Impresionante himno a Burgos

RPB
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Miles de personas renuevan su fervor por el Himno a Burgos frente a la Catedral

Impresionante himno a Burgos - Foto: Jesús M. Izquierdo

El hombre que apura la caña y se relame de gusto con el cosquilleo de la espuma en su mostacho -que limpia de un lametón con pasmosa habilidad- cierra los ojos y respira profundo cuando suenan los primeros acordes, cual si fuera a entrar en éxtasis; se lleva una mano al pecho y ofrece la otra a su nieto, que le mira en un hito pero asiente, sabedor de lo que le toca: cantemos unidos, dice ese gesto antes de que miles de gargantas eleven hasta las alturas de la insigne grandeza de la Catedral el primer verso del himno, que volvió a congregar a una multitud henchida de burgalesismo, embriagada de amor a la patria chica, a partir del libreto de Calleja y Zurita.

Maribel, Paloma y Ana María, que se han pasado décadas enseñando a sus alumnos del Niño Jesús la letra del himno (al que firma esta crónica, sin ir más lejos), han buscado la sombra con avidez porque en el solar de Castilla se enseñorea un sol justiciero y nada compasivo, y se multiplican los abanicos, se deslizan por igual los sudores y las lágrimas: no hay mayor fortaleza que la emoción de sublimar las piedras sagradas. Es la plaza del Rey San Fernando escuela y alcázar; es trono y altar.

Y una parrilla a la hora en que se canta al tesoro bendito de nuestras entretelas: honda emoción causaría un desplome súbito de la temperatura para venerar el instante mágico de todas esas gargantas clamando a voz en cuello entre la deshidratación y el delirio pero con esa intensidad de quien siente algo como propio y quiere expresarlo desde el fondo de sus adentros con toda la fuerza posible. Pero es tan robusto el poema, es tan sentido el cántico unánime y coral, tan emocionante y hermoso, que sólo con las voces podría tallarse el granito. Blasones habrá, pero no como el nuestro: timbre glorioso de la historia ante la atónita mirada de incautos y a la vez fascinados turistas, que darían lo que fuera por saberse la letra, o si acaso el estribillo, como toda esa muchedumbre arracimada que aprendió, toda junta, a cantar a su tierra.

a ofrendarle los cariños. Durante la lectura musical del pasado hay quien se labra el porvenir anticipándose a pedir un vermucito antes de que concluya el acto y los bares del entorno se vuelvan inaccesibles; hay parejas que se ofrendan cariños que ardorosamente el alma (y el cuerpo, cómo no, y más con estas calenturas) encierra. Tanto amor es el mejor cimiento para un potente resurgir, qué duda cabe.

Se diría que, a estas alturas, hay un seísmo en la tierra sagrada donde nacimos: rugen las voces con esa musicalidad única, con la pasión que sólo le reserva al suelo bendito en el que, algún día, a lo más tardar si es posible, moriremos. Mientras tanto, conscientes de nuestra condición mortal pero tratando de olvidarla para mantener el ánimo festivo en todo lo alto, la promesa se renueva en cada acorde de la banda, con cada cuerda vocal: nos consagraremos a ti, Burgos querido; a ti dedicaremos nuestros cariños, los más fervientes, claro. Y toda nuestra fe.A ti, tierra adorada de nuestros mayores; a ti, cuna sagrada de nuestros mayores. Salve, salve...

¡Saaalveee!