Noguerol, el puente de la vergüenza

R. PÉREZ BARREDO
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La difusa promesa realizada por los gobiernos de Castilla y León y Cantabria de resarcir a Arija y Campoo de Yuso con un puente ha hecho emerger el recuerdo ominoso del que se hundió en 1952 y que aisló y truncó la prosperidad de la comarca

Noguerol, el puente de la vergüenza. - Foto: Patricia

Apoyado en su cachava, dando pasos cortos que dejan huella sobre la fina arena, Jesús Santiago se acerca al esqueleto  que emerge sobre la superficie del agua como un recordatorio abyecto y ominoso. La luz de la mañana es perfecta, limpia, como si acabara de crearse allí por capricho de un dios hedonista.  En la orilla burgalesa del pantano de Arija el agua está en calma, como un estanque. El sol proyecta sobre ella destellos de plata a la vez que arranca sombras a los restos del puente Noguerol que sobrevivieron, primero, a su hundimiento, y después a la dinamita con la que se intentó borrar tan ignominioso episodio. Hacía mucho tiempo que Jesús no se acercaba a este paraje. Le duele muy adentro, en el corazón.Le tiembla hasta la voz. «Fue un escándalo, una vergüenza».

Jesús Santiago, de 89 años, es el último testigo privilegiado de un siniestro que marcó para siempre la vida de la comarca. Es el depositario del motivo por el cual el puente colapsó y se vino abajo antes de que fuera inaugurado. Durante décadas, un manto de silencio cayó sobre aquel desastre que provocó la incomunicación de Arija y su entorno con la comarca cántabra de Campoo de Yuso: el franquismo se ocupó de que así sucediera, so penas que cualquiera puede imaginar. Pero no todas las infamias pueden ser enterradas: cuando el nivel de las aguas del embalse está bajo, afloran como una afrenta los restos del puente, símbolo silencioso de la humillación y la indecencia.Y está la memoria de quienes conocieron los entresijos del infortunio.Jesús Santiago es el último. Él trabajo en aquella obra. Y sabe perfectamente lo que sucedió. Cómo. Y por qué en aquel negro 1952.

«Es muy fácil de explicar. No utilizaron cemento. Y lo sé bien, porque yo era el encargado de llevar en camión el cemento.Pero en lugar de utilizarse para el puente, según lo descargaba era vendido de contrabando a un contratista de Santander.Lo que utilizaron para su construcción fue arena y caliza. Así que en cuanto llegó el agua, se acabó». Señala Jesús con su bastón zonas de la estructura en las que sólo se ve arena y piedras. Ni rastro de cemento. Ni de forjado alguno. Esa fue otra. «Ninguna de las varillas de hierro que llegaron se emplearon en el puente. Acabaron convertidas en tornillos en Bilbao». Extiende Jesús Santiago su mirada hacia la otra orilla, donde se perfila La Población, núcleo con el que se conectaba Arija a través del puente de 850 metros y 48 arcos. «Cada semana llegaban cinco vagones de cemento, en sacos de esterilla. Yo era el que los descargaba y los llevaba en el camión. Más de la mitad de todo aquel cemento se fue a Santander. Se vendía de matute. Por la noche llegaban camiones de un contratista llamado Peña, cargaban los sacos, y a Santander. Fue un verdadero escándalo». 

Así que no le extrañó cuando el puente se vino abajo. «En unos pocos días, el agua se comió cuatro pilares de un viaje. Con cemento, eso no hubiera pasado. Cuando oigo decir que fallaron los cimientos me llevan los demonios. Los cimientos estaban perfectamente hechos. Esos seguro que están como el primer día», señala. Al hundimiento le siguió la desolación. Después la indignación. Más tarde la rabia. Pero se impuso el silencio. «Recuerdo que, cuando pasó, el alcalde de entonces propuso que unos cuantos viajaran a Burgos a protestar y a exigir que se reconstruyera. A la expedición se apuntaron varios vecinos, entre ellos mi mujer. Pero aquello llegó a oídos del gobernador, que advirtió al alcalde que no se le ocurriera ir a Burgos porque, de hacerlo, irían todos directos a la cárcel. No se podía hablar. No salió ni en la prensa. Fue terrible, terrible...».

