"Siempre merece la pena luchar por los derechos humanos"

-

No presiden, no representan, no quieren foco...Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. María Jesús Martínez-Delory es una de esas mujeres y esta es (parte) de su historia

María Jesús Martínez-Delory - Foto: Alberto Rodrigo

* Este reportaje se publicó el 27 de enero de 2020 en la edición impresa de Diario de Burgos

A pesar de que lleva ya muchísimos años viviendo en Burgos y de que fue en esta ciudad donde nació, a María Jesús Martínez-Delory no se le ha terminado nunca de ir un suave acento francés que impregna toda su conversación y que es fruto del tiempo que estuvo en Suiza, de su trabajo como intérprete, al que se dedicó durante mucho tiempo y que aún hoy lo practica de forma voluntaria para el Teléfono de la Esperanza cuando solicitan sus servicios, y de la convivencia de décadas con André, su marido, natural de Lille (Francia) y con el que habitualmente se entiende en el idioma de Molière. Esta mujer, de enorme valía humana, estuvo en el colectivo fundador del Grupo de Burgos de Amnistía Internacional (AI), allá por los primeros años noventa del siglo pasado, pero su pasión por la justicia y la defensa de los derechos humanos le venían de mucho tiempo atrás, "probablemente algún poso me quedó del colegio religioso donde estudié", afirma con sus dulces ojos azules, sorprendidos aún, como toda ella, de haber sido convocados a esta sección donde las personas hablan de su vida y de la vida de la ciudad. "¡Pero si mi historia no le interesa a nadie!", dirá en varias ocasiones -como, por otro lado, han hecho muchos de los entrevistados-, pero, generosa, comparte con la periodista y ahora con quien está al otro lado de estas líneas su epopeya vital -tan pequeña y tan grande como la de cualquiera-, que comenzó en una casa del centro de Burgos, cerca de la Plaza Mayor, donde su familia tenía un negocio de ultramarinos llamado Las Colonias, y llega hasta Singapur, donde vivió muchos años antes de decidir volver para criar a su hija aquí. "Mi marido estaba enamorado de esta ciudad y le parecía muy tranquila y con mucha calidad de vida".

No estudió María Jesús en Burgos ya que sus padres decidieron que viviera con una tía en Valladolid que estaba sola: "Me encantó estar allí, yo quería mucho a mi tía. Sí que venía en vacaciones a ver a mis padres y el recuerdo que tengo de aquellos años es el de una ciudad muy bourgeois, bastante cerrada -también Valladolid lo era, ojo-, por eso enseguida quise irme al extranjero. Recuerdo que en el colegio, con motivo de una visita que nos hizo un arzobispo se me ocurrió preguntarle por la pobreza... ¡Menudo rapapolvo que me echó la monja! ‘María Jesús, esas cosas no se preguntan’, me dijo. Burgos era tan cerrada que yo necesitaba aire. Enseguida me fui a Suiza como au pair, y yo creo -aunque ya no lo recuerdo muy bien- que contacté con la familia, un burgalés que estaba casado con una suiza, a través de un anuncio. Para mí aquello fue estupendo, poder aprender francés de verdad, y no el que nos enseñaban en el colegio, sin que a mis padres les supusiera un gasto y con un burgalés, es decir, con gente de casa".

La localidad donde vivió, Sion sur Sierre, es un lugar precioso en el que, cuenta, se sintió muy a gusto: "Estuve un año cuidando a aquel niño y más tarde trabajando en un hotel, el Nikita, un puesto que logré gracias a una chica alemana a la que conocí en la misa a la que íbamos las dos los domingos. Trabajé en la cafetería de ese hotel, donde tenía que servir les petits dejeuners y luego ayudar a las chicas con las habitaciones, y a mí me resultó estupendo, estaba tan contenta que no me parecía ni trabajo. En aquella época no entraba entre mis planes volver a España porque aquí todo era ‘a callar, de esto no se puede hablar’ y lo que me apetecía era ir a Londres para aprender inglés".

