Territorio Guileto

J.Á.G.
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HEMEROTECA | Mecerreyes es memoria de pasado y presente, de carnaval de Domingo Gordo y corridas del gallo, pero también una villa llena de rincones singulares, arte, patrimonio y espacios naturales que merecen la pena descubrir

Territorio Guileto - Foto: Patricia

Mecerreyes es tierra henchida de historia y leyendas de esa Castilla milenaria en la que nació el conde Fernán González, forjador de reinos y cuya cuna dicen que se meció en estos lares. El Cid Campeador, cuentan además, utilizó sus caminos y veredas en correrías y destierros, pero también fue morada de menesterosos labriegos, carboneros, pastores, carreteros, romaneros, canteros, dulzaineros…, mentados con orgullo en su himno. Honra y honor para esta villa de realengo que llegó a cobijar 1.000 almas en 1950 es hoy, con un censo de 210 vecinos y una población residente reducida a un centenar- ejemplo vivo de esa España vaciada que se resiste a desaparecer en la esperanza de quien tuvo, retuvo. El país guileto es también presente, arte, memoria viva de ese carnaval tradicional y guardián de un bello y enorme bosque de centenarias encinas, de las que otrora salía un estupendo carbón vegetal. En sus dehesas apenas pasta ya ganado, pero sí corretean por ella y por el resto del acotado cinegético abundante fauna salvaje. Su riqueza micológica es grande.

Situada en la comarca de Tierra de Lara, a caballo del valle del Arlanza y la Sierra de la Demanda, no se sabe con exactitud cuál es el origen de su singular nombre y del asentamiento, aunque los vestigios arqueológicos atestiguan actividad humana desde el Neolítico. Derive de Mecerese esa cuna de reyes o de dos palabras árabes, maza y rais, campo o prado del arráez (caudillo o cabezo), como cuentan, el caso es que los vecinos de están muy orgullosos de su historia de bracería y, por cierto, también de su mote y a la vez gentilicio, guileto. No hay consenso pleno, pero la palabreja de marras parece tiene raíz hispano-árabe, guilla (cosecha). No se ha salvado ni San Martín, su obispo patrón, que también lo lleva como apellido.

En el hoy, choca, nada más llegar al centro neurálgico de la villa, la abundante cartelería y pancartas colocadas en la fachada de una casa solariega que versan sobre el dolmen de Mazariegos, un despoblado de Mecerreyes que bien merece también una visita. El historiador local J. Salvador Alonso de Martín, mantiene -inasequible al desaliento- su particular pleito catastral con la Junta, que no está por la labor de enmendar el yerro para que deje de aparecer en los libros como dolmen de Cubillejo de Lara.

Arte Callejero. Disputas territoriales y mojones aparte, nada mejor que perderse por las calles de Mecerreyes, en este caso de la mano de dos magníficos guías, Óscar Alonso, dinámico miembro de la Asociación Cultural, y Julián Vicario, exalcalde, a los que se unió el actual regidor, Francisco Rodríguez, y un visitante singular, Yuki Yoshimura, un estudiante japonés de Antropología de la Universidad de Nagoya, que está realizado su tesis sobre el carnaval de Mecerreyes, del que supo por El hombre de invierno, de Charles Fréger, que lo popularizó por medio mundo, atrayendo a no pocos investigadores, fotógrafos y turistas.

El caserío, en general, conserva una saludable armonía en piedra de sillería y mampostería, que guarda evidentes similitudes con la vecina Covarrubias, porque antaño Mecerreyes, hasta que adquirió su fuero de villa, fue lugar de dominio y soportó el yugo feudal del infantazgo rachel. Junto a esas casas blasonadas, sobre todo en el centro de la villa, llama poderosamente la atención y es orgullo de sus pobladores el museo de esculturas al aire libre, obras todas ellas de Ángel Gil Cuevas, un artista local que reside en Ermúa, pero que pasa largas temporadas en la villa. Nueve estatuas y conjuntos escultóricos, realizados en fibrocemento, se distribuyen por todo el casco urbano, todas ellas relacionadas con la intrahistoria y la memoria colectiva de sus vecinos.

En la fachada del mismo Mesón de Frutos, el único restaurante de la villa, un mudo y venerable anciano invita a sentarse en el banco corrido para esperar acaso mesa o disfrutar de la solana. Poco más allá, en la calle la Plaza, la escultura en honor al orgulloso guileto es todo un homenaje a esos viejos oficios perdidos, cuya simbología luce sobre el ropaje. Donde se cruza esta calle con el camino a Puentedura, dos zagales, con gato y barrila resaltan sin duda el viejo pilón boyero y las dos fuentes del siglo XVII, una de ellas 'encastrada'. Un poco más allá, se sitúan un amenazante toro y, siguiendo por esta vía, el visitante se topa con una grácil y embarazada guileta que enfila, con el balde en la cabeza y otro niño de la mano, la ruta a los antiguos lavaderos públicos, que aún se conservan a las afueras del pueblo.