La comarca que comparten Burgos y Cantabria quedó herida de muerte, por más que durante unos cuantos meses se estableciera una suerte de servicio de taxi en barcaza entre una y otra orilla del que se ocupó el ejército. La relación de Arija con La Población era más que estrecha (amén de la ruta más rápida y directa con Reinosa, enclave cercano y esencial). Apenas un kilómetro separaba ambos pueblos. Con la creación del pantano, esa distancia se hubiese mantenido con el viaducto carretero. Al desaparecer éste, llegó el aislamiento. La incomunicación. El olvido. El rodeo que hubo que dar en adelante -y hasta nuestros días- era y es una barbaridad. «Hizo mucho, mucho daño. El hundimiento del puente echó a perder Arija. Hubiese sido más rica y próspera. Y se quedó en una mierda. Este es el puente de la vergüenza.Cada vez que vengo aquí me dan ganas de llorar. Es la hostia. Qué sinvergonzonería», apostilla mientras un nudo le atenaza la garganta.

A brindis al sol le suena a Jesús Santiago esa vaporosa promesa que hace unas pocas semanas manifestaron los presidentes regionales de Cantabria y Castilla y León respecto de resarcir a la comarca con otro puente. Deuda histórica, lo llamaron.Tras décadas de olvido y aislamiento.De despoblación y ruina. «A buenas horas, mangas verdes. Me parece a mí que no se van a gastar nada, aunque ahora seguro que les costaba menos en todos los sentidos. Yo creo que estos ojos míos no lo llegarán a ver. No puedo evitar sentir indignación, tristeza y rabia cada vez que vengo aquí», sentencia.

En la otra orilla. José Antonio García, vecino de La Riva, pueblo cercano a La Población ubicado en la orilla cántabra del pantano, recuerda perfectamente el día que se hundió el puente. «Era de esperar. Todo el mundo sabía que no se estaba haciendo con los materiales necesarios. ¡Pero si no hacían más que echar arena en lugar de cemento!», exclama. Tiene muy claro que la ausencia de ese viaducto que unía la comarca de Campoo de Yuso con Arija supuso «un desastre total.Nos quedamos aislados. Desde entonces obligó a dar un rodeo enorme. Y eso hizo mucho daño. Mucha gente marchó. Con puente, esta zona se hubiera desarrollado más, de otra manera y mejor, seguro».

Acercarse al arranque del puente es un ejercicio doloroso para este hombre de 79 años. Uno de sus hermanos pereció ahogado cuando trataba de cruzar hacia Arija en una barca. «Si hubiese habido puente, mi hermano no se hubiera montado en una barca y no se hubiera ahogado.Esto no ha traído más que dolor. Lo que pasó fue una vergüenza. Y encima no se podía hablar sobre ello porque aquí había una dictadura», apostilla. 

Al igual que su vecino de enfrente, este cántabro no termina de creerse que ahora, setenta años después, vaya a construirse otro puente. «Mis ojos ya no van a ver eso. Además, a buenas horas.Aunque nunca sea tarde, esta comarca ya está aislada». Siente José Antonio García rabia, pena, indignación. El recuerdo de su hermano es una herida abierta. «Me remueve mucho por dentro. No te lo puedes ni imaginar. Para nosotros fue una ruina. Para todos». Y eso que el zarpazo empezó mucho antes, cuando a su abuela le expropiaron más de noventa fincas «que se las pagaron veinte años después al precio de entonces. Todo lo que ha pasado en torno a este pantano ha sido una vergüenza. Hemos vivido olvidados por todos, por la dictadura y también por la democracia. Ya me lo dijo una vez un hombre sabio. Cuando el franquismo, no podías hablar porque podías acabar en el cárcel. Con la democracia, podías hablar de lo que fuera pero te iba a dar igual.Nadie iba a hacerte ni puñetero caso. Lo clavó, aquel hombre. Lo clavó», señala perdiendo la vista en la hilera de pilares que atraviesa el pantano y que se antoja una suerte de cicatriz en la mañana luminosa de noviembre, el costurón de una herida que todavía no se ha cerrado y que supura, dolorosa, cada vez que baja el agua y deja sus vergüenzas al aire.