La madurez vienesa

Javier Villahizán (SPC)
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La capital austríaca transformó al compositor personal y profesionalmente, allí fue donde supuestamente conoció a Mozart y también donde desarrolló gran parte de su inmensa obra

El pequeño Ludwig vivió una de las épocas más fascinantes y creativas de Europa: la ilustración y la Revolución francesa. En ese apogeo de exaltación colectiva, el adolescente Beethoven decide, con apenas 17 años, marcharse a Viena, donde según se cuenta habría conocido a Mozart, quien habría exclamado al verle: Este joven dará que hablar al mundo. Sea cierta o no la leyenda sobre el compositor alemán, lo cierto es que cinco años más tarde, el joven músico decide definitivamente trasladarse a la capital austríaca, donde pasaría el resto de su vida. 

No en vano, Viena, a finales del siglo XVIII era considerada la metrópolis de la música. Fue allí donde maduró como persona y como compositor. 

A los ocho años de vivir en la ciudad, cuando apenas rozaba la treintena, empezaron sus problemas con el oído, lo cual le llevó a redactar, desesperado, el llamado Testamento de Heiligenstadt, con ánimo tal vez de suicidio, y que solo se encontró tras su muerte, entre los papeles de su última casa. 

A los 45, su sordera ya era total, y tenía que comunicarse apuntando notas en un cuaderno. Esto influyó sin duda en su dificultad para relacionarse, aunque debió de ser igualmente determinante su carácter fuerte e impulsivo, llegando a mostrarse como un ser huraño y huidizo. La Bestia llegaron a llamarle.

Por contra, eso pudo ayudar a una mayor concentración en su obra, que transita entonces por una etapa de gran explendor creativo, lo que le llevó de lleno y de forma plena a su madurez definitiva.