Estos maravillosos años de la casete

A.S.R.
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Sarah Rasines recupera la cinta como formato para su sello discográfico, Crystal Mine, que graba todo tipo de géneros, apoya a los nuevos creadores y se ajusta a la filosofía 'anticopyright'

Estos maravillosos años de la casete - Foto: Jesús J. Matías

Hubo un tiempo no tan lejano en el que la música se escuchaba en casete, un boli bic servía para algo más que escribir y en la definición de drama entraba que la cinta de tu grupo favorito se enganchara en la pletina. Aquellos maravillosos años ochenta en los que el walkman era el mejor aliado en un viaje en autobús y rebobinar se imponía al pasar agitan la nostalgia en este siglo XXI con iniciativas como la de la burgalesa Sarah Rasines. Ha puesto en marcha un sello discográfico, Crystal Mine, que utiliza como soporte la casete, un objeto casi arrinconado en los desvanes que esta creadora y gestora cultural rescata y da una nueva vida.

La aventura comenzó hace un año. Sus inquietudes musicales y creativas la conducen por caminos ajenos a los circuitos comerciales y brujuleando por la red conoció a la onubense Sara de Umbría. Hablaron de hacer un proyecto juntas. Querían que fuera algo físico en contraste con ese mundo virtual en el que se habían topado, hablaban mucho de aquellas cintas que grababan cuando eran pequeñas. Se dejaron llevar por ese juego de niños y publicaron Sara’s World. La presentaron en el primer congreso internacional de mujeres, artistas y tecnólogas, Tenea-Women in arts &technologies, en Valencia. Gustó, y mucho.

Ese primer trabajo se unió al viejo deseo de Rasines de crear su propio sello discográfico. La rondaba desde hace tres años, pero se le resistía cómo llevarlo a cabo. ¿Hacerlo solo virtual? ¿En formato físico? ¿CD? ¿Vinilo? La bombilla se encendió con esa primera casete. «Me decidí a llamar a gente para contarles esta idea y ofrecerles sacar su música. Los contactos los tenía porque yo he estado trabajando bastante en el campo del sonido y conozco a mucha gente, además de que siempre estoy escuchando cosas», apunta y observa entusiasmada la buena respuesta recibida, tan fantástica como completamente inesperada.

16 títulos componen la colección. De cada uno publica una media de 30 copias, que pueden aumentar si es doble, y siempre bajo la filosofía anticopyright. «Es algo viejo, pero creía necesario recordar que todavía podemos hacer cosas libremente, sin estar pendientes de los derechos de autor». Cualquiera puede reproducirlo, grabarlo e incluso modificarlo y generar una obra nueva. Todo vale.

Este credo deben abrazar los artistas que decidan cobijarse bajo este paraguas. El proceso lleva su tiempo. Unas veces, el artista llama a la puerta; otras, es la editora la que lanza el anzuelo. Aunque en los primeros números no era así, cada vez se graba más música inédita, creada expresamente para Crystal Mine.

Cuando el creador ya tiene el material, se lo envía y ella lo pasa de formato digital a analógico, con los arreglos oportunos, y hace las copias una a una con una máquina Tascam. Las cintas vírgenes las compra en Portugal y Gran Bretaña. No es fácil. Reconoce que a veces tiene que esperar para conseguir las 30 iguales (cuida que cada una sea de un color).

El diseño gráfico de la carátula se consensúa con el músico -unas veces lo determina él y otras el sello-, igual que el precio de cada una, en torno a los 10 euros.

Una cifra que a Rasines se le antoja cara, pero que, visto lo visto, no se lo parece a quienes se las quitan de las manos. Sí es verdad que la primera cinta, Sara’s World, se encuentra en la casa de muchos parientes a los que tocó el corazón de una adolescencia perdida. Pero luego se ha corrido la voz y le han llegado pedidos desde Rusia o Estados Unidos. «Yo con estas peticiones alucino mucho». Instagram y Bandcamp son sus grandes aliados, pero también ha tenido muy buena acogida en ferias y festivales.

«Estuvimos en Bilbao, en el Bala, en una calle céntrica, en la campaña de Navidad. Nos fueron a ver muchos músicos experimentales y nos compraron un montón, pero también era sorprendente ver cómo se ponían los cascos un niño de seis años o una abuela, que estuvo escuchando noise durante un rato largo. Yo con eso ya no quiero más», anota Rasines, maravillada igualmente de que en un reciente encuentro punk uno de los asistentes se interesara y comprara la de Víctor Trescolí, «un músico de conservatorio, que compone e interpreta con pianos de juguete».

He ahí otra de las claves de este proyecto: no hay estilos ni etiquetas que valgan. «Quiero que la gente pierda el miedo a escuchar otro tipo de sonidos. Yo no creo en los géneros musicales», expone.

Este espíritu la lleva a grabar música experimental, clásica, techno, electrónica o canciones de amor, una de las últimas propuestas que ha hecho a un artista de Barcelona.

Ahora mismo tiene unos 10 proyectos pendientes, como el doble casete que sacará de Agudo, un grupo burgalés que grabará música experimental en la cara A y techno en la B, del que hará 40 copias, o la colaboración que ha generado entre Yakob Muñoz, uno de los padres del hip hop de la escena madrileña con la calle como musa, y Lorea Alfaro, una artista plástica del País Vasco que suele trabajar con imágenes de lugares de tránsito.

Propiciar el encuentro entre creadores es otra de las ilusiones que la mueven. No es la primera vez que lo hace.Ya unió a Pirula 2000 y Passion farolas en The split y un recopilatorio recoge 10 canciones de sendos autores.

La iniciativa va tan viento en popa que en breve hará una segunda edición de Live in Taipei, de José Venditti, un músico que un día lo dejó todo para recorrer el mundo con su mujer, que hizo un directo en la ciudad china y se lo envió para sacarlo en casete. Dos días duró. Cuenta emocionada que se escuchó mucho, incluido desde Living Records, un sello con el que ella misma se moría por editar. «¡Y, de repente, me escriben y me dicen que ese casete es la bomba!», expresa casi pellizcándose y aún sin creerse el boom de este pequeño sello que tiene un programa en Radio Alternativa, una emisora experimental madrileña, que prepara un proyecto conjunto con la Asociación Berbiquí y que cuenta con la complicidad de amigos y familiares que, como ella, se han dejado deslumbrar por el brillo de esta mina de cristal.