«Cuando llegué, en los 80, la asistencia era vergonzosa»

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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El psiquiatra Jesús de la Gándara, recientemente jubilado, repasa la evolución en la provincia de la atención a las enfermedades mentales durante los últimos (casi) 40 años

El ya exjefe del servicio de Psiquiatría, la semana pasada ante el hospital Fuente Bermeja. - Foto: Patricia

Cuando en 1984 Jesús de la Gándara llegó a Burgos la asistencia psiquiátrica que tenía esta provincia estaba anclada, casi literalmente, en el siglo XIX. El Insalud no tenía unidades de psiquiatría en hospitales que no fueran universitarios, como era el caso del General Yagüe, por lo que solo la Diputación se encargaba de la atención a los pacientes más graves. Por suerte, fue justo en esa época cuando el sistema nacional de salud, consciente de semejante precariedad, convoca una jefatura de sección con la intención de que fuera el germen de una unidad de Psiquiatría, pero solo para atender a los pacientes ingresados en otros servicios hospitalarios, es decir, lo que se conoce en la jerga sanitaria como 'interconsultas'. El profesional que ganó esa plaza, al poco renunció a ella para dedicarse a la gestión -era Manuel Serrano que dirigió durante un tiempo el Yagüe- y la ocupó De la Gándara, que recuerda ahora aquellos comienzos desde su ansiada jubilación que ha iniciado hace apenas unas semanas. 

«Un despacho, una enfermera y yo compusimos aquella primera unidad. Había fuera del hospital dos o tres personas que atendían semanalmente cupos enormes. La asistencia era vergonzosa, en dos horas un par de días a la semana se citaban treinta o cuarenta pacientes, lo que daba apenas unos minutos para estar con cada uno», recuerda. ¿Qué ocurría, pues, con las patologías psiquiátricas graves? «Se habían atendido en el antiguo hospital provincial de la calle Madrid, una especie de moridero que había allí, vergonzoso. Y como no había hospital psiquiátrico, a Ignacio López Saiz se le ocurrió montar uno en Oña para traer a los pacientes de Burgos que estaban internados en otras provincias como San Sebastián, Palencia o Valladolid y esto lo pagaba la Diputación. Aquello se generó como si fuera un avance, pero lo que ocurrió es que se obligó a los pacientes a un ostracismo terrible y se promovió el estigma de la enfermedad mental a tope y en un tiempo en el que ya se había promovido en todo el mundo el cierre de los psiquiátricos, aquí íbamos al revés».

López Saiz -recuerda- apeló a la juventud de De la Gándara para que reformara todo aquello: «Cuando llegué a Oña, independientemente de que había varios profesionales respetables y que lo hacían lo mejor que podían como Juan Mons o Ladislao García Carbonell, no había formación científica, eran buenos aficionados, buenos médicos de pueblo con muy buena formación clínica pero sin psicopatología científica. Me quedé alucinado, entre otras cosas porque yo venía de Salamanca, Valladolid y Barcelona donde existían unidades de Psiquiatría dentro de los hospitales como ahora tiene el HUBUaquí, y me dije o cambias esto o te marchas».

Su contrato era de un año y como técnico de gestión, es decir, el encargado de organizar la asistencia psiquiátrica: «Yo era un crío y me encontré con personas que hacían un trabajo como del siglo XIX. Por eso, lo primero que me planteé fue la creación de una unidad de hospitalización en el Yagüe, que se abrió en la primera planta con 16 camas y lo convirtió en el primer hospital de España no universitario que tenía este recurso. Allí se sumó, a la enfermera y a mí, primero un psiquiatra contratado para tal efecto  y luego 'nos prestaron' una psicóloga que hasta entonces se había encargado de atender a los pacientes afectados por la colza. En esa primera fase llegamos a ser cuatro psiquiatras».

En el Divino Valles, propiedad de la Diputación y que no pertenecía al Insalud, había 80 camas para pacientes psiquiátricos atendidas por dos médicos y a todos los efectos funcionaba como un hospital psiquiátrico porque Oña había ya cubierto todas sus plazas. «Así que el planteamiento que hice fue que ellos tenían camas pero no tenían psiquiatras y nosotros teníamos psiquiatras pero no teníamos camas y llegamos a un acuerdo de coordinación que es el germen de lo que es ahora la asistencia. Además, en aquel tiempo -alrededor del año 90- se creó un plan nacional de psiquiatría que dotó a las provincias de equipos de salud mental y la Diputación, la Junta y el Insalud me nombran por unanimidad coordinador provincial de salud mental».

Todavía en aquel momento Psiquiatría no era un servicio autónomo sino que formaba parte, como tantos otros, de Medicina Interna, del que al poco se independizó. Consecutivamente -toda aquella renovación se produjo con la velocidad que no había tenido en los anteriores cien años- se crearon los equipos de salud mental (tres en Burgos y uno en Aranda y Miranda) y se llegó a un acuerdo con la Diputación -justo cuando el Yagüe ya no empezaba a dar más de sí-  para que todo el servicio se mudara al Divino Valles, que albergó la hospitalización y las consultas externas, que aún siguen allí.

