Personajes de un mundo sin fin

ALMUDENA SANZ
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La lectura se presume como uno de los mayores placeres para ocupar el tiempo durante el confinamiento y atrapa por igual a familias numerosas, personas que viven solas, parejas enganchadas a la literatura o profesionales de ella

Personajes de un mundo sin fin - Foto: Patricia González

La lectura se presume como uno de los mayores placeres para ocupar el tiempo durante el confinamiento y atrapa por igual a familias numerosas, personas que viven solas, parejas enganchadas a la literatura o profesionales de ella. He aquí cuatro ejemplos de ello: 

Jesús Arranz: El hombre que ama a los libros y tira de fondo de armario.

Confinamiento es sinónimo de tiempo. Mientras la mayoría cree que a la esfera del reloj le han crecido las horas, otros rebuscan por todos los lados porque sospechan que se las han robado. En esta última tesitura se halla Jesús Arranz, profesor de Lengua y Literatura en el IES Pintor Luis Sáez y promotor del blog Yo leo poesía/ me too/ moi aussi. Advierte que los docentes nunca leen de manera lineal por lo que él siempre tiene varios libros entre manos. 

La imposibilidad de acudir a la librería, le ha llevado a tirar de fondo de armario, y allí conserva títulos que se han presentado últimamente en la ciudad. El hilo conductor de su reclusión es Luis Quintanilla. Pasatiempo. La vida de un pintor, de Esther López Sobrado. «Son 800 páginas y tenía pensado leerlo en verano, en la playa, tranquilamente, pero nos ha pillado esta situación y me ha venido muy bien». 

Alterna cada capítulo con otros volúmenes y sobre la mesa están Malaherba, de Manuel Jabois, obra prescrita en el club de lectura en el que participa en la Biblioteca Pública; y La muerte llega a Pemberley, de P. D. James, del que le llamó la atención que jugara con los personajes de Orgullo y prejuicio. 

Siempre cada dos o tres novelas para adultos, se cuela una juvenil. En esta clave ya ha terminado Iridium, de Francisco Castro, recomendada por un colega y que le ha gustado mucho. 

La alarma sanitaria decretó el fin de las clases presenciales, pero no de la actividad y, mucho menos, del plan de fomento de la poesía, centrado este curso en vates mujeres, que es la niña de los ojos de este profesor. Siempre maneja varios poemarios, cargados todos de pósit. Como cada día envía un poema, las antologías son sus favoritas, como Amor en femenino, con creadoras gallegas; Raíces, que reúne a cuatro autoras, entre las que se encuentra la próxima poeta de guardia, una suerte de empleada del mes; y Diez años de sol y edad, una selección de la obra de 2006 a 2016 de la burgalesa Begoña Abad. 

Jesús, alguna vez, se regala un artículo de Archiletras, revista del periodista ribereño Arsenio Escolar. Y, con todo, aún maldice al teletrabajo, que le deja leer menos de lo que querría. 

Diana González y Raúl Elena: El club de los amantes que se leen a ratos.

Su pasión es de libro. La escritura unió a Diana González y Raúl Elena y la lectura es la tercera en concordia en su relación. Es personaje principal en todos los capítulos de una historia que empezó en la Escuela de Escritores. Se mueve con soltura en su vida, siempre en su hogar, pero también en el Club de Lectura de la Fundación Cajacírculo. El último libro leído en ese foro es Apegos feroces, de Vivian Gornick. Nunca lo comentan en casa, para no contaminarse, salvo en este caso. La alerta sanitaria suspendió la sesión y la trasladaron a la intimidad. 

No es el único momento en el que son trío. «Nos leemos a ratos. Mientras uno hace algo, el otro lee en voz alta lo que le está emocionando», desvela Diana antes de echar mano de los libros que la están acompañando estos días aciagos. 

Acaba de abrir Los errantes, de Olga Tokarczuk, por recomendación de Raúl. «Es muy especial, tiene una manera de escribir muy poética que te envuelve». Por él dejó otro que la estaba motivando muy poco: Ellos, de Francine du Plessix.

Confiesa que el confinamiento sí la está influyendo en la elección de títulos. Quiere que la lleven lejos. Ahí sitúa otro ya terminado: Máquinas como yo, de Ian McEwan. Y le encantaría que lo hiciera El clamor de los bosques, de Richard Powers, pero se lo dejó a su padre y la clausura la impide ir a buscarlo. 

Raúl los lee a pares. Está con Lincoln en el Bardo, de George Saunders, que ha tenido en espera dos años, y Saliendo de la estación de Atocha, de Ben Lerner. «Voy cogiendo uno u otro; los libros imponen su tiranía», anota este lector «desordenado» que puede leer en cualquier momento y lugar. Y, como Diana, siempre en papel. Vade retro, pantallas.

