Tarde en la feria, ejercicio de nostalgia

ALMUDENA SANZ
-

Si el coronavirus no se hubiera cruzado en el camino, El Espolón estaría viviendo una de sus semanas más letradas y animadas del año de la mano de la 44 Feria del Libro, aplazada a otoño

Última edición de la Feria del Libro en El Espolón. - Foto: Valdivielso

Se sienta en una terraza en El Espolón, con la mirada hacia el río. Se lava las manos con el gel hidroalcohólico que ha sustituido en el bolso al pintalabios. Se quita la mascarilla, que guarda en un sobre amarillento que ha encontrado por casa y que, mucho se teme, contamine más que conserve ese bozal al que no se acostumbra. Pide un café con leche, cargado, que hoy está dormida. Lectora empedernida, hace muchos años que marca en el calendario de la cocina los diez días de la Feria del Libro. Nunca ha faltado a la cita. Le gusta pasearse entre semana cuando empieza a caer la tarde. Unas veces va sola para brujulear por las casetas y regodearse en los ejemplares antes de decidirse por uno, o dos, o tres... Otras, arrastra a alguna amiga a un recital, una presentación de libro o cualquier otra propuesta literaria. Y algún sábado se cuela en los encuentros infantiles, aunque no lleve de la mano a ningún niño. Upss

Casi le da vergüenza reconocer que en la primera visita siente un cosquilleo en el estómago pensando en cómo será la ambientación ese año. ¡Siempre la sorprende! ¿Lo hubiera conseguido esta edición? No sabe que la creadora de ese diseño desde hace seis años ya le daba vueltas antes de que la covid-19 se burlara de todos y fuera tirando una a una las citas culturales como fichas de dominó. Marta San Martín quería reflejar en esa imagen estos tiempos extraños y la vuelta a la normalidad que, en los primeros compases de la crisis, sopesó si coincidiría con esta programación. Y entonces imaginaba un cartel a rebosar de lectores en la calle. Sería una mirada luminosa. La Feria del Libro es la niña de sus ojos. Y no lo oculta. «Es el encargo más bonito del año. Un caramelito, porque es un trabajo chulo, por el tema, por la gente y por el lugar». Para ella son días especiales, el inicio de algo más, un espacio de reencuentros. A buen seguro que se cruzaron en el paseo como fanes confesas. 

Quizás, sin intuirlo, se chocaron en una de las casetas. Una preguntando, otra hojeando. Tantos años de fidelidad, llevan a la letraherida que da un sorbo al café en El Espolón a considerarse una vieja amiga de los libreros. ¿Cómo estarán pasando ellos estos días? ¿Los echarán de menos? Sí, supone que sí. 

No se equivoca. Se han acordado. Por lo menos, el presidente de la Asociación Provincial de Libreros, Álvaro Manso, lo ha hecho (también el vice, Víctor Adot). La semana pasada, el desembalaje en la puesta a punto de la librería postcoronavirus le trasladó a las vísperas, al trajín de cajas, de sacar y meter libros, de decidir cuál llevar, cómo colocar... Luego ya se agolparon las imágenes de gente feria arriba, feria abajo, rodeando las puestos... ¡Y con los días tan primaverales, tan de feria, que están pintando! Hubiera sido una edición redonda. Sí, echa de menos esa «magia del libro en la calle» y la posibilidad de sentarse a la mesa con autores siempre interesantes. 

Ella solía repasar las firmas invitadas. No le hubiera importado charlar con Javier Castillo, que acaba de publicar La chica de nieve (no lo sabe, pero era uno de los pocos confirmados; el resto, solo apalabrados), ni con José María Pérez Peridis, que suele tener a Burgos como plaza fija cuando tiene nueva novela, como es el caso, El corazón con que vivo, Premio Primavera. Ay, seguro que para ver al viejo arquitecto tendría que ir a la Sala Polisón. El Teatro Principal, por razones obvias (firmó su restauración), es su escenario fetiche. 

Ese fin de semana no se acercará al Espolón, como acostumbra en la semana de Feria. Se detiene en la caseta de información, donde se agolpan los autores locales. Le gusta hablar con ellos y comprar alguno de sus libros. ¡Todos, no, que siempre son muchísimos! Sábados y domingos también se mezcla con la chavalería en el templete y se cuela en la carpa. Admite su ignorancia respecto a los autores de literatura infantil, pero sí es ávida compradora. Últimamente ha regalado La cigarra y su guitarra en la charca musical, de Mar Benegas; El diario violeta de Carlota, de Gemma Llenas; y algún cómic de Pedro J. Colombo (si ella sospechara que podría haber logrado su firma...). 

Se termina el café, paga, saca la mascarilla del sobre amarillento, se la pone, suspira ante El Espolón vacío de libros y desea que en otoño vuelen muchas hojas.