Un hilo para salir del laberinto

A.G.
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El enfermero burgalés Arturo Alonso Sedano trabaja desde 2017 en el Equipo de Calle de Salud Mental de Madrid acercando apoyo sanitario y asistencia psiquiátrica a las personas sin hogar

El enfermero burgalés Arturo Alonso ofrece un chocolate a una de sus pacientes, que vive en una 'crisálida' de plásticos y cartones. - Foto: Juan Lázaro

Es un poco más que un trabajo lo que hace el enfermero burgalés Arturo Alonso Sedano, que desde 2018 está integrado en el Equipo de Calle de Salud Mental (Ecasam) de Madrid. Algunas veces, cuando hace frío o llueve o incluso nieva -como el raro mes de enero cuando el temporal Filomena sepultó la ciudad-  no es infrecuente que esté insomne. Entonces, no lo duda y se lanza a la calle de madrugada a comenzar su jornada dos o tres horas antes de lo que toca porque le desasosiega no saber cómo les habrá ido la noche a sus pacientes, si estarán bien, si se habrán podido proteger, si sus dolencias no habrán empeorado... Arturo no tiene consulta, no lleva una bata blanca con el bolsillo superior lleno de bolígrafos y no se sienta detrás de una mesa para escuchar a nadie sino que sale a la calle a buscar a aquellas personas que o no tienen donde vivir o lo hacen en un lugar muy precario y que además tienen problemas mentales. Es lo que se conoce como psiquiatría de calle.

«En el momento en el que me propusieron formar parte de este equipo, no había acabado la jefa de decir la frase cuando le contesté que sí. Yo les conocía de haber rotado con ellos unos meses durante mi formación del EIR en Salud Mental en el Hospital Gregorio Marañón y cuando se quedó libre un hueco me llamaron porque les encajaba mi perfil y a mí me encantaba», explica este burgalés de Gamonal, que estudió en el colegio Fernando de Rojas y en el IES Félix Rodríguez de la Fuente e hizo el Grado de Enfermería en la Universidad de Burgos. Y en ese equipo lleva desde el año 2017. Antes estuvo casi siete años trabajando en la unidad de Psiquiatría del HUBU, se preparó el EIR y aprobó una oposición que le llevó  a ocupar una plaza en el Hospital de La Paz, donde estuvo un breve periodo trabajando en la unidad de agudos. 

¿Qué es lo que le atrajo de esta labor que consiste en llevar la asistencia allá donde se encuentran las personas sin hogar? «Es que esto es otra historia, es algo completamente diferente a lo que se conoce como la salud mental más tradicional, a lo que se hace en un marco hospitalario, a lo que vives con las personas a las que atiendes porque es otra forma la de relacionarte y de conocer a los pacientes, nada que ver con el 90% de la salud mental y la psiquiatría tal y como la tenemos instaurada ahora en la sociedad», cuenta. 

Así, todos los lunes, miércoles y viernes -martes y jueves tiene reuniones con el resto de sus compañeros y con los profesionales del Samur Social, una de las entidades que deriva pacientes al Ecasam- sale a la calle a comprobar, por ejemplo, cómo le van las cosas a la Mari, que desde hace años vive  en Lavapiés «en una crisálida hecha de cartones», tal y como define el enfermero el tosco lugar prefabricado en el que descansa que es exactamente una cápsula con un agujero que apenas le da para sacar la cabeza. Con esa mujer, que es una histórica de la zona, tiene una relación de profunda confianza porque es ya mucho tiempo el que Arturo y sus compañeros llevan visitándola aunque ella no quiera ni oír hablar de tomar pastillas o de arreglar los papeles para poder acceder a una ayuda. «Es una alma libre. Sabemos que es originaria del País Vasco y no nos consta que tenga familia. Su discurso a veces es muy delirante y habla del demonio, pero otras veces es muy cuerdo y se pueden entrever otros demonios, fruto del sufrimiento que lleva a cuestas porque, entre otras cosas, fue víctima de una violación». Hace unos meses, un grupo de desalmados prendieron fuego a la crisálida de la Mari, que se pudo salvar gracias a una intervención de los vecinos. Y a pesar de que todos sus intentos son en vano, Arturo sigue yendo puntual a su cita. En los mejores días, ambos se toman un chocolate y en los peores, él la deja tranquila y ella seguramente también se queda en paz porque sabe que el enfermero volverá. 

Esta relación no se ha establecido de manera informal. Nunca se hace así en el Ecasam, cuyo modelo de cuidados se denomina ‘equipo asertivo comunitario’ en el que no hay una sola persona como referente de los cuidados del paciente sino varios profesionales: «Al inicio de la relación con la persona sin hogar puede ser que nos identifique más a uno que a otro pero enseguida nos conocen a todos», indica Arturo Alonso Sedano. El equipo tiene una doble dependencia, de la Consejería de Sanidad y la de Políticas Sociales, y está formado por dos psiquiatras, tres enfermeras y dos trabajadoras sociales del Hospital Clínico San Carlos; un psiquiatra, dos enfermeras y una trabajadora social del Hospital de La Paz, y cinco educadoras sociales, una trabajadora social y una psicóloga de un programa de apoyo a la reinserción social de personas con enfermedad mental gestionado por una empresa privada. 