En este encierro, lo suyo ha sido un maratón: Calomarde, de Sergio del Molino «un autor que ahora me vuelve loco»; Montauk, de Max Frisch, al que llegó a través de Martutene, de Ramón Saizarbitoria, que leyó por consejo de la escritora Edurne Portela; Lectura fácil, de Cristina Morales, «brutal»; y el citado Los errantes. Una lista aliñada con la poesía de Y de mí sé decir, de Eduardo Fraile, y Tenían veinte años y estaban locos, antología de Luna Miguel. 

Huelga decir cómo celebraron Raúl y Diana este Día del Libro... 

Familia Pascual Briones: Los Cinco y una más.

La lectura siempre ha sido una más en la familia Pascual Briones. Voraz lectora la mamá, Laura, y lector de cine el papá, Alberto, era inevitable que los libros encontraran refugio en casa. Lo han hallado y, además, han hechizado a sus tres hijos. El embrujo se ha intensificado durante el confinamiento. Martín (7 años) y Adrián (5) hasta suplican un rato de lectura más antes de apagar la luz y dormir. Los papás se dejan engañar. En el fondo, y no tanto, los encanta. Al pequeño, Unai, que cumplirá dos años en julio, el conjuro le ha alcanzado e incansable pide que le lean una y otra vez A qué sabe la luna. 

Sus hermanos ya van apilando ejemplares acabados. Martín ha devorado tres cómic de Gerónimo Stilton (ahora los ha cogido Adrián) y, como dice él, un libro de mayor: Las aventuras del Capitán Calzoncillos, de Dav Pilkey, de la mítica colección El Barco de Vapor. Ahora a duras penas puede con el voluminoso 500 preguntas y respuestas sobre animales, mientras Adrián se divierte con El zoo de las letras, cuentos cortos sobre animales que trabajan sílabas y letras. 

El tiempo se estira para los niños... y para los adultos. La clausura ha obrado un milagro. Laura ha terminado Tierra de Campos, de David Trueba, que empezó el 5 de enero de 2018 en una guardia de espera de los Reyes Magos. «Antes leía por la noche, pero ahora con los niños caigo fulminada, y confieso que el móvil ocupa muchos ratos». El cronómetro se ha iniciado para Nadie vale más que otro, de la serie de Bevilacqua y Chamorro, de Lorenzo Silva. Tictac, tictac. 

Alberto, profesor de Filosofía, se mueve entre la devoción y la casi obligación. Encerrado ha empezado y finiquitado Si esto es un hombre, de Primo Levi, y Legado en los huesos, segunda parte de la Trilogía del Baztán, de Dolores Redondo. Ahora se recrea en Filosofía para bípedos sin plumas. Un repaso gamberro de Tales de Mileto a Hannah Arendt, de Daniel Rosende, y ya le espera Moteros tranquilos, toros salvajes, de Peter Biskind. ¿Alguien da más? 

Alicia Pascual: Un olvido imperdonable y muchas horas por delante

Cuando Alicia coge un libro, se acurruca en el sofá, deja que la acaricie la luz que pasa por la ventana y se rodea de sus plantas, ya puede caerse el mundo encima suyo que no se dará cuenta. La lectura la desconecta de la realidad como si diera un interruptor. Ha sido así siempre, antes y después de la era coronavírica, por lo que durante este tiempo se olvida de que lleva más de un mes encerrada sola en casa, con apenas contacto físico con persona humana, y sin poder disfrutar de la explosión primaveral de su pueblo, Fresneda de la Sierra Tirón. 

Allí la aguarda uno de los libros que había empezado, Tú no matarás, de Julia Navarro. La alerta sanitaria la pilló in fraganti y, como otros muchos que tiene allí, no lo metió en la maleta pensando que en Semana Santa la sobrarían las horas para seguir los pasos de sus personajes. Sin este volumen a mano, se ha enfrascado en los que tenía en Burgos. Ahora mismo está con la novela de otra mujer, Un mar violeta oscuro, de Ayanta Barilli, finalista del Premio Planeta 2018, regalo de sus amigas en su último cumpleaños.

Saborea cada página como si fuera la última porque, ay, se ha quedado sin libros a los que recurrir. Se acabó La huella del mal, la historia que Manuel Ríos San Martín recrea en Atapuerca, y se resiste a tirar de los soportes electrónicos. No es amiga de compartir este placer a través de una pantalla, aunque, mucho se teme, que al final tendrá que dejar de hacerse la dura. Quizás si aceptara podría embarcarse en La cara norte del corazón, de Dolores Redondo, uno de los que barajaba para sumarse a la fiesta del Día del Libro.