Cuando el distanciamiento social es lo cotidiano

Ical
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Los enfermos de fibrosis quística están acostumbrados al confinamiento, guardar distancia y tomar precauciones para evitar infecciones respiratorias

La secretaria de la asociación Castellano y Leonesa contra la Fribrosis Quística, Aida Acítores junto a su hija Candela. - Foto: Ical

La pandemia de la covid-19 ha supuesto un cambio radical de los hábitos de vida de los ciudadanos que, poco a poco, se acostumbran a esa llamada ‘nueva normalidad’ que implica, entre otras cosas, el confinamiento domiciliario, el distanciamiento social, evitar las aglomeraciones, la limpieza intensa de la ropa y de lo que entra en casa, el uso de las mascarillas y los guantes y un exceso de higiene para prevenir los contagios. Si hay alguien que sabe mucho de estas medidas son los enfermos de fibrosis quística, que extreman las precauciones para evitar infecciones de virus y bacterias desde que están diagnosticados. Para ellos cuestiones como el distanciamiento social, la higiene extrema o formas más o menos drásticas de confinamiento es lo cotidiano. Son los grandes expertos en todo lo relacionado con la prevención y la protección porque tienen mayor riesgo de padecer complicaciones por cualquier infección respiratoria, incluido el coronavirus, lo que les obliga a protegerse.

Tanto que los que tienen la enfermedad o sus familiares tienen muy interiorizado cómo prevenir cualquier foco de infección. «Cada vez que llamo a un ascensor, utilizo el meñique de la mano derecha porque soy zurda. Así, sé que si tengo que tocarme la cara no será con la mano con la que he podido estar en contacto con una superficie sucia», explica a Ical Aida Acitores, madre palentina de una niña de 4 años con fibrosis quística.

Reconoce que todas las recomendaciones que, ahora, reiteran las autoridades sanitarias para prevenir contagios del coronavirus le recuerdan cuando le diagnosticaron fibrosis quística a su hija Candela. «Cuando era un bebé, evitábamos que la gente la tocara o besara. Les costaba entenderlo y ahora, parece algo cotidiano», añade. 

Todos sus bolsos tienen un gel hidroalcohólico, no solo por la enfermedad de su niña sino porque su marido es inmunodeprimido, con un sistema inmunitario debilitado. «Mi hija hace una vida normal, al igual que nosotros, pero extremando las medidas higiénicas y evitando el contacto con personas que nos puedan contagiar», apunta. Es decir, en cada consulta en el hospital, Candela va provista de una mascarilla; va con su patinete por la calle y no se toca la cara; usa el gel con asiduidad en el colegio y se aleja de los compañeros en clase y de los amigos en el parque que tosen o tienen mocos. Y es que cualquier infección que es inofensiva para el conjunto de la población, a un enfermo de fibrosis quística le puede causar mucho daño.

La fibrosis quística es una enfermedad rara o poco frecuente, calificada así porque su prevalencia es inferior a cinco personas por cada 10.000 habitantes, que padecen unas 2.500 personas en España, mientras que la Asociación Castellano Leonesa Contra la Fibrosis Quística cuenta con 58 socios. Su presidenta Miriam Aguilar, enferma de fibrosis quística, reconoce que todas las medidas que tiene que adoptar ahora la sociedad por el coronavirus beneficia a su colectivo, que antes era mal visto por llevar mascarillas y guantes, mantener la distancia social y evitar abrazar a la gente. «En España somos de tocarnos mucho y a nosotros nos han tachado de ser bordes por saludar a conocidos y no pararnos. Pero es que se trata de mi salud», subraya.

Además, esta vallisoletana se muestra esperanzada en que, cuando pase la crisis sanitaria y la población deje de utilizar las mascarillas, no resulte extraño ver a personas de riesgo como los enfermos de fibrosis quística.