Tiempo de bastardos

José Antonio Gárate Alcalde
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La Catedral inédita (III). Los últimos miembros de la familia real castellana sepultados en la catedral de Burgos vivieron en una convulsa época de nuestra historia en la que los infantes ilegítimos cobraron una especial importancia

El único testimonio que se conserva del enterramiento de la infanta doña Beatriz es esta lauda sepulcral situada sobre el arcosolio que alberga la estatua yacente del conde don Sancho. - Foto: Valdivielso

El artículo de hoy es el último de una trilogía dedicada a los enterramientos de la familia real castellana en la catedral de Burgos con la que he querido inaugurar esta sección. En él os voy a hablar sobre un matrimonio de infantes bastardos que, aunque en principio parezca secundario, tendrá gran importancia en la historia de España debido a su descendencia. Sus vidas transcurrieron en el corazón del siglo XIV, un período muy convulso de nuestra historia medieval marcado por el desarrollo de la primera guerra civil castellana, un conflicto en el que lucharon los partidarios del rey Pedro I, hijo de Alfonso XI y de la reina María de Portugal, con los de Enrique de Trastámara, el futuro Enrique II, uno de los diez hijos ilegítimos que el monarca castellano tuvo con su amante Leonor de Guzmán. A través de este enfrentamiento, Castilla entrará en la guerra de los Cien Años, que venían protagonizando desde 1337 Francia e Inglaterra. La causa enriquista contaría con el apoyo francés, mientras que los ingleses se sumarían al bando petrista.

 

Sancho, conde de Alburquerque

El noveno de esos diez hijos bastardos de Alfonso XI era Sancho (1342-1374). Sancho luchó por la causa enriquista junto a sus hermanos Fadrique y Tello. Como consecuencia, cuando Enrique se proclama rey (su coronación tuvo lugar en el monasterio de las Huelgas el 5 de abril de 1366), le concede un impresionante patrimonio procedente fundamentalmente de los bienes que habían pertenecido a Juan Alfonso de Alburquerque, antiguo valido de Pedro I. Encabezando ese patrimonio se encontraba la villa de Alburquerque, que Enrique otorga a su hermano con el título de conde, convirtiéndose así Sancho en el primer conde de Alburquerque y en uno de los hombres más poderosos de Castilla.

El 3 de abril de 1367 Sancho intervino en la batalla de Nájera formando parte de la vanguardia del ejército enriquista. En esta trascendental contienda, las tropas trastamaristas fueron derrotadas por las anglopetristas y Sancho fue hecho prisionero. Poco después, Eduardo de Woodstock, príncipe de Gales y comandante de las tropas inglesas, más conocido como el Príncipe Negro, tomaría la decisión de liberarle. A partir del año 1369, ya consolidado en el trono Enrique II, se inicia una nueva etapa de bonanza para Sancho, cuyo momento culminante llegaría en 1370 con su nombramiento como alférez mayor del rey como consecuencia del fallecimiento de su hermano Tello.

El conde don Sancho perdió la vida en nuestra ciudad durante una pelea acaecida en el barrio de San Esteban que el célebre cronista, político y militar de la época Pedro López de Ayala fecha el 19 de marzo de 1374, pero que el historiador Manuel Martínez Sanz, basándose en un privilegio de Enrique II que se conserva en el archivo catedralicio, sitúa el 19 de febrero de ese mismo año. De esta manera narraba el Canciller Ayala la desgraciada muerte del conde en su Crónica de Enrique II: «Estando el Rey Don Enrique en Burgos esperando sus Compañas é gentes de armas, llegó alli el Conde Don Sancho su hermano, que era Conde de Alburquerque, é revolvióse una pelea en el barrio del Conde á Sant Esteban sobre las posadas, con Compañas de Pero Gonzalez de Mendoza. E el Conde Don Sancho salió por los despartir armado de todas armas, é un ome non le conosciendo, dióle con una lanza por el rostro, é luego á poca de hora finó aquel dia». Se sabe por una carta del rey a la ciudad de Murcia que los oidores de la corte responsabilizaron del suceso a ocho individuos, que fueron condenados a muerte en rebeldía.

El cadáver de Sancho recibió sepultura en el presbiterio de la catedral de Burgos. Como ocurrió con el del infante don Juan, cuando se reforma el presbiterio a finales del siglo XVI, únicamente conservaron de su sepulcro la cubierta, muy cercenada, y la colocaron en el muro del lado del evangelio, junto al retablo mayor, cobijada bajo un sencillo arcosolio. La tapa del sepulcro del conde don Sancho aparece presidida por la estatua yacente del difunto, en la que destaca poderosamente el rostro, de un aspecto muy juvenil, casi femenino. Por el borde de la tapa corre una inscripción, interrumpida por la mutilación del siglo XVI, que informa sobre la importante filiación del difunto y el momento y lugar de su muerte. En dicha inscripción se intercalan varios escudos de armas del conde.