Los pacientes llegan al Ecasam a través del Samur Social, de un hospital o de una entidad no gubernamental, que son quienes les presentan a la persona como un equipo sanitario: «El primer día que contactamos con ellos no se realiza tanto una valoración clínica (que se tiene que hacer para confirmar si cumple los criterios para hacerle nosotros el seguimiento) como un acercamiento desde el respeto -porque esté donde esté es su espacio-, la honestidad y el contar lo que somos. A esta fase la llamamos ‘enganche’, luego hay otra de rehabilitación en la que se les ayuda a recuperar habilidades perdidas. Y esto se lleva a cabo allá donde esté la persona, en unos cartones en Gran Vía, en un centro de día o en un albergue, y en función de lo que veamos y de lo que nos deje el paciente se establecen las visitas».

La respuesta a ese primer contacto suele ser positiva «porque el Samur Social ya ha hecho un trabajo de vínculo y nos ven casi como compañeros: «A pesar de esto y como estamos llevando una ayuda que no se nos ha pedido quedamos a la espera de lo que la persona nos quiera contar sobre sus necesidades. Casi habitualmente la salud mental aparece en el ultimísimo lugar, a veces tardan meses en decirte que están muy nerviosos o que no pueden dormir bien. Las demandas pueden ir desde hacerse un DNI o conseguir los papeles en el caso de los migrantes o a contarte que tienen un dolor en un pie o una mancha en una mano o que necesitan una manta. Nosotros intentamos responder a todas sus necesidades para poder acercarnos y llegar a ser su figura de confianza con la que poco a poco trabajar la salud mental».

Las patologías más frecuentes que ven en la calle son psicosis y algún trastorno bipolar. «Esquizofrenia, brotes psicóticos, trastornos delirantes... pero a veces la psicosis no es solo esto que podemos identificar con personas que gritan o que hablan solas o que oyen voces y que podemos identificar como locura, sino que toca otras esferas de la vida: Es gente que cada vez se va retrayendo más, que pierden totalmente las habilidades sociales, las actividades básicas de la vida, la relación con el otro... y va haciendo que cada vez su exclusión social sea mayor».

Los delirios de Fidel, un cubano que ya ha cumplido de sobra los sesenta tienen que ver en ocasiones con el comandante del que lleva el nombre (y que, según dice, le busca para matarle) y otras, con que el mismísimo Trump le habla desde las pantallas de Callao. La visita de Arturo es esencial para saber si necesita algo y él se deshace en halagos hacia el enfermero burgalés. Otra de sus citas es Manuel, un español que duerme también en la Gran Vía porque se niega a compartir con otras personas el espacio de un albergue y está esperando que soplen mejores vientos y pueda conseguir acceder a la habitación de una pensión.  

El éxito es tomar un café. Más allá de los indicadores formales que marcan las tasas de éxito de un trabajo así, el enfermero burgalés dice que uno de los hechos que confirma que el trabajo del Ecasam funciona es que la Comunidad de Madrid les acaba de aumentar el personal, que desde que empezó en 2003 han pasado de cuatro integrantes a 18 y que su coordinación con el Samur Social es magnífica: «En cualquier caso nuestros objetivos son muy pequeños y a muy largo plazo y que una persona que no quiere hablar contigo y te grita y varios meses después accede a tomarse un café contigo o te pide que le mires una herida en un pie ya es un exitazo. Por eso estoy muy orgulloso de lo que hacemos, que es ayudar desde la Administración a cualquier persona, esté en la situación en la que esté».

Son muchos los casos que a Arturo se le han quedado enganchados en el alma pero recuerda de forma especial el de Felisa,  periodista de formación y que trabajó como administrativa en una empresa. No sabe el enfermero si los problemas de la vida le provocaron los de salud mental o fue al revés, que la enfermedad hizo que dejara de cuidarse... el caso es que perdió su piso:«Alguien le engañó y lo malvendió, ella siempre decía que le habían hecho un cambalache». A base de mucho insistir, se consiguió que primero se tomaran un café y poco a poco se ganó su confianza hasta el punto de que llegaron a un acuerdo. «Ella quería ir a pedirle un piso a Rajoy y yo le dije que le acompañaba y que si no conseguía nada empezábamos a hablar de empadronarse, de tomar la medicación y de conseguir otros logros. Le acompañé a la calle Génova, donde nos atendieron bien pero sin piso, claro, y entonces le dije que tenía que cumplir su parte. Conseguimos, al final, que pudiera ir a un piso y saliera del albergue». Hace un par de meses, Felisa murió por coronavirus. «Ha sido el único fallecimiento que hemos tenido entre nuestros pacientes».

En el Ecasam saben que las mujeres que viven en la calle son mucho más vulnerables, que están muy expuestas a agresiones sexuales y que a veces sufren lo que él llama «sinhogarismo encubierto» porque aguantan más vivir en un lugar que no reúne las mínimas condiciones. En la memoria del equipo de 2019 se refleja que son casi el 45% de las personas que atienden, un dato que ha dado la vuelta en el año de la covid en el que los varones pasaron a ser hasta el 70% de los usuarios: «Se abrieron dos albergues extra con 150 camillas cada uno y eran solo para hombres. Ahora en junio el Ayuntamiento va a cerrar el único albergue que hay para mujeres y no sabemos qué solución dará».

Este trabajo, que no es uno cualquiera, le ha servido a Arturo de crecimiento personal y no niega que le ayuda a ser más humano y más consciente de sus privilegios. También ha visto de cerca lo dura que es la Administración con quienes no tienen nada. «He visto cómo han tratado fatal a una persona de calle en un centro de salud aún yendo acompañada por mí. Ellos son como nosotros y de alguna manera echan de menos su vida anterior y no quieren estar así. Por eso me duele tanto que cuando aparece muerta una persona de calle, los medios dicen muchas veces que había rechazado la ayuda de los servicios sociales. ¿Alguno de nosotros querría compartir su espacio e intimidad con un montón de personas desconocidas?».