Los maitines de Navidad

ESTHER PARDIÑAS
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Se preparaban con esmerado cuidado y eran de obligada asistencia para los prebendados. También eran objeto de especial celebración los de Cuaresma, Nuestra Señora de Agosto, Corpus Christi y San José

Los maitines de Navidad - Foto: Alberto Rodrigo/Valdivielso

Sin duda, una de las horas canónicas más importantes y que más debates suscitó fueron los maitines. Los maitines de Navidad especialmente se preparaban con esmerado cuidado y eran de obligada asistencia para los prebendados.
Guillermo Díez Arnaiz ya trató en un artículo sobre las horas canónicas, y reveló muchas de las curiosidades de este oficio nocturno, y le agradezco que me conceda esta incursión en un campo en el que él es experto.

Los maitines fueron objeto de numerosos acuerdos capitulares para organizarlos en los llamados cabildos espirituales. En estos cabildos que se celebraban periódicamente, al menos una vez al mes, o más veces si se consideraba necesario, los diputados nombrados por el cabildo señalaban todo aquello que había que mejorar o cambiar en lo relativo al servicio del culto y del altar, decoro de costumbres y actitudes de los miembros del cabildo, capellanes y servidores.

Fueron muy habituales las referencias a los maitines en estos cabildos, porque no solo eran importantes los de Navidad, también eran objeto de especial celebración los de Cuaresma, Nuestra Señora de Agosto, Corpus Christi y San José; los días no feriados se rezaban los maitines ordinarios. Se trató en estos cabildos de la hora a la que había que tocar la campana para llamar a maitines, que solía ser siempre a partir de la media noche. En el año de 1465 se mandaba tocar al campanero a maitines a la una de la madrugada desde abril hasta San Miguel, y a las dos de la madrugada desde esta fiesta hasta marzo. En 1509 se intentó que los maitines volvieran a establecerse a las 12 de la noche. Pero solo variaron significativamente la hora durante la invasión francesa, en la que desde el 1 de agosto de 1808 se hicieron a las 4 de la tarde, y durante el s. XVI en la festividad del Corpus se adelantaba la hora a las 6 de la tarde. La elección de la hora era importante porque de ella dependía el consumo de velas como luego veremos. 

El horario de los maitines de Navidad se adelantaba a las nueve y media de la noche, anunciado también con el toque de campanas; solían durar hora y media. Después se decían algunos responsorios y si daba tiempo se cantaban villancicos hasta la misa del Gallo. Solía celebrarse luego un auto sacramental y posteriormente se decía la prima y la misa de la luz. 

Con razón un villancico de Cristóbal de Morales decía en su estribillo: «No la debemos dormir la Noche Santa, no la debemos dormir».

Dada la hora intempestiva, la asistencia a los maitines, que además debían ser cantados y duraban largo tiempo, quedaba deslucida, salvo en los de Navidad, en los que la asistencia era obligada para todos. Las faltas de asistencia llevaban aparejada la pérdida de las distribuciones. Como nos cuenta Sabino Alonso Morán en un artículo titulado La prebenda y las distribuciones en los cabildos. Las distribuciones eran aquellas cantidades o rentas que percibían los canónigos por asistir a las horas canónicas, entre otras funciones, y estos pagos fueron establecidos ya en el 1115 por San Ivón de Chartres, para reforzar la participación en estas horas. Las distribuciones podían ser muy cuantiosas; en los maitines de Navidad se pagaba en moneda de plata a los asistentes, mientras que en los maitines ordinarios se usaba la de vellón (cobre), dos reales por asistente. Los maitines de la Virgen de Agosto contaban con una distribución a cada racionero de 15 fanegas de cebada, cuatro de trigo y medio florín, porque el canónigo Diego Antonio de Castro había dispuesto una memoria de 1.000 reales de renta anual que se cobraba en los puertos de Portugal, además de un pósito de trigo y cebada. Los de la víspera de San José contaban con una dotación de 49.000 reales de renta. 

Era habitual la queja por la falta de pago suficiente en los maitines ordinarios. En el año de 1727 ningún canónigo asistía a presidir estos maitines y en 1760 se regulaba que tanto los maestros de ceremonias, como los sochantres y racioneros nuevos estuvieran presentes en los maitines para alternarse en el invitatorio. En el año de 1835 los capellanes del número pedían que se permitiese la asistencia de solo dos de ellos a los maitines y que se les quitaran las multas de 12 reales con la que se les penalizaba cada vez que faltaban. Un capellán del número debía ayudar al sochantre en el canto llano (gregoriano).

Era obligatoria la asistencia de dos salmistas, dos sochantres de noche, capellanes y hasta los niños de coro, salvo los muy pequeñitos. El 6 de junio de 1618 se excusaba de su asistencia a los maitines a un niño que acababa de llegar de Vitoria y a otro llamado Pablito. En el año de 1502 se regulaba la asistencia de los enfermos de bubas. Y en alguna ocasión se excusó a los muy agotados mozos de coro que después de los maitines todavía tenían que hacer las estaciones de San Juan de Sahagún, Nuestra Señora de los Remedios (actual capilla del Cristo) y los responsos por los prebendados y mozos de coro fallecidos y por el alma de Pedro Fernández de Castro. 