 

Beatriz de Portugal

En torno a 1372, el panorama en Portugal era muy hostil hacia Enrique II. El rey Fernando I colaboraba con el duque de Lancaster y con nobles castellanos petristas refugiados en su territorio en su afán de expulsar al Trastámara del trono. Pero, tras una rápida ofensiva de Enrique que llevaría al ejército castellano hasta la mismísima ciudad de Lisboa, Fernando se vio obligado a firmar la paz de Santarém (19 de marzo de 1373), por la que se comprometía, entre otras cosas, a expulsar a los petristas de Portugal. También se acuerda una serie de enlaces matrimoniales entre las dos familias reales. Así, en virtud de dicha paz, el 9 de abril de 1373, el conde don Sancho contraía matrimonio con la infanta doña Beatriz de Portugal (1347-1381), hermanastra del monarca luso.

Beatriz era la segunda de los cuatro hijos bastardos que el rey Pedro I de Portugal tuvo con Inés de Castro, a su vez hija bastarda de un noble gallego. En 1354 sus padres se casan en secreto. El rey Alfonso IV, padre del entonces infante don Pedro, y la nobleza portuguesa se opusieron a dicha unión, considerándola ilegítima, al igual que los hijos nacidos de la misma. Al año siguiente, Inés moriría asesinada en Coímbra por orden de Alfonso. Nuestra infanta fue testigo del desgraciado acontecimiento con tan solo 8 años de edad. Al llegar Pedro al trono de Portugal, legitima los hijos habidos con Inés de Castro, pasando Beatriz a ser infanta. Como vemos, su vida estuvo marcada por dos infaustas muertes. En la corte portuguesa, la de su madre. Y en la corte castellana, la de su marido. Al menos aquí supongo que se sentiría más cómoda, en una corte de infantes bastardos como ella y al abrigo de sus hermanos Juan y Dionís, que se habían exiliado en Castilla durante el reinado de Fernando I de Portugal.

La infanta doña Beatriz murió en Ledesma, villa que había recibido por su matrimonio con Sancho, el 5 de julio de 1381. Su cuerpo fue traído a Burgos y sepultado en el presbiterio de la catedral, junto al de su esposo, en cumplimiento de su voluntad. El único testimonio material que se conserva de su enterramiento es una lauda sepulcral que en la actualidad está situada encima del arcosolio que contiene la estatua yacente del conde don Sancho. Me gustaría señalar aquí que, en el año 2007, la escritora Paula Cifuentes publicó una novela protagonizada por nuestra Beatriz de Portugal. Dicha novela, de la que he tomado prestado el título para este artículo, fue finalista ese año del Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio. En mi opinión, el gran mérito de la obra lo constituye el haber rescatado del olvido a una mujer que tuvo gran importancia para nuestra historia, una mujer que, en los pocos años que vivió, fue testigo de trascendentales acontecimientos. A mí, personalmente, me emociona pensar que en algún lugar bajo el presbiterio de nuestra catedral descansan sus restos.

 

Una hija reina de Aragón

En septiembre de 1374, varios meses después de la muerte de Sancho, Beatriz dio a luz a una hija, Leonor. Leonor de Alburquerque, llamada la Rica Hembra debido a su gran herencia, contrajo matrimonio en 1395 con un hijo de Juan I de Castilla, el infante don Fernando de Antequera, que en 1412 fue elegido rey de Aragón en Caspe. Fernando y Leonor fueron los padres de Juan II de Aragón, quien, a su vez, fue el padre de Fernando II de Aragón. Por lo tanto, nuestros infantes bastardos Sancho y Beatriz fueron bisabuelos de Fernando el Católico. Precisamente, en una serie de pleitos que el cabildo de la catedral de Burgos tiene a finales del siglo XVI con el ayuntamiento de la ciudad en relación con unos asientos que el regimiento burgalés quiere poner en la capilla mayor, la institución catedralicia esgrime ante Felipe II la presencia de los enterramientos de Sancho y Beatriz como uno de los principales argumentos de su oposición, diciendo: «…los quales conde D. Sancho y infanta D. Beatriz son quintos abuelos del Rey Don Philippe nuestro señor, por cuyo respeto y reverencia jamás en aquella capilla se ha dado ni consentido asiento particular a nadie aunque sea grande».

En la guía oficial de la catedral de Burgos se dice que en el presbiterio también descansan los restos de la reina Leonor, pero se trata de un error, ya que el cuerpo de la abuela de Fernando el Católico fue sepultado en el coro de la iglesia del convento de Santa María la Real de Medina del Campo, lugar en el que falleció. Aunque, si os acercáis por allí, no vais a encontrar su tumba, pues unas reformas posteriores en esa zona del cenobio borraron todo testimonio de la misma. Como hemos visto a lo largo de estos artículos, algo parecido ocurrió en nuestra catedral con la elevación del presbiterio, una desafortunada intervención que no solo afectó a la integridad del panteón real, sino también a la de los magníficos relieves del trasaltar que ahora se están restaurando.