De la canasta del jardín a la del Coliseum

CARMELO PALACIOS
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Bruno Fitipaldo repasa su trayectoria desde los piques con sus hermanos hasta su estreno en la Euroliga pasando por su doblete con Malvín. El base uruguayo deja clara su voluntad de seguir en el San Pablo Burgos

Un joven Fitipaldo se enfrenta con las categorías inferiores de Uruguay a la Brasil de Benite.

Juan Fitipaldo llegó a ser profesional en la liga de baloncesto de Uruguay. Su carrera no duró mucho, pero marcó el camino para Bruno, el mediano de sus tres hijos, quien iba a acabar superando lo conseguido por su padre. Su altura no hacía pensar que se convertiría en un jugador de baloncesto profesional, menos que sería uno de los buques insignia de la selección de su país o que llegaría al techo del baloncesto FIBA  al jugar la Euroliga con el Galatasaray, pero el pequeño Fitipaldo demostró que el talento es más importante que la envergadura.  

Con ocho años, Bruno compaginaba el baloncesto con el fútbol. En los dos deportes le gustaba tener el control de lo que pasaba en el partido. Cuando saltaba al verde, jugaba de mediocentro, «de  ‘5’, en la posición de Busquets, el de Barça» y cuando salía al parqué ocupaba el puesto de base. «Tampoco me quedó mucha alternativa porque era chiquito, así que me las tuve que arreglar de base», recuerda.

Llegó un momento en el que tuvo que decidir y apostó por el básquet. Primero jugó en el Club Naútico de Montevideo y más tarde fichó por la cantera del Malvín, uno de los equipos con más tradición de la ciudad y donde jugó su padre.

Para entonces, ya acumulaba horas y horas de baloncesto en la canasta de su casa, donde pasaba tardes y vacaciones enteras con sus hermanos. «Ya les ganaba por entonces, pero siempre inventábamos algo para que fuera parejo y terminara en problemas», cuenta entre risas. «Nos rezongaban (echaban la bronca) para que no botásemos más el balón, pero nos daba igual», añade.

No fue hasta los 15 años cuando Bruno Fitipaldo se dio cuenta de que podía llegar lejos. Fue convocado con las categorías inferiores de Uruguay y lo bordó jugando con niños más mayores. «Vi que podía llegar a profesional en Uruguay, pero ya está. No pensaba en Europa. Luego todo ha ido viniendo», asegura.

En ese campeonato panamericano, tuvo como rival a un tirador brasileño al que la vida le acabaría convirtiendo en su compañero casi 15 años después. «Jugamos contra la Brasil de Benite (foto). Lima no estaba todavía, pero tenían un equipazo y ganaron el torneo», rememora.

Con 16 años, en la temporada 2008/09, Fitipaldo debutó con Malvín en la liga uruguaya y una campaña después ya era un fijo en la plantilla. Con el equipo de su ciudad levantó dos títulos nacionales antes de poner rumbo al Obras Sanitarias argentino. «Tengo recuerdos muy lindos. Era joven, los estadios llenos y mi familia y amigos de toda la vida en la tribuna. Salir campeón con el club donde te criaste es muy bonito». 

Dos campañas estuvo en Argentina antes de dar el salto a la Orlandina de la Lega Basket italiana. Allí encajó a la perfección y llamó la atención del Galatasaray, con el que disputó la Euroliga junto a Deon Thompson, con el que coincidió años más tarde. «Esa etapa me sirvió mucho para crecer como jugador», apunta.

Al año siguiente, el conjunto turco no se clasificó para la Euroliga y se disolvió por completo. Fitipaldo apostó por volver a Italia y fichó por el Avellino, un club con pretensiones de luchar por el título. Fue el último paso en su carrera antes de llegar a la canasta del Coliseum. Llegó en el verano de 2018, se siente a gusto y tiene claro el futuro: "Mi intención es seguir", asegura.