Los sochantres eran insustituibles, encargados de dirigir los coros, de entonar y comenzar los salmos; eran voces de calidad difíciles de encontrar. En la catedral en los mejores tiempos siempre hubo cuatro, dos de día y dos de noche. En los de noche recaían las horas nocturnas y por tanto los maitines. Tanta necesidad había de ellos que en octubre de 1619 el cabildo pide a los diputados que se encargaban de sus asuntos en Roma que obtengan la licencia para poder adjudicar prebendas de sochantre a cualquiera que fuera válido, incluso a los extranjeros, como eran considerados entonces catalanes y aragoneses. Las mejores voces solían provenir de Aragón y el País Vasco. Durante la francesada, debido al escaso número de voces, se redujeron las intervenciones cantadas de los sochantres, que se fatigaban, y la misa de Pastores se cantó sin presencia de ministros. 

En 1857 se pedía que fueran los sochantres los que cantasen el Invitatorio porque los beneficiados no afinaban nada. Se solían cantar las antífonas de los maitines en canto llano (gregoriano) y los responsorios se acompañaban con el órgano. 

La relevancia de la hora en los maitines venía también marcada por el uso de las velas. El 24 de enero de 1547 el tesorero Juan de Santa Cruz Polanco protestaba que se le demandaba una candela por atril, cuando daba solo dos para todos. El 7 de marzo de 1619 se quejaban los medio racioneros de no poder cantar por no haber ni luces ni salterios suficientes para todos. El 16 de octubre de ese año se decide añadir más velas. Y en 1641 se manda a los criados a comprar cera para las velas que durante los maitines debían arder en los pilares y en el trascoro. En 1667 se demandaban velas más largas, porque los maitines duraban tanto que se consumían, dejando a todos a oscuras. 

Los maitines de Navidad, por su categoría, llevaban aparejada más luz y la necesidad de más velas.

Antes de entrar a los maitines ya hemos dicho que se tocaban las campanas. Los porteros quedaban encargados de abrir la puerta de la Pellejería y la del Losado (puerta del Perdón). A veces únicamente se abría ésta para evitar desórdenes. En 1639 se mandaba cerrar las puertas después de entrar a maitines y que los sochantres no charlasen entre ellos ni se hiciera ruido con las sillas en el coro. En 5 de julio se pedía que solo se dejara abierto el postigo situado junto a la capilla de los Remedios (actual capilla del Cristo), encomendado a Pedro de Mota que no dejara pasar a ninguna mujer. Si esto ocurría en los maitines ordinarios, en los de Navidad la situación por la gran afluencia de gente que había ese día se convertía en caótica: el canto de villancicos, la celebración de farsas, comedias y representaciones de Navidad eran la causa de la concurrida asistencia al templo y la interrupción de los maitines en el coro. En 1642 se prohibía la entrada en el coro a los seglares vestidos con ropa de noche porque se sentaban al lado de los caperos y causaban molestia y desdoro; y en 7 de diciembre de 1663 se insistía en la obligación de que no faltara ningún miembro del cabildo, se prohibía que nadie subiera a los corredores de los órganos y se impedía la entrada de los seglares en el coro. En el 1707 se pedía a los jueces de las Cuatro Témporas que se encargaran de que la asistencia de personas a la iglesia no turbara la celebración de los maitines de Navidad y de los oficios. En 19 de diciembre de 1561 se encargaba a Pedro Gómez de Gobantes, organista, y a los ministriles que, durante la vigilia de Navidad, no subieran a las tribunas ni las criadas ni las mozas de las señoras, sino solo las personas de buena condición. 

En 11 de diciembre de 1786 se decide que el tiempo que quedaba entre los maitines y la celebración de la misa del Gallo se rellenase con los villancicos que preparaba el maestro de capilla para estas fechas; en 1617 se permite tocar la guitarra, que había ido desplazando a las vihuelas, y que estaba prohibida en el servicio del culto cualquier otro día. Sin embargo, los villancicos también eran objeto de controversia, por eso en 1757 se ordenó cantar solo villancicos serios y a tono con la fiesta que se celebraba, prohibiendo los villancicos jocosos. En 4 de diciembre de 1800 el arzobispo Ramón José de Arce pedía que no se cantasen algunos villancicos y pastorelas con estribillos que tuvieran ritmo de seguidillas o boleros, porque tenían letras indecorosas que no podían permitirse en los maitines de Navidad. Los maestros de ceremonias se encargaban de censurar antes las letras de los villancicos y de ver las comedias que se iban a representar para, como ocurrió en el 1597, evitar que no fueran lo suficientemente decentes. En las navidades de 1627 se representó un auto sacramental que el maestro de capilla Pedro Jalón había traído de Valladolid, pero como duraba más de dos horas, se consideró que después de los maitines no daba tiempo y después de la misa del Gallo sería demasiado largo por el frío, y se decidió representarla otro día. 

A veces, como en la navidad del año 1645, los autos no eran lo suficientemente buenos, o como ocurrió en 1651, fue tan escandaloso que se castigó al autor, por atrevido y por meterse con los ministros de la iglesia.

Puesto que el canto de la Sibila, del que también trató José Antonio Gárate, solía ser interpretado durante la misa del Gallo, las celebraciones de la Noche Buena daban para mucho y era uno de esos días que la catedral vivía intensamente.