Juan Ángel Gozalo

Plaza Mayor

Juan Ángel Gozalo


Pueblo pequeño, infierno grande

08/11/2021

El refranero castellano ha sido siempre fuente de sabiduría popular y retrato de la realidad, por desgracia, no tan pretérita como nos gustaría. En muchos de esos pequeños pueblos hay personas con una mentalidad aún anclada en el pasado más imperfecto. Son calcos de padres y abuelos, y expertos, como ellos, en el cultivo continuo de la maldad, la provocación y la gresca. Envidiosos y resentidos, donde están ellos no cabe nadie más. Con su perversidad acaban amargando la existencia al más pintado. Hacen de su capa un sayo e imponen su santa voluntad con su coactiva y violenta política de hechos consumados. Aplican su propia ley, la del más fuerte, y llevan el matonismo y la mendacidad en su ADN. Si entras en su pérfido juego, en sus constantes provocaciones y hostigamientos estás perdido. Se trata de gente tóxica que hace imposible la normal convivencia en ese medio rural, en el que, por desgracia, aún persisten rescoldos de esa España más profunda y negra. 
Egoístas, acaparadores y rastreros, se mueven como peces en el agua en la bronca continua con familiares, convecinos y con quien se tercie por unos centímetros de tierra, una herencia, una calleja, un tapial, una bajante, una medianera... No importa la razón del contrario, el derecho ni la justicia. No saben y además son refractarios a conjugar verbos como acordar, pactar, ceder, conciliar o convenir. Están permanentemente abonados a lo mío, mío y lo de los demás a medias. Compran tiestos y reclaman jardineras. Y así es imposible llegar, aunque se ceda, a consensos. Jueces, jurados y parte, siempre creen estar en posesión de la verdad y, si no, se la inventan. Practican el acoso y derribo de personas y de bienes a hierro y fuego si hace falta. Si les plantas cara te la juegas y no accedes a sus pretensiones y tratas de reclamar lo tuyo, surgen las amenazas, no ya de los tribunales, sino de agresión pura y dura. Sus sementeras no son de grano, son de miedo y, lo peor, es que algunas veces además cuentan con la inhibición de convecinos y autoridades.
No hay que ir a Puerto Hurraco ni al salvaje oeste para toparse con ellos. Estos abyectos individuos abundan, por desgracia, también en muchos de esos más de 1.300 pueblos que jalonan la provincia de Burgos. Es la herencia envenenada de tiempos grises en los que las diferencias y los largos y costosos pleitos, no pocas veces, tuvieron un epílogo grabado a garrotazos o marcado con pólvora. 
Representan una pequeña minoría sí, pero, créanme, hacen un tremendo ruido y un enorme daño a ese medio rural lleno de gente afable, bondadosa, solidaria, hospitalaria, honesta y noble. Una pena. 

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