"La vida da golpes más duros que en un ring"

R. PÉREZ BARREDO
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. José Antonio Hernando es uno de esos hombres y esta es (parte) de su historia

José Antonio Hernando - Foto: Alberto Rodrigo

*Este artículo se publicó el 13 de abril de 2020 en la edición impresa de Diario de Burgos

En cierta ocasión, durante una entrevista televisiva de aquellas que le gustaba conceder cuando ya era un juguete roto y andaba de escándalo en escándalo, Poli Díaz, ‘El Potro de Vallecas’, confesó que nadie le había dado tantas hostias sobre un ring de boxeo que un tal Hernando. Lo recuerda con media sonrisa nuestro personaje, que conserva en el rostro las huellas indelebles de su pasado pugilístico, y cuyas manos, cuando se cierran en torno al puño, aún se exhiben amenazadoras. "Pegaba mucho y pegaba bien", recuerda un veterano aficionado al boxeo, evocando especialmente la zurda, que empleaba como nadie, con una rapidez y una eficacia propias de los grandes. El burgalés José Antonio Hernando, Hernando II, acabó decepcionado con el boxeo, pero su nombre sigue presente en la memoria de los aficionados a un deporte que vivió épocas gloriosas, cuando se celebraban veladas casi a diario en torno a las cuales se arracimaban miles de personas, y levantaba pasiones por doquier. Él se recuerda viendo combates en un viejo televisor en blanco y negro, fascinado por el baile hipnótico de Cassius Clay, en la casa familiar de la calle Alfareros, en una infancia estrecha y humilde en que su padre se veía obligado a multiplicarse para alimentar a su abundante prole, nada menos que diez criaturas.

Aquellos combates en televisión y un hermano mayor, Vicente (Hernando I), que practicaba boxeo, alimentaron sus sueños de ser púgil. Pisó por primera vez un gimnasio a los 14 años, la misma edad a la que empezó a trabajar como soldador. Fue en un local que había junto a las piscinas de El Plantío. Pronto manifestó un enorme talento con los guantes: pegaba mucho y le pegaban poco. "Era muy técnico", dice para explicar su estilo, que no era agresivo, pero sí efectivo. "No me gustaba salir a poner patas arriba al rival. Me ha gustado pegar y que no me pegaran. Yo he hecho combates en los que ni me han tocado la cara pero yo les he puesto guapos, por todos los lados. Nunca me gustó arriesgar cuando tenía un combate ganado. No sentí la necesidad de ir a muerte".

De los más de doscientos en los que tomó parte, como amateur primero y como profesional después, salió victorioso en las tres cuartas partes. No había cumplido los 16 años cuando participó en el Campeonato de España. Perdió en el último combate. "No sé qué me pasó, algo me sentó mal y no estaba en las mejores condiciones. Me ganó un asturiano. No se lo creía ni él. Yo había eliminado a los cuatro mejores. Pero bueno, aquello me sirvió para que me llamaran de la selección española".

Va tan rápido en su relato como cuando lanzaba su puño izquierdo, supersónico. Antes de aquello, recorrió media provincia participando en veladas que se hacían por los pueblos. Ganó la mayoría. Aunque siempre se fijaba en el estilo de los grandes -Clay, Tommy Hearns, Sugar Ray Leonard, Perico Fernández "que siempre me gustó mucho; aunque a veces era un flojo, me gustaba su estilo, pegaba bien"- él desarrolló el suyo propio, que mezclaba una defensa intratable, inexpugnable, con golpes duros y certeros. "El boxeo es un deporte bastante completo, pero es muy duro. Puedes ser bueno, tener cualidades con las que llegar alto, pero si no tienes apoyos es muy difícil. A mí me faltaron muchas veces esos apoyos. En Burgos no se ayudó nunca al boxeo. Si hasta yo mismo tuve que hacer de promotor para organizar veladas. Estaba la federación, pero nada más", apunta.

Entrenar era vital, y Hernando II tuvo la suerte de tener un buen preparador, Miguel Juez, que "era buena gente, sabía lo que era el boxeo y en sus tiempos había sido un buen boxeador". Pronto conoció las injusticias de un deporte siempre bajo la sospecha del amaño y otras rufianerías. "Conmigo se cometieron muchas injusticias. Recuerdo una vez, en Francia, en un torneo internacional, gané cinco combates. Y en la final me enfrenté a un yugoslavo que estaba ya considerado el mejor del torneo. ¡Antes de la final! Le gané claramente a los puntos pero me dieron por perdedor". Tuvo que probar Hernando II muchas más veces aquella amarga hiel, especialmente en torneos que en extranjero, donde siempre solía salir vencedor el púgil de casa. "Llámalo amaño, robo... He visto cosas increíbles, pero no quedaba otra que asumirlo. Pero no se entendía. Recuerdo otra vez contra un francés... Madre mía. Le pegué una paliza tremenda. Hasta su gente le silbaba y todo. Se tuvo que bajar del ring. Pero me dieron perdedor. Aquel combate fue mi primera derrota como profesional", evoca con amargura.