En una década se había formado un servicio hospitalario dotado con siete psiquiatras, se había instaurado la atención ambulatoria  y las interconsultas y se dieron los primeros pasos de la atención psiquiátrica infantil con el fichaje de una profesional que trabajaba en Cruz Roja. El siguiente reto fue cerrar Oña, que si nunca tuvo demasiado sentido, entonces se había convertido ya en un tremendo anacronismo: empieza a gestarse la reorientación de Fuente Bermeja (antiguo antituberculoso) para hospitalizar a enfermos mentales crónicos graves, lo que se formalizaría en 1999. «Oña no era operativo, había 500 plazas y siempre estaban llenas de pacientes que no se movían, era casi imposible dar altas, eran enfermos que estaban 'almacenados' y que, además, aproximadamente la mitad no eran  psiquiátricos sino que tenían otras dolencias, precisamente por la falta de criterio científico de la que hablábamos antes y por la falta de modernidad, allí había un siglo de atraso, aunque no puedo negar que cumplió una función social con ingresos que se hacían más por vía administrativa que médica», afirma De la Gándara.

Tanto en el Divino Valles como después en Fuente Bermeja se redujo el número de plazas -de 80 a 40 en el primero y de las 500 que había en Oña a las 80 del hospital de la carretera de Quintanadueñas- porque, como recuerda el psiquiatra, «más camas no suponen más calidad asistencial sino más ineficiencia» pero no fue un proceso sencillo porque había muchos pacientes más 'sociales' que psiquiátricos que no tenían adónde ir. 

INVESTIGACIÓN. La investigación, que tan importante es para el avance del conocimiento, se incorporó de forma inmediata en los albores del servicio: «No éramos muchos pero empezamos pronto a hacer sesiones clínicas de formación todas las semanas, a tener un programa de investigación y a publicar en revistas y desde el tercer año ya tuvimos residentes», cuenta de la Gándara, que cuando llegó a Burgos ya había leído su tesis doctoral y había publicado, y que afirma que desde entonces el servicio ha generado más de un millar de publicaciones científicas. Aquellos trabajos traspasan pronto el ámbito puramente académico para llegar al gran público: la descripción del síndrome de Munchausen (1983),  el de la compra compulsiva (1984)  y el de Diógenes (1993) hicieron que el nombre de De la Gándara se conociera a nivel popular y que los medios de comunicación pusieran en él el foco para tratar de explicar no solo estas singularidades psiquiátricas sino  las cosas que le ocurrían a la sociedad. Y es que la importancia de la divulgación, pero sobre todo de la investigación, la entendió muy pronto y cree que en el origen están las enseñanzas de su padre, profesor de Griego, y de su abuelo, médico de pueblo y discípulo de Cajal: «Esto influyó en que desde muy pequeño mi abuelo me recordara que un médico era uno que dormía poco y estudiaba mucho».

En todo este tiempo han sido miles los pacientes que han pasado por el despacho de De la Gándara y sus circunstancias, de lo más variopintas. Preguntado por las patologías más difíciles de abordar asegura que son algunas muy concretas que afectan a muy poca gente como los trastornos obsesivo-compulsivos y algunas neurosis «que son muy genéticas», trastornos de la personalidad «muy graves y muy patológicos», y no tanto las grandes enfermedades mentales como la depresión, el trastorno bipolar o la esquizofrenia «porque en eso hemos avanzado mucho y los recursos farmacológicos y no farmacológicos nos han dado mucha sensación de control».

El servicio de Psiquiatría, además, arrancó cuando las drogas, sobre todo la heroína, se hicieron fuertes en parte de la sociedad española. Jesús de la Gándara recuerda que la psiquiatría académica no quiso saber nada de las adicciones argumentando que era un problema social «sin embargo había otra corriente, entre la que nos encontrábamos en Castilla yLeón José Antonio de Santiago y yo que queríamos a toda costa incluir a estas personas como pacientes». En Burgos se integró como una patología más pero no se generó una asistencia específica «por falta de recursos»: «Se creó después una red cuando se hizo cargo la Junta, pero dependiente de la Consejería de Familia y no de Sanidad, lo que fue un gravísimo error que yo denuncié siempre». De forma general, asegura que la política «no ha enredado demasiado» en la práctica asistencial: «La Junta ha sido bastante fácil y generosa y la Diputación, al principio, muy pasiva y economicista y siempre centrada en su interés hasta que se dio cuenta de que si me pasaban la pelota iban a vivir mejor». 

Al echar la vista atrás se siente satisfecho de lo logrado ya que de aquella enfermera y él mismo, se ha pasado a una plantilla de 28 psiquiatras y 15 psicólogos, además de enfermeras, terapeutas ocupacionales y trabajadoras sociales. Se  ha ido, pues, a los 65 años recién cumplidos , contento del trabajo realizado y sin ruido: «El plan que yo siempre tuve fue quitarme de jefe para que se pusiera una persona joven y ayudarla durante mis últimos años porque considero que hay una edad en la que disminuyen la energía y la capacidad creativa, pero cuando lo planteé llegó la pandemia y no tenía sentido hacerlo, hubiera sido una deserción. Cuando todo mejoró y justo seis meses antes de cumplir 65 años pedí por carta mi jubilación y que se me sustituyera, algo que aún no se ha hecho debido a la ineficiencia y a la chapucería que se han generalizado en el HUBU».

Aunque reconoce que ha estado muy al margen de la crisis que vive el hospital desde que se empezó a aplicar la normativa según la cual hay que sacar las jefaturas a concurso cada cuatro años,  hace un análisis de algunas de las reacciones que se están produciendo: «Supongo que tienen que ver con el narcisismo que hay cuando uno es jefe, pero también con la inseguridad, porque, ojo, hay que presentarse, hacer una memoria y defenderla y quizás frente a gente más joven y capacitada que uno, de otra generación y pongo un ejemplo: yo hablo inglés, pero es que mis alumnos piensan en inglés».