En la cresta de la vida

Carlos Meneses (Efe)
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Un grupo de mayores de 50 años se lanza al mar para descubrir el surf y paliar la soledad y la depresión con el espíritu 'aloha'

Con el espíritu aloha por bandera, un grupo de mayores de 50 años en Brasil ha encontrado en el surf una «nueva forma de vida» que, en algunos casos, se ha convertido en la vacuna perfecta contra los prejuicios de la vejez, la soledad y la depresión.

Son las ocho de la mañana, amenaza lluvia en la playa de la Pompéia, en la ciudad de Santos, pero Francisco Verazani de Aguiar, de 74 años, llega cargado de energía y con una sonrisa radiante, pese a los nubarrones en el horizonte.

Sabe que en unos minutos va a surcar las olas del mar a lomos de su tabla durante una hora y media.

«Cuando uno toma una ola parece que rejuvenece, uno se queda con mejor disposición. Nos da más vida, más confianza, eleva nuestra estima», expresa, acompañado de su esposa y su hijo invidente, que también surfean.

Francisco, padre de dos hijos y abuelo de cuatro nietas, es el alumno más veterano de esta clase destinada exclusivamente para personas de la tercera de edad y que se realiza una vez por semana.

La iniciativa se puso en marcha en octubre pasado y lleva la firma de Escuela Radical, que inició sus actividades en 1992, siendo la primera escuela de surf pública de Brasil.

La clase empieza con unos ejercicios de calentamiento y coordinación mientras tararean We Will Rock You, de Queen, y después, «la hora de ser feliz», dice una de las alumnas mientras carga con su tabla.

«La idea es hacer que se sientan bien, en familia y acompañados. Promovemos el espíritu aloha, que es trabajar el amor y echar fuera esa cosa de la soledad, que es lo que mata mucho y hace a las personas sentirse enfermas», explica el surfista Cisco Araña, coordinador del proyecto.

auge. Empezaron con 30 alumnos y ahora tienen inscritos unos 65 en el turno de la mañana. Además, ante la alta demanda, tuvieron que abrir cupo por las tardes, donde hay 45 más.

Dice Araña que entre los meninos (niños), como así llama a sus veteranos alumnos, hay muchos relatos de personas que estaban «muy tristes, solitarias y con depresión» y que encontraron en el surf una forma de «escapar de la realidad».

Uno de esos casos es el de María Aparecida Mobrizi (Cidoka), de 60 años. Profesora de moda de oficio, se quedó sin trabajo cuando, a partir de 2010, empezaron a cerrar todos los cursos sobre la materia.

Parada y sumida en una depresión, un día andando por la playa se encontró con Cisco, quien la invitó a sumarse a las clases de surf. A partir de ahí, todo cambió.

«El surf me puso ante dos opciones en la vida: o apagarme completamente o reiniciar», apunta. Ella eligió volver a empezar. Asegura que este deporte le ha proporcionado «una nueva vida» y además le ha ayudado a superar el enorme miedo que le tenía al mar.

«El engranaje de la vida comienza a rodar de otra forma, más armoniosa, mas distendida», añade.

HAbilidad. Con un destreza sorprendente para su edad, la mayoría de los alumnos, todos vestidos como camisetas de lycra moradas, consiguen ponerse de pie encima de la tabla y recorrer varios metros sobre la ola.

Les vigilan media docena de monitores, como Franciele Lopes Matos, de 28 años, quien les da consejos sobre cómo subirse y mantenerse de pie, la posición correcta de las manos, de los pies... «Es un constante aprendizaje», comenta. A sus 74 años, Francisco es incombustible y solo para cuando acaba la clase, a las 10 de la mañana. Sale del agua con su esposa Edmeia Pereira Correa, dos años más joven que él.

«Fue amor a la primera ola, cuando cogí la primera ola y me vi surfeando y deslizándome sobre la ola me enamoré. Ahí dije no paró más, amor sincero», confiesa.

En su opinión, cree que hay mucha gente que llega a los 50 años y dice que ya «está viejo» y que lo que hay que hacer es desterrar esa actitud y «nunca plantearse un no lo consigo».

«El primer paso es querer e intentar, que ahí uno se sorprende y después se enamora y no renuncia nunca más al surf», afirma.