Inflación de calamidad

Antonio Pérez Henares
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El nuevo espectáculo que están ofreciendo los políticos en circuito cerrado de ver quién lo hace peor concluye en el aborrecimiento general de todos ellos

Inflación de calamidad

En los momentos de tribulación un gobierno cabal entiende que su deber y única razón de ser es hacer lo que tiene que hacer aunque ello sea contrario a su imagen e interés, asumir el mando, decir la cruda verdad, emplear en ello toda su energía y actuar sin otro cálculo que el interés general. Un gobierno calamidad es aquel que no se da por enterado, siempre pone todo su afán en escurrir el bulto, dar el pego, cargar la responsabilidad en los demás, ocultar la tragedia y ponerse medallas de latón en la pechera vendiendo victorias de hojalata y escondiendo muertos debajo de las alfombras.

¿A cuál de ellos se asemeja más el de España? ¿Y a cuál los otros 17 gobernillos más que tenemos que sufrir y que pagar? Porque cada español toca, como poco, a dos presidentes de gobierno, contando solo el central y el de la comunidad, por barbilla y a unos 30 ministros o ministrillos por nariz. Los reinos de taifas más los reinos cristianos no llegaron a tal inflación.

No lo queremos ni mirar o nos hemos acostumbrado de tal manera al disparate que el delirio nos parece algo normal, pero este país nuestro está alcanzando cotas, y no solo en lo que ahora nos asusta sino en todo y por todos lados, de esperpento total. El último el de las fronteras internas. Hay termino municipal que puede llegar a tener tres. Y cuando ha llegado la catástrofe, porque esta lo es y no ha pasado en absoluto, aunque ya es la segunda vez que se la da por vencida, la respuesta no ha hecho sino darle más alas a la tempestad. 

La responsabilidad primera es de quien tiene el mando principal y central, asume todo el poder (estado de alarma) para en los hechos hacer el Poncio Pilatos y el Caudillo Salvador en la publicidad. Pero no solo en ella. El espectáculo regional, derivada lógica del primero, no le va a la zaga y hay quienes hacen esfuerzos, sin distinción de color, por emularlo tanto en lo de ponerse charreteras como en lo de descargar culpas.

Fue allá por junio y la calor cuando se nos dijo que se había vencido al dragón y el señor de La Moncloa se fue a vacacionar para dar ejemplo y tranquilidad. Y ya sabemos lo que ha pasado. 

El otro día, al morir el año, nos volvieron a decir que lo habían vuelto a matar, que la vacuna estaba ya aquí. Vacunaron para demostrarlo con retransmisión urbi et orbe, a una paisana mía, Araceli, de Guadalajara y, por lo visto, no han vacunado a muchos más. 

Diría que en lo que llevan desde que hicieron la procesión de exhibición ha habido por día casi más infectados que medio vacunados, porque todavía no hay ninguno vacunado total. 

Pero dando la victoria por hecha, el ministro encargado de la cuestión, se ha ido a recoger los laureles en votos a su Cataluña natal, donde dicen que van a ir a votar el 14 de febrero, día de san Valentín. Pero puede que más que un gesto de amor el ir a la urna bien pudiera ser de temeridad.

Porque a lo que empieza a oler enero del 2021 es a marzo de 2020. Que yo sepa, la vacuna si no la tienes puesta, aunque la paseen en andas con el logo gubernamental ni previene ni cura y las cifras, incluso las oficiales, pueden ser aterradoras, lo empiezan a ser ya. ¿O es que volvemos a suponer que al igual que entonces con Italia, lo que pasa por ahí, Inglaterra o Alemania por ejemplo, no nos va a pasar, no nos está pasando ya aquí?

El nuevo espectáculo que están ofreciendo los políticos en circuito cerrado de ver quien lo hace peor, pretendiendo todos que son quien lo hace mejor, a lo que lleva, si uno se quita las antojeras partidarias, es a concluir en el aborrecimiento general de todos ellos y en el mayor de los desánimos personales.

 

La pesadilla

En febrero, que está ahí, la pesadilla de la pandemia cumplirá un año. Es mundial. Sí. Pero ante ella ¿hemos respondido cómo Gobierno y gobiernos, cómo los mejores o resulta que estamos peleando por el podio de los peores? La respuesta a esa pregunta no logra cocinarla para que no apeste ni el CIS de Tezanos. Pero no nos pongamos estupendos con echar tampoco las culpas fuera ¿Y cómo sociedad y ciudadanos? Me temo que la respuesta sería muy parecida a la de los señores políticos que, en realidad, son espejo de lo que se cuece y hay. «Yo muy bien, pero todos los demás fatal».