sí desea Del Hoyo es que este arranque no sea en falso. «Intentaremos seguir, queremos hacer algo este verano, pero, de momento, no hay compromiso por parte de los ayuntamientos y todos los festivales están parados. Tener una actuación sería una gran fuerza motora», ansía en voz alta mirando más allá de esa inminente cita orquestada por el Ayuntamiento en el patio del colegio Fernando de Rojas el 26 y 27 de junio (19.30 h.). 

A partir de ahí, todo es una incógnita. No cuentan ni con lugar de ensayo ni funciones previstas. «Ahora que empieza a haber ambiente, hay que ver cómo responden los componentes del grupo. De momento, solo son ilusiones», remacha Santamaría, testigo directo de lo que costó levantar en los años ochenta a una moribunda cultura tradicional hasta ese momento. 

Los viejos del lugar temen que la crisis eche al traste todo ese esfuerzo. Los niños que corretean en la esquina en la que se ubica Diego Porcelos parecen decir lo contrario. Son hijos de los bailarines. La mecha del folclore está prendida. Se gestaron a ritmo de jota y el sonido de la dulzaina y la caja los arrulló. Otra cosa es el camino que elijan después. No hay que forzar el destino. 

Lo dice Santos Pérez, vicepresidente del Comité de Folclore, miembro del grupo y marido de la directora, Virginia Hortigüela, mientras ve a su hija, Paula, con cinco años recién cumplidos, divertirse con otros pequeños. 

«Sí hay miedo de que la gente que estaba empezando no enraíce con el folclore como lo hemos hecho los demás. Además de bailar, esto se consigue con los viajes, la convivencia, el festival y los otros eventos...», anota este folclorista que empezó a bailar con apenas once años y ya lleva más de 30. «Pasar de estar casi a diario con unas personas a cortar de una manera tan radical es duro. Somos ya una familia. Ya no solo con tu propio grupo, sino con los del resto. Es sentirnos otra vez. Se ha echado mucho en falta», exclama. 

Ahora toca intentar no echarlo de más. 15 meses sin moverse es mucho tiempo. Apenas tocaron las castañuelas en un vídeo para celebrar el Día de la Danza. Y hasta ahí. Aún no les ha dado tiempo a comprobar el nivel de oxidación. «Cada uno se ha mantenido como ha podido....», se escabulle divertido. 

Aunque no las tiene todas consigo, huye de victimismos y abraza la esperanza: «La pandemia no ha afectado solo al folclore, sino a todos los aspectos de la vida. ¿Que habrá un antes y un después? Seguramente, pero esto es lo que nos lleva a la normalidad. No debemos dejar que la pandemia pueda con nosotros», concluye mientras la directora comparte los planes estivales. 

Tras este primer empuje dado por el Consistorio capitalino, deben cuadrar agendas para participar en cuatro bodas de, además, gente del grupo, y esperan contar con la complicidad de un puñado de pueblos con los que, a sus 59 años de historia, decana del folclore burgalés, ha trabado un vínculo a fuerza de bailar en su plaza verano tras verano. Pero esto aún está muy en el aire. 

Salgan o no esos bolos, Hortigüela no quiere parar el ritmo, aunque no sea con la disciplina habitual. Ante el avance de la desescalada, espera continuar con estos ensayos en su sede, el Centro Cultural Francisco Salinas, en el interior o en la calle. 

Para entonces ya habrán desaparecido los nervios que palpa en ese primer día tras tantos de silencio. Nervios por el reencuentro y ante el estado de los cuerpos tras el parón, contando con esa nueva y molesta colega que es la mascarilla. «Empezaremos despacio, primero tratando de recordar y, poco a poco, ponernos en forma para estar a punto para esta muestra», comparte antes de poner firme a su pelotón y comprobar cómo están esos brazos y esas piernas con la Jota Salinera. 

A unos metros, junto a la portería, con el viento obligando a ponerse abrigos y chaquetas, Los Zagales preparan la Jota de Lerma.

Su director no da tregua. «Estamos desentrenados y hay que ensayar. Este mes tenemos que ponernos las pilas para que el público burgalés vuelva a disfrutar con nosotros encima del escenario». El tiempo apremia y sonríe tras comprobar que las coreografías no están perdidas y las bailarinas no han olvidado el paso. 

Una de ellas, María Cristóbal, también profesora de la escuela infantil, aplaude la oportunidad. Se remonta en el tiempo y recuerda que la última vez que se puso las enaguas fue el año pasado a estas alturas para intervenir en los vídeos que Festejos lanzó con la etiqueta #RecordandoSampedros. «Tenía mono». Este año se lo quita del todo. En vivo y en directo. 

«No sé qué planteamiento tiene el Ayuntamiento para reforzar el folclore. Esto es muy bonito de cara a las fiestas, pero luego hay que hacer mucho más. No es solo una actuación un día y ya está», lanza reivindicativa antes de volver a meterse en el corro y cantar la despedida a este largo invierno.