Tardaría un poco en llegar a la capital británica porque antes se empleó en un salón de té y en la recepción de una estación de esquí de la localidad de Vercorin, también en Suiza. "En aquellos años había mucha inmigración española en Suiza y no recuerdo que hubiera demasiado debate social sobre ese asunto. Los que iban allí tenían muy buenos sueldos comparados con los de España y creo que en general la gente estaba contenta aunque trabajaba muy duro. Yo estuve allí muy feliz pero esa no era la cuestión, la cuestión era aprender inglés y sentí que mi camino tenía que seguir adelante".

Así, su siguiente parada -con visitas esporádicas a Burgos, donde seguía su familia- fue el idolatrado Londres, un destino en el que ella ya pensaba pero con el que se encontró por casualidad: "En el salón de té conocí a una americana que vivía allí -su marido trabajaba en la BBC- y que me dijo que aunque siempre había tenido au pair suizas me ofrecía el puesto porque yo sabía muy bien francés. Imagínate qué ilusión".

EL VALOR DE LA PALABRA. Nada menos que en 1968 desembarca en la capital británica sin saber una gota de inglés. "¡Qué mal lo pasé! Para mí los idiomas siempre han sido muy importantes porque te abren al mundo, impiden que te quedes encerrada. Para mí las palabras y los nombres tienen un peso importantísimo en la vida. Llegué sin saber nada pero cuando aprendí inglés fue una inmensa puerta que se me abrió al mundo".

Uno de los recuerdos más bonitos que tiene de su estancia en aquella ciudad -siempre con tanta agitación social y cultural pero más en aquella época- es una de las manifestaciones contra la guerra del Vietnam, en la que participó y en la que escuchó atentamente el discurso de la actriz y activista Vanessa Redgrave. Hay muchas fotos de la protagonista de Julia tomadas aquel día. Se la ve con una elegante capa atada con un broche y una cinta en la cabeza hablándole a la multitud entre la que se encontraba una joven burgalesa francamente impresionada por aquel discurso de paz. "Fue una cosa estupenda. Yo adoraba a esta actriz y me encantó verla. De ahí nos fuimos a la embajada americana a protestar, que de eso se trataba, y en cuanto comenzamos a andar, la policía llegó a caballo... Recuerdo que me arrancaron el bolso de un tirón, me quedé sin dinero y sin nada pero encontré a un chico muy amable que me prestó para el metro. Fue un ángel".

Mientras cuidaba niños y dominaba cada vez mejor la lengua de Shakespeare, no se olvidaba María Jesús de sus ganas de estudiar una carrera, de ir a la universidad, y para lograr su objetivo se formó en un cuarto idioma. Así que al español, el francés y el inglés sumó el chino, "me apetecía aprender una lengua exótica y me gustaban mucho el sonido y los caracteres del chino". Finalmente, con semejante bagaje le admitieron en el Birkbeck College de la Universidad de Londres, donde recibió clases del mismísimo Ian Gibson, reputado hispanista y experto en la obra de Lorca: "No acabé los estudios porque me marché a Singapur, donde me salió un trabajo en una oficina de turismo medio gubernamental que buscaba gente bilingüe y trilingüe".

Allí se hizo guía turística oficial y enseñaba el país. También trabajó durante un tiempo para la línea aérea belga Sabena, que luego desapareció, y fue en el sudeste asiático donde conoció a su esposo, que tenía en Francia una empresa de importación de madera exótica. Diez años estuvo en aquel país, con algunas estancias puntuales en Lille (Francia) y en Filipinas, donde nació su hija, y tiene un recuerdo muy bonito: "Singapur entonces era estupendo, ahora es demasiado rico y va todo allí demasiado rápido. Y todavía tienen la pena de muerte, es algo que llevo muy mal. Yo ya era activista de Amnistía Internacional cuando vivía allí, lo fui muy pronto, aunque nadie lo sabía".

