Aquella semana que vivimos en el Olimpo

C.P.
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Miquel Salvó y Jordan Sakho recuerdan para Diario de Burgos cómo se gestó la conquista del primer título continental de la historia del San Pablo en la Final Eight de Atenas

Aquella semana que vivimos en el Olimpo

Quedan segundos para que el San Pablo se proclame campeón de Europa. El AEK de Atenas está prácticamente en la lona y Miquel Salvó salta la barrera del banquillo, se mira con Joan Peñarroya mientras el partido se consume y sale corriendo desbocado hacia el centro del campo para abrazarse con sus compañeros. Es la imagen de la felicidad sin límites. La locura de un imposible hecho realidad. «No me lo creía. En ese momento te acuerdas de todo el esfuerzo que has hecho para llegar ahí, pasando por todas las categorías, y también de toda la gente que te quiere» rememora el alero catalán.

Algunos minutos después de ese instante de éxtasis, cuando el San Pablo ya ha levantado la copa al cielo de Atenas, Jordan Sakho se sienta sobre la pista del OAKA de Atenas y llora emocionado. «Fue algo muy especial. Estaba feliz por mí y también por mi familia. Es el mejor recuerdo deportivo de mi carrera. Ganar en mi primera experiencia fue muy especial para mí», cuenta el pívot congoleño de tan solo 24 años.

Esas dos imágenes fueron el culmen de aquella semana en la que el San Pablo vivió en el Olimpo de los dioses. Aterrizó en Grecia el 28 de septiembre de 2020 como un equipo novato que llegaba a la Final Eight desde la ronda previa y no partía, ni mucho menos, como favorito para alzarse con el trofeo, pero en el seno de la expedición azulona no había ningún tipo de complejo. «Cuando nos montamos en el avión ya sabíamos a lo que íbamos: a llevarnos la copa.

Confiábamos muchísimo en nosotros mismos, llegábamos con buenas sensaciones y así lo demostramos. A pesar de ser el equipo novato, dentro de nosotros sabíamos que podíamos hacerlo. El nivel de confianza y concentración fue tremendo», asegura Salvó.

El desafío llegaba en el inicio de la temporada y el San Pablo había cambiado a la mitad de su plantilla en verano. Sakho, precisamente, era una de esas caras nuevas que se incorporaba al proyecto azulón y recuerda perfectamente cómo fue esa adaptación: «No nos conocíamos mucho, pero nos adaptamos rápido en la pretemporada. Entre el entrenador, los jugadores veteranos... estábamos preparados para ganar». 

La victoria arrolladora contra el Hapoel de Jerusalén, uno de los favoritos, dio alas a una plantilla que estaba deseando volar. Ya en semifinales, la historia se repitió con otra exhibición ante el JDA Dijon francés y, pese al éxito, extrañaba no ver ni una gota de euforia en el vestuario. Nadie festejaba lo que ya era una hazaña sin precedentes para el baloncesto burgalés. «Recuerdo especialmente el nivel de ambición y concentración. El equipo no celebró nada ni en cuartos ni en semis. No había espacio para la relajación. Sabíamos que el objetivo era llevarnos la copa y así lo hicimos», relata Salvó.

La vida durante aquellos días pasaba entre la ‘burbuja’ del hotel y los entrenamientos en el OAKA. Ni un paseo para desconectar. Nada. Lo más cerca que estuvieron del Acrópolis fue en la terraza del hotel, desde donde se podía ver el emblema de la capital griega. 

La pandemia hacía todo todavía más difícil, pero para ese momento el San Pablo solo tenía la mente en un objetivo. «Queríamos ganar. Recuerdo aquellos días como una semana muy especial con los compañeros. Lo pasamos muy bien, fue una experiencia muy bonita para mí», dice Sakho.

El día de la gran final, el 4 de octubre de 2020, la tensión se podía palpar en el ambiente antes de salir hacia el estadio. Enfrente, estaba el AEK de Atenas, que había contratado temporalmente a algunos jugadores solo para ganar la Final Eight. Era el anfitrión. Era el favorito.

Hasta ese domingo, la participación de Salvó en el torneo había sido testimonial. Algunos minutos al final con los partidos ya resueltos. Sin embargo, el destino le tenía guardada una sorpresa al catalán. «Apenas jugué ante el Hapoel y el Dijon, pero el día de la final Joan vino a mí y me transmitió confianza. Me dijo que el AEK era un equipo para mí, que estuviese preparado porque iba a jugar minutos importantes», recuerda.

Dicho y hecho. Salvó tuvo el protagonismo que le prometió su entrenador y respondió con un auténtico partidazo en el día más importante. Toda Europa le estaba mirando. «Entre la confianza de Joan y la adrenalina de la final, salí con todo y, por suerte, salió bien», cuenta Salvó, que reconoce que aquel duelo fue «un punto de inflexión» desde su llegada al San Pablo. 

Y eso que la final no empezó bien para los intereses de los burgaleses. Entre Rice y Langford abrieron una brecha en el marcador que amenazó con romper el encuentro. «Sabíamos que iban a tener esos momentos de inspiración, pero teníamos que seguir defendiendo y hacer las cosas bien», recuerda Sakho.

«Son exjugadores de Euroliga, que lo han ganado todo, pero había que estar unidos los 40 minutos. No desconectarnos. Empezamos con algo de nervios, pero la rotación nos dio energía», añade Salvó.

Al final, la historia ya la conocen. El San Pablo apabulló a sus rivales e hizo que hasta pareciera fácil proclamarse campeón de Europa. «No fue fácil, eso lo puedo asegurar. Salimos a jugar duro desde el primer minuto y así conseguimos ganar», concluye Sakho, que apuesta por la misma receta para volver a triunfar en Rusia.