Por amor al arte

R. PÉREZ BARREDO
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René van den Berghe, Erik El Belga, el ladrón de arte más famoso del mundo, acaba de publicar sus memorias • Burgos siempre estuvo en su punto de mira

Erik El Belga, en un retablo del aragonés Monasterio de Piedra, del que desapareció la talla de una virgen del siglo XV. - Foto: diariodeburgos.es

Durmió con vírgenes góticas; acarició con sensual escalofrío tallas románicas; lloró al desprenderse -por dinero siempre- de más de una joya que algún genio alumbró para la humanidad y que robó con mimo de amante. Es el mayor ladrón de arte de todos los tiempos. Un virtuoso amigo de lo ajeno que jamás se ha arrepentido de nada; que, más al contrario, justificó siempre su licenciosa actividad al margen de la ley con el mismo argumento: que lo hacía por amor al arte. Así que no extraña que este sea el título de las memorias que René van der Berghe, conocido en todo el mundo como Erik El Belga, acaba de publicar en Planeta, y que son un repaso por algunos de los pasajes de su agitada y aventurera vida. Una existencia de película, aunque en el libro falten capítulos que su protagonista ha omitido por diversos motivos, que hasta en eso ha hecho lo que le ha dado la gana.

Escrito con pulso, como una novela de acción, Erik El Belga desgrana acciones y anécdotas de sus años de actividad. Para que ustedes se hagan una idea del fabuloso personaje que durante décadas fue este hombre nacido en 1940 en Nivelles (Bélgica) y residente actualmente en Málaga, una protagonizada en tierras castellanas, región desvalida que este expoliador recorrió de punta a punta y se conoció al dedillo. Se hallaba en El Burgos de Osma, acechando una de las piezas bibliográficas más importantes de la Edad Media, el Beato de Liébana, por encargo de un coleccionista bostoniano. Sea como fuere, la Guardia Civil sospechó de aquel extranjero, que tuvo que huir al verse acorralado. Pero lo interceptaron en Madrid. Cuando escuchó el motivo de su detención se quedó de piedra: le acusaban de estar en España para matar a Franco. Erik El Belga, genio y figura, respondió con toda la sinceridad y el morro del mundo que no, que él estaba en España «para robar el Beato de Liébana, nada más»...

Este fue, y es, Erik El Belga, el hombre al que se le imputan más de 600 golpes a gran escala en algunos de los centros de arte más importantes de Europa. En España dejó huella. Todavía hay párrocos ancianos que se estremecen con escuchar su nombre y anticuarios que le recuerdan con una mezcla de temor y admiración. Burgos también fue su objetivo. Aunque no cita en el libro ningún pasaje relacionado con la provincia, en más de una ocasión se ha referido a esta tierra, con esa ironía de quien oculta alguna fechoría, como «cuna del gótico» y ha evocado que el entorno de la Catedral, en sus años de mayor activididad, era un ajetreado «mercado de arte».

En las memorias, de ritmo trepidante, René van der Bergue deja claras varias cosas: que siempre trabajaba por encargo; que hubo muchos hombres de iglesia que mercadearon clandestinamente con piezas valiosas; que lo que puede parecer un robo no siempre era tal, sino todo lo contrario: una manera de poner el valor bienes que languidecían entre humedades y oscuridad, eran ‘rescatados’, ‘rehabilitados’ y entregados a manos que sí sabían apreciarlos; que además de por pasión artística lo hizo por dinero; y que nunca, se ha arrepentido de lo que hizo.

Pasión por Sefarad. Y eso que pasó por trances bien desagradables, ya que conoció los penales de El Puerto de Santa María, Soria y Zaragoza, recibió brutales palizas y supo que su futuro podía llamarse garrote vil, cuya perspectiva a punto estuvo de quitarle las ganas de volver a robar para los restos. Convivió con etarras e incluso coincidió entre rejas con otra leyenda de los penales españoles: Eleuterio Sánchez, El Lute. Pero siempre amó España, a la que en el libro cita con el antiguo nombre que le daban a esta tierra los judíos: Sefarad. Así recuerda la primera vez que recorrió España a bordo de un Buick negro: «El paisaje tenía una apariencia dormida, de haberse detenido en el tiempo. Era algo que a mí me parecía maravilloso, sobre todo por las interminables carreteras que surcaban espacios despoblados y semidesérticos. Yo, que provenía de u pequeño y agobiante país como Bélgica, amé de España sus inmensos horizontes y su cielo furiosamente azul y abovedado; era como si aquel país maravilloso nos hubiera hurtado la luz y el color al resto de los países de Europa...».

Pese a su azarosa vida, Erik tuvo tiempo para el amor: se ha casado cinco veces y tiene el mismo número de descendientes. En la actualidad es un reputado mecenas y un restaurador de postín. Dada su atribulada experiencia al margen de la ley, suele colaborar con la policía cuando se produce algún golpe sonado. Desde que se quitara los guantes, ha conseguido recuperar muchas de las piezas que robó en su día. Los ladrones de ahora no con como los antes. Ya lo dijó el propio Erik en una ocasión: «Como yo no ha habido ninguno».