El torero valiente

R.P.B.
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Rafael Pedrosa fue figura del toreo en una época plagada de leyendas de la tauromaquia. Destacó siempre por su arrojo y su depurada técnica, de raíz clásica. Fallecido en 2017, hoy se inaugura una escultura en su honor a la entrada del Coliseum

Estampa que define el arrojo y la clase de Pedrosa. - Foto: Archivo familiar

La valentía del torero se supone sin necesidad de demostración, escribió José Bergamín. Pero siempre hubo toreros que hicieron de la valentía su car ta de presentación, su sello personal. Su estilo. Rafael Pedrosa fue uno de ellos. El diestro burgalés fue figura en el arte de Cúchares en una época plagada de leyendas, de matadores que han protagonizado la historia de la tauromaquia. Y fue un torero audaz, arrojado. «Valiente», repiten quienes le vieron sobre el albero. Valiente. Todavía hoy, en tardes de la feria taurina de Burgos, cuando algún espada se arranca por naturales, la banda de música interpreta el pasodoble que en su honor compuso el maestro Pablo de la Cruz. En los labios de los aficionados más veteranos pueden leerse los versos que Mariano de Abajo escribió para la tonadilla: Pedrosa es el más valiente/ la afición lo pregona en cada lance/ de su capote y muleta...

Valiente Pedrosa. Valiente ya de niño, cuando hacía novillos de la escuela para jugar a toro y torero; valiente cuando a los once años se quedó fascinado al ver de luces al maestro Domingo Ortega; su semblante grave, su aura de dramatismo y elegancia. Valiente porque entonces decidió que sería torero. Y olé. A los catorce años se trasladó a León, donde vivía un her mano mayor. Un día, éste se encontró una carta escrita con pulso tembloroso por Rafael en el que se despedía porque había resuelto perseguir su sueño. Pedrosa hizo el hatillo. Con cuatro duros y un millón de ilusiones se escapó a Salamanca. Valiente. Fue, confesó siempre, su época más feliz. Terminó de crecer en las dehesas charras, extremeñas y andaluzas. El maletilla burgalés había llegado para quedarse.

Su primer paseíllo llegó en julio de 1948, en la plaza de San Sebastián. En octubre debutó en su tierra, en el coso de Los Vadillos. Fue Bienvenida apadrinó su alternativa. sacado a hombros por su paisanos, que lo llevaron por la calle Santander como a un héroe. Pero no fue hasta 1952 cuando el novillero burgalés dio el aldabonazo. Fue en Vista Alegre, en Madrid, en una corrida-concurso. Los seis aspirantes se disputaban un único trofeo: la `Oreja de Oro'. La obtuvo Rafael Pedrosa, que hizo una faena impecable, llena de clase y de técnica. Aquella tarde, entre el público, había dos personas importantes. Eran los hermanos Dominguín, los empresarios más importantes del momento. Al año siguiente se convirtieron en sus apoderados.

Bienvenida apadrinó la alternativa.Bienvenida apadrinó la alternativa.

Plazas de Castilla, País Vasco, Aragón y Cataluña fueron escenarios de su arte en los años venideros. Así los recordaba el maestro. «En aquella época éramos autodidactas. Toreábamos todo lo que nos echasen sin cuestionar nos más. Eran corridas realmente duras y de ganaderías de renombre. Una escuela difícil, pero que a mí me preparó bien tanto para el toreo como para la vida». Triunfó en La Monumental de Barcelona, en Las Ventas, en la sevillana Maestranza. En cosos de Francia se hizo querer como pocos. Para el recuerdo aquella tarde de 1956 en Tolouse, donde toreó seis bestias por cogidas de sus compañeros. Cortó diez orejas, seis rabos y dio doce vueltas al ruedo. Nada fue fácil: sufrió varias cogidas y una cornada durante una lidia en Zaragoza a punto estuvo de quitarle la vida. Pedrosa se recuperó. Valiente.

 

LA ALTERNATIVA

Plaza de toros de León. 23 de junio de 1957. Se llamaba Sencillo, un cárdeno entrepelado de 317 kilos. Rafael Pedrosa veroniqueó al toro de su alternativa con garbo y elegancia, dándole unos pases imponentes que arrancaron fuertes ovaciones. Toreó de sensación, y a pesar de ser cogido fuertemente en la cara interna del muslo derecho, supo terminar la faena con rigor. Aquella tarde cortó 2 orejas, dio dos vueltas al ruedo y se mantuvo en el callejón hasta devolver los trastos a su padrino, que fue Antonio Bienvenida, para retirarse a la enfermería. Había nacido un torero. El primer matador burgalés. «Fue un sueño cumplido», evocó siempre el diestro.

Aún con la herida abierta, sólo dos días después pisó la arena de la plaza de toros de su Burgos natal compartiendo cartel con Antonio Ordóñez y Curro Girón. A su segundo de la tarde le cortó dos orejas. Los Vadillos fue una fiesta. Luchó mucho Pedrosa en aquellos años, compartiendo época y cartel con genios del toreo. Dominguín, Antonio Bienvenida, Antonio Ordóñez, Paco Camino, Manolo Vázquez, Jaime Ostos, Santiago Martín `El Viti', Curro Romero... Once cor nadas graves y muchas orejas y ovaciones después, el maestro burgalés se cortó la coleta en 1964. Reapareció en junio de 2003, a los 75 años, con motivo del décimo aniversario de `La Cabañuela'. Quienes fueron testigos de aquello hablan de una faena mágica, llena de aromas al mejor y más clásico toreo, todo calidad y temple. Espiga de oro en el ruedo, dice su pasodoble. Valiente Rafael Pedrosa. Un torero sin igual.

 

EL FAROL INVERTIDO, TAMBIÉN LLAMADO LA PEDROSINA

Existe un quite inventado por Pedrosa. Es el farol invertido, también conocido como `La Pedrosina'. Así explicaba el maestro su origen: «Las cosas salen sin uno darse cuenta. El lance salió sin yo pensarlo. Estábamos entrenando de salón en la plaza de León y al hacerme un amigo una broma con una tora, que era un carretón que utilizábamos para entrenar, y para evitar que me arrollara y quitármelo de encima ta me lo pasé por la espalda resultando un farol al revés. Y vi la luz. Lo practiqué mucho para utilizarlo después muchas tardes en la suerte de quites consiguiendo con ello levantar al público de sus asientos...».

«Al toro hay que citarle de frente, como si fuéramos a ejecutar una verónica y, lo que es más importante, hay que echarle el capote delante, a la cara. Una vez que el toro ha llegado al terreno del torero, éste debe realizar dos movimientos entrelazados y sin interrupción: girar sobre sí mismo hasta quedarse de espaldas al toro y meter la mano por debajo para cruzarla y subirla con ritmo y temple hasta llegar a tener los brazos por encima de su cabeza. El segundo tiempo consiste en dar salida al toro, con los brazos en alto, para llevarle lo más largo posible en su recorrido natural. El último tiempo es el de girar de nuevo sobre uno mismo, de manera que el torero se quede de frente al toro y con el capote por delante, para ligar el siguiente farol».

*Este artículo fue publicado en la edición impresa el 5 de febrero de 2017