En 1990, cuando su hija tenía cinco años, la pareja decide volver a Burgos. "A mi marido siempre le ha encantado, más que la ciudad francesa de la que procede, creía que era un buen sitio para vivir y para criar a nuestra hija, un lugar tranquilo y pacífico; además, veía que los jóvenes estaban bien educados y que no había tanto gamberrismo y racismo como en Francia. Y aquí nos vinimos. Mi reencuentro con la ciudad fue un poco raro después de tantos años fuera, me seguía pareciendo un sitio pequeño, un poco más avanzado que cuando me fui pero no mucho", recuerda.

Aquí compaginó la crianza de su hija Isabel con el activismo. De hecho, María Jesús Martínez-Delory es miembro de pleno derecho del colectivo fundador del Grupo de Burgos de Amnistía Internacional: "Me hablaron de que había una reunión en Valladolid y allí me fui y conocí a un par de personas de Burgos con las que decidimos que teníamos que poner en marcha un grupo aquí". Ella era socia prácticamente de primera hora de la prestigiosa entidad no gubernamental: "Me sumé enseguida porque Amnistía Internacional no es política y trabaja por los derechos humanos. Siempre he creído profundamente en la justicia, en el respeto a todas las ideas, en la libertad... Creo que la vena activista se me despertó en Londres, para mí aquellos años fueron muy definitivos en mi vida".

Los primeros pasos, recuerda, fueron muy emocionantes porque todo el mundo creía profundamente en el proyecto de sacar adelante un grupo en la ciudad: "Recuerdo a Carlos Sancho, a su hermano Luis, a María Ángeles Alonso, a Charo González... Empezamos con muchas ganas, contábamos con el grupo de Salamanca como padrinos y poco a poco nos fuimos ocupando de casos de defensores de los derechos humanos que estaban en problemas en cualquier lugar del mundo. Siempre sentimos una gran solidaridad por parte de los burgaleses, que participaban en los actos que organizábamos: recogida de firmas, cine, cenas... También fuimos acogidos con mucho interés y respeto por el que era entonces alcalde, Valentín Niño".

Está convencida de que su pertenencia al Grupo de Burgos de Amnistía Internacional ha sido la labor voluntaria más importante que ha hecho en su vida: "Me encontré con el Burgos más abierto, con las personas más altruistas y generosas y ahora estoy muy orgullosa de los jóvenes, chicas y chicos, que están recogiendo el testigo porque son la esperanza de muchísimas personas olvidadas en infinidad de países. Yo creo que siempre merece la pena luchar por los derechos humanos y me gusta mucho saber que ellos lo entienden así también".

Hubo muchos casos por los que pelearon que se le quedaron enganchados en el alma. Como el primero del que se ocupó Burgos: "Era un peruano preso de conciencia, analfabeto, que ni siquiera sabía por qué estaba en la cárcel, un joven disminuido psíquico al que acusaron falsamente de colaborar con Sendero Luminoso. Y el caso se resolvió fenomenal, nos metimos de lleno y de todo corazón desde Burgos. Lo primero que hicimos fue escribir al Gobierno de turno y pudimos conseguir su liberación".

La actividad de María Jesús Martínez-Delory en AI ha sido frenética durante muchos años. En 2008, por ejemplo, fue la única española que participó como voluntaria en el Consejo que Amnistía Internacional celebró en México. "Es fundamental para los presos de conciencia y aquellos que son torturados que en alguna parte del mundo, sobre todo en países como el nuestro, en el que se puede hablar sin que te persigan, haya quien hable por ellos, que no permitan que sus nombres se olviden, y ese ha sido siempre nuestro objetivo".

Aunque ya está retirada del activismo de primera línea, dice que será miembro de la organización hasta el día en que se muera -"el grupo de Burgos sabe que yo sigo ahí y que si necesitan algo me tienen siempre a su disposición", afirma- y que nunca se va a olvidar de casos como el de Chia Thye Pho, un preso de conciencia de Singapur, que sufrió cárcel durante dos décadas y que tras ser puesto en libertad fue confinado a la isla de Sentosa, adonde María Jesús le escribía y adonde fue a visitarle en alguna ocasión: "Pudimos pasear y charlar, fueron unos momentos muy emocionantes que siempre voy a recordar".