Más allá, subiendo a la iglesia de San Martín, un burro pacientemente espera que los niños se le suban a su grupa, aunque hay algunos mayores que también se apuntan y es que este platero de fibrocemento reforzado también los aguanta. Camino del templo parroquial y del Museo del Carnaval, una cabra con su cría recuerdan esos rebaños que antaño poblaban la dehesa y los montes y que daban una magnífica leche y unos sabrosos quesos. También magra carne. Los machos, previamente capados, recuerda Julián Vicario, se sacrificaban en el benéfico y municipal matadero de La Obligación -edificio que aún se conserva-, y su carne, racionada, se vendía en el economato anejo a precio de coste entre los vecinos para hacer frente a las escaseces y penurias de la postguerra. Por cierto, las viudas tenían derecho a doble ración. Este solidario 'banco de alimentos' municipal -impulsado por David Cuñado, emprendedor agricultor que tiene dedicada calle- estuvo operativo hasta 1969.

En el camino de Burgos, un andarín senderista de fibrocemento, con trazas y atuendo de urbanita, marca el panel en el que se muestran los mapas y la información útil del sendero de pequeño recorrido Cuna del Buen Conde. La guinda escultórica la pone la imponente escultura del Cid, que hace guardia, con escudo y lanza, a la vera de su camino en dirección a Covarrubias. Los guiletos quisieron rendir pleitesía al héroe castellano y lo hicieron a lo grande, con la escultura más alta de Rodrigo Díaz de Vivar que hay hasta la fecha, siete metros, lanza incluida.

Obligado e imperdonable sería no visitar magnífico Museo del Carnaval, joya de la corona y empeño de la dinámica Asociación Cultural de Mecerreyes y del Ayuntamiento de la villa, que abrió sus puertas el pasado año en las antiguas escuelas, en la calle de La Iglesia. Este singular espacio es referente regional y nacional. Es, sin duda, referente regional y nacional además de una de las exposiciones permanentes más completas de ese carnaval tradicional.

Un carnaval de museo. Ofrece, más allá del jolgorio del antes y durante el domingo de carnaval, que permite disfrutar de los desfiles en vivo y en directo además de oír los cantos y composiciones, una visión pausada de cada uno de los disfraces, trajes y demás objetos relacionados con esta fiesta declarada de interés turístico. La singular corrida del gallo, que es uno de los atractivos principales de las particulares carnestolendas guiletas, tiene sección aparte.

Debería haber un terremoto o estar muy, pero que muy enfermo, para que Óscar Alonso, uno de los socios más activos, se perdiera un Domingo Gordo y es que lo vive. Como otros muchos vecinos no solo se disfraza sino que son ellos los artífices de las máscaras, caretas y disfraces de los zarramacos . La cabeza de un jabalí, el cráneo de un caballo o de cualquier otra bestia encontrada en el monte sirve… También gallaritas, nueces, plumas de buitre o de gallina, telas de saco, corchos, ropas viejas, cueros, retales… Desvanes y baúles de los abuelos se abren para dar rienda suelta a la creatividad y a la imaginación, que es mucha la que tienen por estos lares cuando se trata de recrear el carnaval de antaño. Las investigaciones realizadas por J. Salvador Alonso de Martín, fundamentadas en relatos de los mayores que lo vivieron, fueron la 'biblia' para esa recreación del carnaval guileto, prohibido durante la postguerra.

Antes de meterse en harina y recorrerlo, un vídeo explica perfectamente los personajes y el desarrollo. Junto a los zarramacos y sus instrumentos para fustigar al personal se puede admirar otro 'foto fija', en este caso la de la corrida del gallo, con su rey, alguacil y danzantes... El museo, otra ventaja, se puede visitar los 365 días del año, porque está asociado a la red de Museos Vivos. El acceso puede ser telemático, con código después de rellenar la solicitud vía internet.

Cerca, coronando la ladera en la que descansa Mecerreyes, la iglesia de San Martín bien vale también una detenida visita. Es un templo renacentista, tres naves y cabecera gótica, con áureo retablo. Además posee de una singular pila bautismal románica. Junto con la ermita de la Virgen del Camino, en cuya reconstrucción el pueblo se volcó en 2006, conforman su patrimonio religioso. El civil está desperdigado por el caserío y el despoblado de Mazariegos y la propia la dehesa, donde aún hay algunas tenadas, más o menos ruinosas. Otro artista guileto, Noé Mendoza Cuevas, está empeñado en un proyecto para la rehabilitación de uno de estos apriscos para museo, convencido en que hay poner en valor la memoria histórica a través del arte.