A lo largo de su trayectoria sobre un ring también vivió momentos de gloria, por supuesto. No en vano, tiene un importante currículum: fue dos veces campeón de España de peso ligero (ganó a Carlos Miguel Rodríguez, primero en Vigo y luego en Madrid); tres veces campeón de España de peso superpluma, y aspirante al campeonato de Europa de peso ligero. Pudo ser campeón de España de peso ligero tres veces consecutivas, pero se topó con una de las promesas nacionales del pugilismo, Poli Díaz, durante la defensa del título. Fue en Burgos, con 3.000 personas en el polideportivo de El Plantío. "Yo ya le conocía. Como boxeador no me parecía gran cosa. Desde mi punto de visto era malo. Pero yo no estaba demasiado bien entrenado y creo que me confié demasiado. Y perdí con él, que vino muy preparado", indica.

Recuerda al Potro de Vallecas como un "buen chaval, que había pasado mucha pobreza. Gente humilde, pero con poco cerebro". Aquella decepción, más dolorosa si cabe por haberla vivido en casa, estuvo a punto de hacerle colgar los guantes. Pero aguantó, entre otras cosas porque le salió al paso la posibilidad de participar en el campeonato de Europa, tras firmar contrato con un nuevo mánager, Enrique Soria. "El combate fue muy bonito. Si en lugar de celebrarse en Dinamarca hubiese sido en España, me habrían dado ganador a mí, seguro. Perdí por puntos".

Los juegos olímpicos. Pero su mejor recuerdo y la experiencia más grata, más allá de los títulos, lo vivió en el año 1984: Hernando II fue uno de los tres boxeadores que envió España a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Y fue el que llegó más lejos: acarició el bronce, quedando quinto, diploma olímpico, tras caer derrotado con el puertorriqueño Luis Ortiz. Lamenta José Antonio Hernando haber llegado a la cita olímpica lastimado en la mano derecha después de un combate que no debía haber disputado, lo que lastró su rendimiento pese a operarse antes de ir Los Ángeles.

Tenía unos dolores enormes y una fuerte inflamación. Pidió que le infiltrasen, pero no accedieron. "No la sentía del dolor", evoca. En las crónicas periodísticas de aquellos días se recoge una entrevista que le hicieron a pie de ring, en la que el burgalés decía que no había podido siquiera estrechar la mano a quienes se acercaron a felicitarle tras el combate. Su preparador, el legendario Manuel Santiesteban, Palenque, valoró su gran papel asegurando que Hernando II había competido como el mejor contra los mejores. "Peleamos con unos tiarrones... Había unos negros enormes, sobre todo un cubano. Gané tres combates. Dentro de lo que cabe pelee de puta madre".

No olvidará nunca el púgil burgalés aquellas semanas en Los Ángeles, la convivencia en la villa con los otros deportistas, las risas con los españoles, como Romay "que fue el abanderado; era un descojono, muy divertido, un cachondo" o el también baloncestista Fernando Martín. "Lo de los Ángeles fue una experiencia impresionante", apostilla. Conserva cientos de anécdotas de su estancia en la costa oeste de Estados Unidos durante aquellas semanas. "Un día vino a visitarnos Cassius Clay. El hombre ya estaba enfermo de párkinson pero fue la hostia conocerle. ¡Hasta nos llevó a dar una vuelta en su limusina! Yo no me enteraba de lo que decía, pero ahí estuvimos", dice riendo. Estrechó la mano de otras leyendas, como George Foreman, o la de actores como Kirk Douglas, "muy elegante", Alain Delone o Jean Paul Belmondo "que iba acompañado por una pava que estaba buenísima, un pedazo mujer espectacular".

Tampoco ha podido desterrar de su memoria el impacto de entrenar en la pista de atletismo de la ciudad olímpica con otra leyenda del deporte: Carl Lewis. "En lo que yo daba una vuelta, él daba tres. Corría como una gacela, el hijoputa. Una cosa impresionante. Una locomotora. Madre mía de mi alma… Lo de Los Ángeles fue de alucinar". Se queda un rato en silencio, evocando con nostalgia aquella época dorada de su carrera que ahora le parecen un sueño. Tiene 57 años y toda su biografía en el rostro. Su vida no ha dejado de ser un combate, por más que colgara los guantes a finales de los 80 harto de todo. Ha regentado un club nocturno, ha sido transportista y ahora trabaja en una funeraria. En el camino se separó y se divorció un par de veces. Tuvo dos hijos. Uno falleció el pasado año. Fue un golpe terrible. Un K.O. en toda regla del que aún se está intentando recuperar. "La vida es más dura que cualquier golpe sobre un ring. El boxeo es duro, pero la vida es criminal. A mí me ha pegado unas hostias terribles", concluye Hernando II, que no piensa bajar la guardia.